XX: De rodillas.

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𝆺𝅥𝅮 Saint Van Dooren:

Sebastián Vasseur estaba siendo exactamente cómo creí que sería.

Un niño mimado del poder de sus padres, inteligente y audaz, pero demasiado aburrido por la facilidad de su vida como para interesarse en algo por más de una semana entera. Ethan tenía razón, lo había investigado. Y a fondo.

Las noticias sobre él no difieren mucho unas de otras. Todas se trataban de pequeños titulares en donde su nombre acompañaba el de sus padres, en una tipografía más pequeña y en otras ocasiones, únicamente se mencionaba al pie de una elegante foto. De él solo se repetían tres cosas: que estaba en la lista de los veinte herederos más sexys de Santa Mónica —en la cual también, asquerosamente, se mencionaba al estirado como el número quince—, que iba a graduarse pronto para poner sus preciosas manos sobre los negocios de sus abuelos y que sus fiestas eran de las mejores que se ofrecían a lo largo de la costa oeste. Sus padres ocultaban los desafortunados eventos en esta y, más allá de ello, no había nada más interesante circulando sobre él.

A diferencia de Ethan, que tenía una larga lista de organizaciones benéficas de las cuales lo habían puesto a "cargo", entre otras idioteces que lo ayudaban a rellenar su currículum.

Sebastián era, por el contrario, un libertino que no trabajaba por nada y que, al final, obtendría todo.

No estaba de humor para fingir que estaba a su disposición, pero aun cuando había marcado mi independencia de su yugo, no podía ser tan estúpido como para no jugar un poco en su bando. Por eso lo había seguido, motivado también por la curiosidad de saber sí todo él era cómo creía. Si no había sorpresas bajo aquella máscara de rico drogadicto adicto a los placeres nocturnos.

Se detuvo frente a la barra y ordenó a la chica tras ella dos Tom Collins. Ambos observamos en silencio a la bartender hacer su trabajo, sin siquiera pensar en iniciar una conversación sin un poco de alcohol en el sistema. Tal vez él lo sabía... no, él sabía que yo aún no estaba a sus pies. Y por más desinteresado que pudiera parecer, había dejado en claro que lo motivaba un buen juego para iniciar una interesante velada.

Cuando ambos teníamos nuestras bebidas en la mano, se viró hacía mí y bebió sin quitarme los ojos de encima. Eran de un color verde terroso, descubrí gracias a una luz blanca que lo apuntó. Tenía las cejas finas y encontré un par de pecas pintando su nariz. Era atractivo, sí. Y exhalaba un poder que solo te otorga el control sobre quienes te rodean.

Tenía la mirada de alguien a quien no se le pasaba nada desapercibido, pero parecía estar demasiado aburrido como para que esas cosas le interesaran.

Supe que mi análisis era acertado cuando por fin habló:

—Yo no te importo en lo absoluto —se jactó con una pequeña sonrisa. Bebí un sorbo de mi bebida para dejarlo continuar, él dirigió su mirada por un breve momento hacía el balcón en el que habíamos estado —, pero a ellos tampoco, así que no te creas especial con esa carita de superioridad.

No pude evitarlo, resoplé una risita que captó su atención. La forma en la que ladeó su cabeza y sonrió de lado me hizo sentir como si estuviera en presencia de una serpiente. Terminó negando con un resoplido.

—Eres igual a ellos, Saint. Todos en esa puta mesa son inteligentes y astutos a morir, ambiciosos y desesperados por poder como un perro hambriento que está dispuesto a comerse a su dueño muerto —se acercó, apuntando mi frente con su vaso. Sentí el frío del cristal contra mi piel. Tras él, hallé una mirada seria y peligrosa. La sonrisa se había esfumado, así como la diversión — ¿Creías que eras el único analizando y opinando en su cabecita? Si quieres sobrevivir en este mundo, Van Dooren, debes dejar de pensar que estás sobre los demás y considerar a todos capaz de destruirte. Incluso a tu noviecito que ahora me mira con cara de querer arrancarme los brazos —añadió, recuperando la sonrisa con una facilidad que enmarca su falsedad.

De Perdedores y Otras CatástrofesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora