XXVI: Todo lo que dejó atrás.

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𝆺𝅥𝅮 Saint Van Dooren:

Ethan no contestó mis mensajes y llamadas la siguiente mañana.

También evitó todas las clases que compartimos.

Llegué a pensar que tal vez debería ir directamente a su departamento, pero una voz en mi cabeza sugirió darle tiempo. O, en todo caso, dármelo a mí.

Luego de esa noche en la playa, mi cabeza y mi corazón entraron en completo caos. Apenas dormía y, cuando lo hacía, soñaba con la mirada iracunda de Mc Clarence. Despertaba sudoroso, con una sensación enfermiza arraigándose a mi cuerpo entero. Terminaba yendo a vomitar lo poco que había cenado en el baño, para luego esperar sentado a que el temblor pasara y pudiera ponerme de pie de nuevo. Las horas corrían, el amanecer se vislumbraba por mi ventana.

Seguía pensando en lo que sus palabras me habían provocado.

Intenté decirme que era lo mejor, que en realidad era lo que había estado esperando. Que era lo que había querido desde el principio.

Pero el silencio tras la línea y el vacío de sus mensajes me estaba torturando como uno de los fantasmas de las navidades. El del pasado me recordaba la comodidad de no pensar en el estirado como algo más que una molestia, pero iba más profundo y me enseñaba esa espina que se me había clavado el día que nos alejamos; el del futuro me prevenía de la desdicha que me tocaría si no solucionaba las cosas pronto. Mientras que el del presente me hacía mirarme al espejo y rememorar todos los errores que había tenido con él.

Mi cabeza iba de pensar en que no debí siquiera empezar ese estúpido juego por lastima, hasta la parte en donde me decía que era una mierda y que no lo merecía pero ni un poco.

Una semana después, seguía sin estar seguro de lo que debía hacer.

—Le estoy dando su tiempo —dije a Carter cuando éste me preguntó, por milésima vez, cuándo me atrevería a hablarle.

Esa mañana, nos encontrábamos desayunando en una de las cafeterías del campus. Y hace media hora miraba el roll de canela que apenas había tocado por la falta de apetito. Debía ser el peor momento para entrar en un puto pozo depresivo, con los exámenes a punto de empezar la próxima semana y los proyectos que debería ir preparando para poder sumar más puntos en algunas de mis clases. Tener la cabeza infestada por el nombre del estirado no ayudaba en nada a mi nula concentración en las mismas porque, cuando menos cuenta me daba, había dejado de prestar atención para desvariar en lo que estaría haciendo.

En lo que estaría pensando.

—No creo que el tiempo sea bueno en este momento —respondió el baterista mirándome por encima de sus anteojos de lectura. Su nariz respingada quedaba más estilizada bajo el armazón delicado —. En su caso, tú te estarías volviendo loco si no supieras lo que está pasando.

¿En su caso? Dios.

En el mío, ya estaba más inclinado a la locura total que a la sanidad mental. No había momento en donde no me cuestionase algo referido a él, incluso cuando acompañé a mi mamá al hospital para una revisión.

Miré mi teléfono de nuevo. El chat de Ethan seguía sin mensajes nuevos o, en todo caso, la confirmación de la lectura de los míos. Esos días ni siquiera había podido encontrarlo en sus clases, y cada vez que preguntaba por él a sus conocidos se sentía como si preguntara por un fantasma que jamás existió. A ninguno se le hacía extraño su desaparición, alegando que seguro estaba en algún viaje con sus padres. Después de todo, era el heredero de una importante compañía, decían.

De Perdedores y Otras CatástrofesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora