IV : Fue asco.

1.2K 166 73
                                    


¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.


♦Ethan Mc Clarence:

Convivir con mis pensamientos los siguientes días significó una tortura.

E incluso por las noches, la imagen de Saint excitado se colaba en mis sueños como una serpiente que no se iría hasta hacerme delirar a causa de su veneno. En algunos tenía sus ojos sobre mí, en otros sus manos me tomaban y se acercaba tanto hasta el punto de rozar nuestros labios. Y en cada uno de ellos, despertaba antes de que llegara el tan esperado contacto.

Sumándole una vergonzosa erección en los pantalones y la camiseta de turno sudada como si hubiera corrido una maratón mientras dormía.

Durante todo el domingo y el lunes, tuve que evitar que mi expresión reflejara los inoportunos recuerdos de esa noche cuando llegaban de la nada. Provocando que mi garganta se secara y mi ropa picara. En una de mis clases, mientras escuchaba al profesor hablar, hasta creí escuchar su voz en mi oído diciéndome que sabía lo que deseaba.

Terminé tosiendo tanto que tuve más de veinte pares de ojos sobre mí, observándome molestos por mi interrupción.

Y aunque quería avalar a mi suerte manifestando no cruzarme a Saint hoy como el lunes, no era tan idiota como para saber que no se presentaría a la clase de sociología que teníamos juntos. Me di cuenta de que estaba demasiado ansioso como para quedarme sentado, mientras mi mirada se mantenía clavada en la puerta. Mis pies rebotaban contra el suelo y la lapicera en mi mano parecía seguirle el ritmo sobre mi pupitre. La chica con la que solía compartir asiento me miró con una expresión que dejaba entrever sus deseos de partirme la lapicera contra la cabeza.

—¿Quieres dejar de hacer ese puto sonido? —gruñó molesta.

En otra ocasión, dicha acción me hubiera enojado, pero aquel día solo me provocó regalarle una sonrisa de disculpa tensa y una señal de que ya dejaría de joder. No pareció muy convencida, pero terminó llevando su atención de nuevo hacia su teléfono. La mujer que dictaba la clase aún no había llegado, así como Saint.

La irritante necesidad de saber lo que pensaba me estaba matando. Porque había tantas posibilidades, que no sabía para cual prepararme. Los anteriores dos días había buscado excusas para mi inoportuna presencia en esa puerta. Podía decirle que había bebido mucho, que me había drogado —aunque no lo hacía para nada— o que simplemente me tomó desprevenido. Pero Saint era inteligente, perspicaz y, aún peor, cruel. No dejaría escapar una oportunidad para pisotearme y hacer que le pidiera disculpas de rodillas, admitiendo que era un friki pervertido que había tenido sueños húmedos con él desde entonces.

Otra opción era fingir demencia y actuar como si nada hubiera pasado. Pero, de nuevo, íbamos al punto de que tenía un némesis cruel.

Mi espera por fin se terminó cuando minutos después, la puerta se abrió y Saint pasó a través de ella acompañado de la profesora. Ambos iban hablando del tema que se discutirá hoy y se detuvieron una vez llegaron al escritorio en el centro del salón. Cuando llegó el momento de que el vagabundo me encontrara —ya que me sentaba prácticamente en su cara—, este pasó de mí como un río alrededor de una roca. Sin perturbarse demasiado por su presencia, como si no importara. Y provocó una sensación molesta en mi estomago.

De Perdedores y Otras CatástrofesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora