Capítulo VIII: Hierro y oro (I)

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Arskel intentaba dormir, aun sabiendo de sobra que no lo conseguiría. Aunque ya iba acostumbrándose al horario de la Academia y a la vida diurna, a veces se despertaba en medio de la noche y no volvía a conciliar el sueño. Lo único bueno era que a la noche siguiente dormía del tirón, más que nada por puro agotamiento.

Después de más de una hora de vana lucha contra el insomnio, se rindió a la certeza de que tendría que pasarse la jornada venidera con un cansancio de mula de carga, unas ojeras de mapache y un humor de perros. Solo esperaba que el día llegase y se marchase pronto para poder descansar.

Alzó los ojos y le echó un vistazo al firmamento. No parecía que fuese a amanecer en un largo rato, así que suspiró y se revolvió bajo la ligera manta, turbado por la perspectiva del aburrimiento. Ya que voy a estar despierto, al menos podría hacer algo útil, se dijo.

No tenía nada que leer excepto el libro de magia negra de Morrigan que ocultaba en el doble fondo de su arcón, y no le parecía muy inteligente sacarlo delante de sus compañeros, ni siquiera estando estos dormidos. Tampoco quería despertar a Ragnarök, porque el dragón necesitaba descansar tanto o más que él. Arponera reposaba en el suelo cerca de ellos, enganchada a un par de anillas del baúl de viaje. Arskel se estiró para cogerla y se la pasó de una mano a otra, examinándola. Había tenido tanto tiempo libre durante aquellos días de viaje que no sabía cuántas veces le había sacado filo ya.

De buena gana habría echado a andar por el bosquecillo si no fuese porque temía que el cansancio hiciera que la visión le fallara y las piernas se negaran a sostenerle. Además, sería mejor que guardara fuerzas para el día.

Así, sin nada que hacer, se quedó a solas con sus pensamientos. Al menos tendría tiempo para poner en orden todo lo que tenía en la cabeza, que, como de costumbre, no era poco.

Así que Cayn y Adrian han estado en Ibela... No sé si habrán conseguido engañar a Valkiria y Shedeldra con su patética coartada; a mí, desde luego, no. Cayn, que ha sido un ladrón toda su vida, sabe de seguro que Ibela no es una ciudad a la que se deba ir para pasar el tiempo ocioso... Y Adrian, quien si mal no he entendido ha estado en algún momento bajo el yugo de la esclavitud —En este punto no pudo contener una mueca de asco, que afloró a su rostro con el solo pensamiento de que había estado relacionándose con un esclavo—, también debería tener idea de qué se puede esperar encontrar allí. ¿Será que de alguna manera sabían que subastarían a su hermana esta noche? ¿Por qué escondernos sus intenciones, entonces? ¿Y de dónde han sacado tanto dinero como para comprar un esclavo? Si lo perdieron casi todo en el incendio... Aquí los únicos que podríamos haberles prestado una cantidad tan elevada somos Shedeldra y yo, y no creo que lo hayan sacado de ella. Lo más lógico, entonces, es que lo hayan ganado durante estos días de viaje. ¿Pero cómo...?

No se habría dado cuenta de que la hermana de Adrian estaba despierta y le observaba con extrañeza si esta no hubiese hecho ruido al moverse entre las mantas. Arskel convocó una diminuta llama en la palma de su mano para iluminar las cercanías y vio que la niña cerraba con fuerza los ojos, como fingiendo estar dormida. Pero él ya la había pillado.

Al principio no supo qué hacer. Iba a darle la espalda y seguir con sus hipótesis como si nada cuando se le ocurrió algo. ¿Tal vez la chiquilla y su hermano hubiesen sido propiedad de los Jabalíes Rojos en algún momento?

—Enséñame tu hierro —le ordenó a la niña de repente. Como era de esperar, esta se indignó y cruzó los brazos frente al pecho a la defensiva. Arskel sabía que era una petición atrevida, así que se apresuró a añadir—: Quiero verlo porque puedo ayudaros.

—¿Ayudarnos? —Cira abandonó su gesto torvo y ladeó la cabeza. Los rizos pelirrojos, ardientes a la luz de la llama mágica, se deslizaron como un velo de fuego siguiendo su movimiento—. ¿A encontrar a nuestra familia?

El ladrón de dragonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora