𝆺𝅥𝅮 Saint Van Dooren:
Ethan prácticamente se desmayó a mi lado y, en cierto grado, tenía el recurrente y egoísta deseo de despertarlo solo porque yo no podía dormir.
Mi cuerpo entero seguía cosquilleando gracias a su cercanía, gracias a la sensación que provocaba su respiración contra mi cuello. Todo su ser emanaba un calor que se extendía por mi habitación, haciendo que el aire no se sintiera con su típica frialdad implícita. Y el sonido de su respiración era algo que encontré pacifico, aunque no lo suficiente como para atraerme a los brazos de Morfeo.
Porque él seguía junto a mí, porque cada vez que lo miraba incluso de reojo recordaba la manera en la que me besó hace un par de horas atrás. Y era una nueva habilidad que debí añadirle a la lista de cosas que el idiota estirado hacía bien.
Muy bien.
Y no es que me hubiera ganado solo con un beso, pero... seguía siendo humano.
Frustrado conmigo mismo y mi nula capacidad de resistencia, me liberé de su abrazo cuando el reloj dio las cinco de la mañana. Con él en mi cama, durmiendo plácidamente, la idea de hacer lo mismo sonaba demasiado alocada. Y además, necesitaba un momento en el cual su presencia no me abrumara. Uno en donde pudiera pensar en lo último que le dije antes de que el silencio ganara la batalla y lo arrastrara a él a un sueño en donde el descanso lo cobijaba como un maldito bebé satisfecho.
Obviamente estaría satisfecho, había cedido —en parte— a sus caprichos. Me tenía a su disponibilidad aunque fuese él el que tuviera que ganarse mi favor. Y hasta el momento, no había observado las cartas que se me habían entregado cuando di inicio de aquella extraña partida. Me cambié rápidamente a un conjunto deportivo más cómodo y fresco y que, agradecí, ya no mostraba signos de haber estado en una pelea. Y aun cuando todo mi cuerpo doliera y me suplicara un buen descanso, mi alma y mi mente se encontraban en un desastre natural que solo un poco de aire y verdadera soledad podría ayudarme a disipar.
Así que dejé al estirado de Mc Clarence durmiendo en mi habitación y salí de la casa como si todo en ella estuviera incendiándose. Específicamente, mi cuarto.
Afuera, el sol comenzaba a dar sus primeros vistazos en el horizonte, tiñendo el cielo de distintos colores que, con el pasar del tiempo, cambiaban de tonalidad y matiz. Respiré profundo el aire matutino y, luego de colocarme los auriculares, comencé a correr en dirección a la playa. Cinco cuadras cuesta abajo, crucé la casi desierta avenida y pronto el asfalto se convirtió en madera. Un camino que recorría la barrera que separaba el mar en apariencia infinito y el resto de mi universo.
Evité pensar en primera instancia, descansando un poco del mareo que me traían mis propios pensamientos y emociones. Me concentré en las canciones que se reproducían y, con mi imaginación jugándome una mala pasada, comencé a relacionarlas con mi situación actual.
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De Perdedores y Otras Catástrofes
Ficção AdolescenteLo único que Saint Van Dooren odia más que perder, es hacerlo siempre contra Ethan Mc Clarence. Mientras que, para este, aquella rivalidad es lo único que lo mantiene a flote en su caótica existencia. Y hará lo que sea para mantenerla. Incluso, come...