Capítulo VI: Fuego sagrado (III)

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Bajaron de la muralla y siguieron al resto de nobles por las calles. Los ciudadanos abrían paso a la comitiva al ver al barón y su familia a la cabeza. Quizá teman que Zenit les suelte un mordisco, bromeó Valkiria para sí misma. El joven sureño estaba de un humor de perros, y no tenía ningún reparo en mostrarlo, por lo visto. Iba con los hombros y el cuello tiesos, como un sabueso rabioso. Parecía a punto de gruñir a cualquiera que se le cruzara por delante.


El cielo estaba vistiéndose de naranja. El sol ya no picaba tanto en la piel, lo cual era de agradecer, pese a que habían pasado casi toda la tarde a la sombra de un pabellón. No quería imaginar el calor que habrían tenido que soportar Cayn y Shedeldra entre la multitud que se había agrupado para ver la carrera sin siquiera un mísero toldo que los protegiese. Al menos Shedeldra tenía sus velos de seda para protegerse la cabeza del calor. Esperaba que se hubiese acordado de llevar uno.


Llegaron a la plaza de enfrente del palacio. Como en todas las otras, una hoguera ardía orgullosa en el centro. Esta es mucho más grande, observó Valkiria. Me pregunto cuánta leña tendrán que gastar en mantenerla. Además del ya usual grupo de hombres que acarreaba madera y la echaba al fuego, vio una veintena de personas vestidas con hábitos de colores concentradas en torno a las llamas. Recordaba que en las otras hogueras también había sacerdotes, pero no tantos. Estarán haciendo algún ritual, seguro. Pero no hablaban en voz alta ni gesticulaban, incluso había algunos que se desprendían de vez en cuando del resto y caminaban casualmente hacia los hombres que alimentaban el fuego, como si los supervisaran. Pues vaya ritual más raro. Se encogió de hombros. No le interesaba mucho lo que hicieran o dejaran de hacer aquellos religiosos.


La comitiva de nobles empezó a desmigarse. Algunos entraron en palacio, mientras que otros se quedaron en la plaza y comenzaron a ocupar los bancos y mesas situados en círculo alrededor de las llamas, aunque a una distancia prudente. ¿Y ahora qué? Miró a Arskel, confusa, pero él tampoco parecía estar muy seguro de lo que debía hacer.


—¿A dónde vamos? —preguntó de todas formas. Algo más que ella tenía que saber, ya que era a él a quien habían invitado a la carrera.


—No tengo ni idea. —Al ver que su acompañante se cruzaba de brazos, Arskel se puso a la defensiva—. Me dijeron que fuese a la carrera con ellos. Nadie me explicó lo que pasaba después. —Estiró el cuello y miró a su alrededor—. Pero supongo que cenarán aquí. Habrán ido a cambiarse de ropa. ¿Quieres ir tú también?


Valkiria notó la sangre caliente en sus mejillas. Agachó un poco la cabeza para disimularlo.


—No tengo otra cosa que ponerme —masculló, evitando mencionar que el vestido que llevaba ni siquiera era suyo. En cualquier caso, a nada que Arskel fuese un poco observador ya se habría dado cuenta de que le quedaba un poco justo en la cadera y los hombros, y que la falda debería llegar algo más abajo. Aun así, no le apetecía nada sacar el tema.


Unos segundos de silencio incómodo, tras los cuales el chico intentó revivir la conversación.


—¿Te han dicho los demás lo que iban a hacer después de la carrera?


—No.


—A mí tampoco.


El ladrón de dragonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora