♦Ethan Mc Clarence:
Ni siquiera la vomitada verbal de Ryan logró evitar que pensara en mi conversación de aquella mañana con Saint. Parte de mi atención estaba dirigida hacía mi mejor amigo por el simple hecho de que ignorarlo por completo solo lo enfurecería más de lo que ya estaba, pero la gran parte de mi cabeza solo tenía espacio para el vagabundo que ni siquiera se despidió de mí luego de que me tomara la molestia de traerlo.
No me ofendía, sino que alimentaba mis ganas de jugar.
Saint era como un hueso duro de roer y creía que, por más motivado que esté, yo no sería capaz de llegar a su centro. Pero tal parece, olvidó quién estaba en el otro extremo de la pugna que ambos habíamos llevado a cabo todos estos años.
Y que podía ser tan persistente y competidor como él.
Mis ganas de quedarme a su lado llegaban a un punto en donde la mera posibilidad me hacía jadear, así como también me desequilibraba el pensar que no podría hacerlo. Que iba a perderlo. Y una vida sin él sonaba tan miserable como una en donde mi existencia se definía ante el valor de un puesto que ni siquiera construí.
El lunático que cantaba en bares era el único punto en mi vida que no había colocado alguien más, sino que llegó por sí solo y no se borró pese a mis intentos de hacerlo por el bien de la página en la que existía. Y cuando comprendí que podía ser eterno, me di cuenta de que ya había caído ante él por completo. Ahora no había vuelta atrás, no pensaba siquiera vacilar en otra dirección que no sea la salvación que solo servir a su presencia me traería.
Saint era todo lo que quería.
Era todo lo que obtendría.
—¿Ya terminaste? —pregunté con tranquilidad, sin ser parte del caos de mi mejor amigo.
Este me observó iracundo mientras yo llevaba otra papa frita a mis labios. Me vio masticar como si fuera la persona más grosera que había llegado a conocer en su vida. Cerró su boca cuando notó que la tenía medio abierta y soltó una maldición al descubrir que no me importaba ni una pizca de sal todo su acto.
—No te entiendo —exhaló casi desinflándose en su asiento —. Te desapareciste el sábado preocupándonos a todos, y lo primero que me dices luego de responder al fin a mis mensajes es que necesitas un favor... ¿para el imbécil de Van Dooren? —casi escupió indignado, su voz se hizo más aguda al final.
Fruncí el ceño deteniendo mi masticar.
—No le digas imbécil.
Tosió una risa.
—Estas de puta broma, Ethan —gruñó, balanceándose entre lo divertido que le parecía mi estúpido actuar o la indignación que sentía por sabrá dios qué.
Respiré hondo enderezando mi espalda contra el respaldo del asiento. El cuero del sofá estaba fresco, gracias al universo. O más bien gracias al aire acondicionado que funcionaba de maravilla dentro del local de comida rápida que habíamos elegido para almorzar. Aunque fui el único que había comido hasta el momento, ya que mi acompañante estaba demasiado ocupado criticándome.
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De Perdedores y Otras Catástrofes
Novela JuvenilLo único que Saint Van Dooren odia más que perder, es hacerlo siempre contra Ethan Mc Clarence. Mientras que, para este, aquella rivalidad es lo único que lo mantiene a flote en su caótica existencia. Y hará lo que sea para mantenerla. Incluso, come...