Byrton se mantuvo en silencio por un buen rato.
Las náuseas seguían ahí, con la bilis indisponiéndome con cada segundo que pasaba. Y lo que más me enfermaba, era que él no parecía trastornado por lo que estaba haciendo. Con lo que me estaba pidiendo. Como si hubiera aceptado hace tanto las formas más mórbidas del mundo y, en base a ello, tomado la elección de reformarse a su semejanza.
Como Sebastian Vasseur y su club lleno de vicios.
Como Ryan y la mirada desequilibrada y posesiva que me dirigía cada vez que nos cruzábamos.
El zumbido en mis oídos se intensifica y no sé cómo termino fuera de la oficina, porque de pronto me encuentro en la calle. Mi garganta se mantiene cerrada y las ganas de vomitar no hacen ademán de irse. Mi cabeza duele con cada latido de mi corazón mientras todo gira y se tergiversa. El recuerdo de mi voz hace eco en el laberinto de mis pensamientos, el de Carter advirtiéndome de que debería ponerle un alto antes de que fuera demasiado tarde.
Y ahora ya era tarde.
Trato de enfocarme en un pensamiento a la vez, desarrollarlo sin perderme en el caos que ocasionan todas las otras voces de mi cerebro. El mundo a mi alrededor se aleja de mí y me abandona en el limbo, se ríe mientras todo repite que no tengo salida. Que mis problemas me van a consumir y que no va a quedar nada de mí que pueda enterrar. Por imbécil, repite mi conciencia.
La frustración que siento hacía mí mismo explota en mis venas.
Cuando llego a la parada del bus, la burbuja que me mantiene prisionero dentro de aquella tormenta revienta con un sonoro pop. Sin embargo, en vez de liberar la presión, permite que el resto de la podredumbre exterior se derrumbe sobre mí.
Pierdo el control.
Y todo estalla.
Grito en medio de la calle y golpeo con fuerza mi mochila contra el cristal de la parada de buses. Las personas alrededor se sobresaltan, un hombre se acerca y me grita algo que no logro entender. Sus palabras no encuentran forma ni sentido dentro del desastre en el que me convierto. Siento el sabor salado de las lágrimas mientras golpeo el cristal de nuevo, me ahogan junto al dolor que estalla en mis nudillos en cada arrebato, pero no se compara con el que siento en el pecho.
Alguien tira de mí, pero me sacudo. Y pronto el mundo entiende que no vale la pena intentar salvarme, así que me abandona. No soy digno, me repito. Estoy condenado a pudrirme bajo el peso del mundo, porque no soy lo suficientemente inteligente como para luchar contra él. Tampoco me tienta la idea de convertirme en la misma basura que Byrton.
Intenté solucionar las mierdas que dejé en el camino, pero terminé encontrando un incendio en donde sólo debían haber cenizas que barrer. Porque eso es lo que pasa cuando no te aseguras de que cada esquina esté cubierta, eso es lo que ganas cuando te distraes y piensas que nada malo va a pasar. Cuando te olvidas de que, si no controlas las variantes a tu alrededor, el caos del universo te tragará entero.
Menuda mierda, ¿no?
El incendio se propagó porque mi mente estaba demasiado dispersa como para asegurarse de que apagué cada brasa que pudiera quedar.
Y ahora no había salida.
No había solución.
Mirase donde mirase, una parte de mí se perdía. Lo que menos podía hacer en esa situación, era asegurarme de ser el único que perezca en esas llamas.
Entonces el caos se detiene ante ese pensamiento.
Un silencio ensordecedor me invade mientras el sentimiento de una risa histérica nace en mi garganta. Mi cabeza termina apoyada contra el cristal de la caseta, el cansancio atenaza cada uno de mis huesos. Todo estaría bien, me dije.
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De Perdedores y Otras Catástrofes
Novela JuvenilLo único que Saint Van Dooren odia más que perder, es hacerlo siempre contra Ethan Mc Clarence. Mientras que, para este, aquella rivalidad es lo único que lo mantiene a flote en su caótica existencia. Y hará lo que sea para mantenerla. Incluso, come...