Capítulo III: La hija del coronel (I)

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-¿Así que ha llegado un nuevo esta mañana? -preguntó Adrian al tiempo que se apartaba un mechón de pelo rojizo de la cara y examinaba entre sus manos una manzana.

Valkiria alzó la vista al cielo y asintió nuevamente con gesto cansado.

-¿Tú me escuchas cuando hablo? -bufó, alzando las cejas. Llevaba ya un rato explicando todo lo que sabía sobre la aparición del chico y su dragón a horas tempranas, ¿y eso era todo lo que su compañero había sacado en claro?-. A veces creo que estás en las nubes.

-Oh, venga, como si no le conocieras -rio Cayn. Ya sabes que no le gusta escuchar, parecía decir su expresión.

Valkiria rodó los ojos y no pudo más que sonreír. Estaban sentados en torno a una de las pequeñas mesas rectangulares del comedor de la Academia de Jinetes de Dragón, los cuatro compañeros de brigada, rodeados por más bancos repletos de otros alumnos que hablaban entre ellos provocando un constante rumor.

-Bueno, cambiando de tema... -carraspeó Adrian con impaciencia y los miró con un brillo divertido en sus ojos grises-. ¿Cuánto habéis reunido hasta ahora?

Cayn y Valkiria intercambiaron una mirada confusa, y el rubio se encogió de hombros levemente. Sin embargo, Shedeldra parecía saber a qué se estaba refiriendo su amigo.

-He hablado con Sivos -contestó en su típico tono de voz tan bajo que los demás tenían que agudizar el oído para conseguir escucharla-. Dice que si ordenamos la biblioteca quizá nos dé unas monedas.

-¿Quizá? -repitió el pelirrojo entrecerrando los ojos con suspicacia-. Sivos es el maestro más taimado que he visto, así que yo apostaría por que no nos pagaría nada aunque le raspáramos la calva hasta sacarle pelo de ella. Y de todas formas, ¿ordenar la biblioteca? Preferiría limpiar los establos antes que eso.

Y entonces Valkiria lo recordó: quedaba apenas una semana para que Adrian cumpliera dos años dentro de la Academia. El chico era el mayor de los cuatro, pero también el que más recientemente se había unido al grupo. Shedeldra había llegado haría unos seis inviernos, Cayn llevaba casi cuatro años con ellos, y ella misma se había educado allí desde muy pequeña. En el aniversario de la llegada de cada uno celebraban una pequeña fiesta: iban a alguna ciudad cercana, vagaban por el mercado, paraban a ver a los juglares y artistas ambulantes, dormían en un claro del bosque que rodeaba la escuela de Jinetes... En fin, se olvidaban de sus obligaciones durante un día.

-Podríamos ofrecernos a llevar mensajes -sugirió, encogiéndose de hombros.

-Eres la última persona a la que le confiaría una carta, Val -se opuso Cayn con una mueca burlona mal disimulada-. Seguro que la leerías unas cuantas veces antes de entregarla, sobre todo si tuviera algún cotilleo.

Adrian soltó una sonora carcajada y Shedeldra se tapó la boca para que su amiga no la viera reír, pero sus ojos oscuros brillaban con diversión. Valkiria lo admitía: le gustaban demasiado los rumores, ¿y qué? La curiosidad no era ningún pecado, y en muchas ocasiones le resultaba útil.

-Bueno, pues dad ideas vosotros. -Se cruzó de brazos y fijó la vista en su plato vacío, fingiendo una rabieta.

-Nada que tenga que ver con los dragones -advirtió Adrian-. Recordad que Nero se ha roto un ala y está de morros.

-Deberías enseñarle a no pelearse con los otros -dejó caer Shedeldra como si no tuviera importancia-. Algún día se hará daño de verdad.

-Mejor dicho, deberías enseñarle a no pavonearse delante de ellos -corrigió Cayn con sorna.

-Si fuera tan fácil ya lo habría hecho hace mucho tiempo, listillos -bufó el pelirrojo, apoyando la cabeza sobre una mano, desesperado.

Toda la Academia conocía a Nero, el dragón de raza Talón de Fénix de Adrian. Una bestia realmente hermosa, y con un orgullo a la altura de su belleza. Sus plumas rojas, naranjas y amarillas, tan brillantes y vivaces como el fuego, casi siempre estaban manchadas por costras de sangre seca o arrancadas de la piel, resultado de sus constantes luchas con otros dragones. Al no poseer escamas resultaba muy poco resistente en la batalla, pero también más rápido y dinámico. Le encantaba contonearse por ahí y desafiar a los de su especie, lo cual le solía meter de cabeza en un sinnúmero de problemas de los cuales su dueño se veía obligado a hacerse responsable.

El ladrón de dragonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora