XV : Bomba Atómica.

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♦Ethan Mc Clarence:

Anoté mentalmente decirle a mi padre que su secretario era un total imbécil.

Observé la carpeta con la que se me había armado y que, en teoría, debía ser igual a la presentación que ahora se reproducía en pantalla. La frustración llegó a mí cuando descubrí que me habían dado una totalmente distinta, pero no me atreví a decir nada. Lo último que necesitaba era hacer un escándalo por algo tan mínimo, como solía decir mi progenitor.

De cualquier manera, me las arreglé para dejar el teléfono grabando toda la reunión. En donde mi presencia era tan relevante como la planta artificial en la esquina del salón. Estaba bastante seguro de que nada cambiaría si no me presentaba, después de todo ni siquiera tenía voz ni voto en el tema a conversar. Pero mi madre seguía de cerca mis asistencias, siendo tan molesta como un mosquito en verano que lloraba en tu oído si me ausentaba demasiado. La mayoría de las veces podía decirle que estaba ocupado con los estudios, pero no se tragaba las mentiras con tanta frecuencia.

Observé la hora en el monitor, golpeando la estilográfica contra mis labios en repetidas ocasiones. Apenas había dormido las pocas horas que tuve a mi disposición luego de dejar a Saint. A regañadientes, había borrado la historia con su fotografía. Había sido divertido molestarlo, pero tampoco quería ir al extremo de hacerle enojar.

El vagabundo tenía la paciencia de una avispa, no toleraría que la buscaran dos veces hasta que te atacara con todo el poder de su doloroso aguijón. Yo no era tan idiota como para provocarlo hasta solo encontrar mi propia destrucción.

Volví mi atención al jefe de investigación y desarrollo, quien explicaba frente a un montón de hombres trajeados los últimos avances que había tenido su equipo. En el power que se exhibía en la pantalla, se mostraba uno de los últimos diseños que se buscaban lanzar al mercado. Según mi padre, había sido una idea arriesgada, pero que estaba dispuesto a apoyar. Y aunque yo también sintiera que le faltaba más trabajo, sus componentes eran bastante sólidos. Solo faltaba que se trabajase más en los detalles que habían dejado casi sueltos.

Acomodé el cuello de mi camisa, sintiéndome algo sofocado. Y no se debía a la ventilación, ya que hacía tanto frío dentro de aquellas paredes que incluso llegué a pensar que el crédito por tal temperatura, se lo llevaban los corazones helados de los hombres que habían estado en toda mi vida. Decir que los consideraba familia, era mentira. Porque de los presentes en aquella mesa, más de cinco anhelaba mi posición.

Y tal vez por ello mi madre insistía demasiado en que fuera a aquellas reuniones, para reivindicar mi posición sobre ellos aunque aún no tuviera voz.

—Bien —soltó mi padre acomodándose en su silla a la cabecera de la mesa. Su mirada endurecida estaba puesta en el informe que tenía entre manos —, para la próxima reunión asegúrate de tener una relación con el área de ventas. Si vamos a hacer esto para mitad del año que viene, quiero todo pulido antes de diciembre.

El hombre de pie asintió solemne antes de retirarse a su asiento. Recorrí la mesa desde mi posición a la derecha de mi padre. Diez hombres listos para saltar a la yugular de cualquiera que se atreviera a interferir en su camino, casi tan mortíferos como aquel que los había reunido allí. La fama que mi padre se había hecho en aquel ámbito, lo dejaba como alguien con la mentalidad de todo depredador. Cazar hasta conseguir, rendirse y dar marcha atrás jamás era una opción.

Cuando era niño, solía admirarlo y desear ser como él. Ahora, conociendo los otros vértices de su vida, pensaba que no había nada más miserable en la vida que ser parte de un mundo que no te permitía ser débil ni una vez. Estar siempre a la defensiva, con ojos en la espalda y un arma lista para deshabilitar a cualquiera que fuese a atacarme no era lo que deseaba para mí, aunque era la única herencia que recibiría. Y viendo las opciones que tenía para delegar aquel legado, prefería sacrificarme antes que dejar que alguien peor tomara el control.

De Perdedores y Otras CatástrofesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora