III : No era yo.

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𝆺𝅥𝅮 Saint Van Dooren:

Todo lo que pude pensar en aquel momento fue: ¿qué carajos hacía Ethan Estirado Mc Clarence en Hell 's?

Primero, no era como si el lugar le estuviera determinadamente prohibido, pero era uno de esos sitios en donde casi no pensaba ni me preocupaba por su existencia. Así que su presencia me tomó desprevenido, haciendo que casi fallara en la letra del segundo coro. ¿Lo peor? Ni con su ropa de niño mimado parecía fuera de lugar. Es más, hasta se veía como si supiera que cada centímetro de aquel bar con apariencia de mala muerte le perteneciera a él.

Y me miraba como si hasta yo le perteneciera solo a él.

Segundo: no era capaz de romper el contacto visual.

Aunque una parte de mí se sentía como si estuviera viendo alguna clase de espejismo como los que se dan en el desierto, otra solo era capaz de pensar en lo nervioso que me había puesto con su presencia. Por eso, costándome casi la vida, desvié la mirada de la suya hacia el público cuando la canción llegó a su fin. Noté, por la mirada que Ems me lanzó, que había dudado en varias estrofas y eso solo hizo que el enojo hacía el estirado matara los nervios que él mismo me provocó.

El público estalló en aplausos y vítores y me centré en ello sonriendo de oreja a oreja. Estaba algo agitado y mi corazón latía demasiado rápido, con demasiada fuerza. Tuve miedo de que me estallara el pecho. Y el culpable seguía mirándome con su típica expresión pétrea y tensa. Me pregunté si al final del día no le dolían los músculos del rostro después de andar tantas horas con un gesto tan duro.

Uno que solo había visto relajarse cuando leía o cuando sonreía con perversidad antes de ir a atacarme.

Relamí mis labios y, sin confiar en que mi voz no temblara, le hice una seña a Ems para que se encargara a partir de ahí, anunciando que continuaremos en unos minutos con las sugerencias que el público había hecho en nuestro instagram hace un par de semanas. Me alejé del micrófono y me quité el asa de la guitarra para dejarla en su montura. Mi cabeza se había aislado del barullo de la gente, desconectándose casi por completo con solo un hilo que unía a mi consciencia con el resto del mundo.

Necesitaba silencio.

Pese a que me gustaba tocar con los chicos y el recibimiento del público, demasiada atención y demasiado movimiento a veces terminaban conmigo teniendo la urgencia de aislarme y guardarme en un cajón. Mi garganta casi se había cerrado y ni siquiera cuando Joan se acercó a ver qué me pasaba, pude salir de la bruma que yo mismo había creado para protegerme de todo el ruido. La miré sin hacerlo realmente y creo que de mis labios salió un débil "estoy bien". Y la mirada de la castaña me dejó en claro que no me creía para nada, pero que no insistiría.

Después de todo, ellos ya sabían cómo funcionaba, aunque eso no quitaba el hecho de que se alarmaban a la vez.

Bajé del escenario y casi corrí hasta tras bambalinas. Nuestro camerino era en realidad la sala de descanso del personal que se conectaba con la oficina del dueño del bar, pero con su consentimiento la habíamos llenado de cosas que remarcaban nuestra presencia por sobre otros cantantes que tocaban de vez en cuando las noches que nosotros no. Fotografías del grupo con Jack, el dueño, y Owen llenaban una de las paredes en donde había un cutre espejo de cuerpo completo. Una máquina de pinball en una esquina cortesía del novio de Owen y un sofá que Carter encontró en la calle.

De Perdedores y Otras CatástrofesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora