Capítulo IV: Visitantes nocturnos (I)

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Aquel día, unos golpes insistentes en la puerta despertaron a Cayn.

-Adrian, Zenit está en el pasillo -gruñó la voz de Valkiria desde la habitación contigua-. Dice que quiere hablar contigo. Será mejor que vayas antes de que salga yo -resopló como un caballo, y Cayn no quiso imaginar cómo acabarían las cosas si era ella la que se encargaba del asunto, fuera cual fuese. La había visto un par de veces furiosa con quienes la despertaban antes de tiempo y no quería repetir la experiencia.

El joven pelirrojo apoyó los antebrazos sobre la cama para elevar el torso. La escasa luz de luna que llenaba el dormitorio solo permitía ver siluetas oscuras y desdibujadas. Tras unos momentos de vacilación, le pidió a Cayn que encendiera la vela medio consumida que reposaba en la mesilla de noche, entrecerró sus ojos grises y miró en dirección al pequeño y único ventanuco de la estancia con una expresión mezcla de desconcierto y fastidio. Acto seguido, se frotó los párpados y dejó escapar un bostezo tal que le afloraron lagrimillas en los ojos, a juzgar por el brillo vítreo que adquirieron.

-Pero si todavía es de noche -balbuceó al tiempo que echaba las sábanas a un lado-. ¿Qué hará ese idiota en el pasillo a estas horas? -Se levantó con extrema desgana, su cuerpo encorvado y los brazos colgándole lánguidos, se detuvo lo justo para ajustarse los pantalones con los que había dormido, abrió su arcón y sacó de él un jubón verde con bordados en color dorado.

Oyeron unos murmullos impacientes interrumpidos por el grito de ¡Que ya va! por parte de Valkiria. Cayn tuvo que esforzarse para contener la risa ante aquella situación tan ridícula. Por el contrario, a Arskel no parecía resultarle tan divertido todo ese jaleo.

-Vais a despertar a toda la Academia... -se quejó, agarrando las mantas y cubriéndose la cabeza con ellas, como si así se pudiera aislar del ruido. Hacía ya una semana que le habían conocido, y aunque al principio le había costado bastante abrirse a sus nuevos compañeros, ahora ya estaba perfectamente integrado en el grupo. O por lo menos no se contenía en absoluto a la hora de resaltar aspectos que le molestaban o con los que no estaba de acuerdo.

Sin hacerle mucho caso, Cayn saltó de la cama y revolvió en su baúl hasta sacar la primera camisa que encontró.

-Voy contigo, Adrian. No creo que habléis de nada que no pueda oír, ¿no? -Dudó unos momentos sobre si ponerse unos zapatos o no, pero supuso que lo más lejos que llegarían sería al pasillo, así que no se molestó en hacerlo.

Cuando se reunieron con el chico, Cayn no tardó en percatarse de su aspecto amenazador. La luz de la lámpara de aceite que sujetaba creaba formas tétricas en su rostro de piel bronceada y otorgaba un brillo oscuro a sus ojos del color de la madera de ébano. Sus labios finos formaban una línea rígida y dura sobre la cual destacaba una nariz recta y de mayor tamaño que el que resultaría estético (aunque Shedeldra había comentado varias veces que no le quedaba tan mal, sobre todo en conjunto con sus rasgos afilados).

La acompañante de Zenit (¿su nombre era Adhara? Quizá sí, pero no estaba muy seguro), una muchacha de cabello tan rubio que se asemejaba al blanco, soltó una risita al ver a los dos chicos que salían de la habitación. Cayn observó que los visitantes iban bien vestidos y peinados, con botas de cuero envolviéndoles los pies y parte de las piernas, mientras que Adrian y él estaban literalmente como habían salido de la cama. Por lo menos habían tenido la decencia de ponerse algo que les cubriera el torso. Para empeorar la situación, Adrian todavía no había espabilado y tenía cara de muerto viviente. Al darse cuenta de esto, Cayn hizo todo lo que pudo por parecer algo más despierto que su amigo.

-Mi dragona ha puesto un huevo -les informó Zenit, arqueando una de sus delgadas cejas negras. En su voz moraba una nota de furia mal disimulada.

-Enhorabuena. -Adrian se encogió de hombros con indiferencia, bufó algo incomprensible y giró sobre sus talones, dispuesto a entrar de nuevo a las habitaciones. O no había entendido lo que las palabras del joven no muy sutilmente implicaban o no le importaba en absoluto.

El ladrón de dragonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora