XIX: La mesa de los niños grandes.

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♦Ethan Mc Clarence:

Encontrarnos a Ryan no estaba entre mis planes.

Lo último que necesitaba, era un momento en donde estos dos se cruzaran. Porque, si antes la relación entre el vagabundo y yo había sido complicada en términos de irritabilidad, el desprecio que se tenían cruzaba un límite que jamás llegué a entender. Y más después de la pelea que había tenido con mi mejor amigo por causa de Saint.

Sabía que al último, Ryan le parecía otro imbécil de casta insufrible. E incluso llegué a pensar que le caía peor que yo. Mientras que mi mejor amigo pensaba que el vagabundo no merecía la pena, que debería enfocar mis esfuerzos en las personas de nuestro... nivel. Además, de que era bastante obvio que ese día, Saint no estaba junto a mí porque le hubiera nacido, sino porque yo me había arrastrado como un moribundo hacía él rogando un poco de su atención.

Por un breve segundo, tuve la oportunidad de evitar que Ryan nos viera y seguir un camino diferente, pero había tardado en actuar. Todo porque el agarre de Saint me había desconcertado. Cuando quise reaccionar, Ryan ya se había volteado y había clavado la mirada justo en la unión de nuestras manos, sin ninguna expresión sobre su rostro. La única señal que tuve sobre su descontento fue la sonrisa forzada que le dirigió, para luego mirarme a mí.

Y como ya no tenía oportunidad de escapar, avancé con el vagabundo hacía donde estaba sentado. Ignorarlo luego de que haya cumplido su palabra sería totalmente desagradecido de mi parte, aun cuando no quisiera compartir con nadie más la compañía del chico a mi lado.

Ryan se puso de pie y señaló una de las mesas para sentarnos y, sintiendo la mirada asesina de Saint sobre mí, nos guié a ambos hasta ella. Como advertencia a lo que deseaba hacerme —sin nada positivo en ello—, clavó sus uñas en mi mano antes de soltarla y sentarse frente a mi mejor amigo. Hice lo mismo colocándome a su lado y, dos segundos después, un camarero llegó para dejar la carta.

La tensión en el ambiente podía cortarse con un cuchillo, y éste se materializaría en el poder de quien se atreviera a romper con el silencio primero.

Ese fue mi mejor amigo.

—¿Te gusta el hotel, Saint? —una pregunta casual, pero la falsedad en su sonrisa la hacía sentir como un arma apuntando directamente a su interlocutor.

Miré de reojo al vagabundo. Tenía sus manos sujetas sobre su abdomen, en una posición relajada, mientras miraba a Ryan como si este no fuese más que otra hormiga en su camino. Por alguna razón, quise sonreír. Sabía muy bien de primera mano lo mucho que Ryan odiaba que lo mirasen como si no importara. Y más si venía de alguien que creía inferior.

—No lo elegiría por gustos personales, pero es increíble —respondió Saint con la misma falsedad tirando en su sonrisa.

Ambos compartieron una especie de risita ahogada, demostrando lo mucho que les encantaba compartir la mesa. Yo quería que la tierra se abriera y me tragara en aquel momento. Agradecí la interrupción del camarero cuando volvió a tomar nuestra orden, dándome un pequeño respiro de la tensión existente entre los dos.

Cada uno ordenó solo bebidas, incapaces de ingerir algo, para que luego el silencio volviera a ganar terreno. Saint se ocupó de mirar su teléfono, tecleando como un loco. Sentía cierta curiosidad sobre con quién estaría hablando, y de qué. Miraba la forma en la que sus dedos se movían por la pantalla, sin poder vislumbrar nada gracias a la maldita luz del sol. Fruncí los labios y levanté la vista hasta Ryan, quien observaba lo mismo que yo.

Al sentir mi atención, mi mejor amigo me devolvió el contacto y se removió incómodo en su silla. Solo volvió a hablar cuando el camarero llegó con las bebidas y las dejó sobre la mesa.

De Perdedores y Otras CatástrofesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora