CAPÍTULO XXIII. Vuelta a Roma.

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Louis se sintió aliviado cuando la profesora Russo se interpuso en el camino de Matteo, dando las indicaciones de que subiesen al tren en orden y con calma. Asimismo lo hicieron todos los alumnos, cada uno sentándose en los asientos que les asignaron en la entrada de la estación.

Sosteniendo la mano de Harry, se encaminaron por el estrecho pasillo de su vagón hasta que hallaron los números indicados, sentándose con la tranquilidad de saber que tendrían tres horas de viaje por delante con las que poder descansar.

Pero Harry aún estaba un poco nervioso.

Louis pudo darse cuenta de ello, por lo que pensó que sería buena idea reconfortarle. Las palabras no serían una muy eficaz solución, pues ya lo intentó horas atrás. Por eso mismo, rodeó su brazo y se acurrucó contra él, besando su mejilla antes de que su novio le rodease la cintura.

—Sé que te lo he dicho ochenta veces —habló el menor, rozando el pómulo de Harry con sus labios—. Pero estará todo bien. No pasará nada malo, es una bonita visita al museo más famoso de Roma.

—Lo sé.

—¿Qué es lo peor que puede pasar? Seguramente nos aburriremos, condenados a escuchar las historias de unos cuadros que no entiende nadie mientras ponen la calefacción al mínimo y nos congelamos del frío

—Siempre consigues hacerme pensar en otras cosas —dijo Harry, soltando una carcajada—. Te amo.

—Te amo más.

Ignorando a los alumnos que continuaban pasando por el pasillo del vagón, rozaron sus narices. Y quisieron sellar su pequeño momento romanticón con un beso, sin embargo, un fuerte carraspeo frente a ellos, les hizo mirar al frente.

¿Qué mierda?

—Qué casualidad, nos ha tocado enfrente. —Matteo ladeó una de esas sonrisas que tanto conocía Louis. Era una de esas muecas llenas de maldad... de una retorcida maldad.

—Sí. Qué casualidad —murmuró Louis.

Harry lamió su dentadura superior, teniendo sus labios sellados. No le gustó nada sentir como Louis se hizo más pequeño a su lado, sabiendo que la presencia de Matteo le incomodaba.

—¿Escuchamos música? —preguntó Harry, sacando de su mochila la cajita blanca de sus auriculares inalámbricos.

Louis asintió, haciéndose con el auricular que le ofreció. Lo colocó en su oreja derecha y apoyó su cabeza en el hombro del mayor, disfrutando de la nueva playlist de Harry, esa que creó el día anterior mientras estaban en videollamada. Se hicieron saber sus canciones favoritas.

Nunca me imaginé que a Harry le gustase la Rosalía.

Sin embargo, estaban escuchando una de las canciones de la famosa cantante española. Louis estaba disfrutando de su inusual voz hasta que se atrevió a abrir sus ojos, encontrándose con la mirada de Matteo sobre él. Pensó que, si desviaba su vista hacia la ventana, todo se acabaría. Realmente lo creyó. Pero entonces...

—Oye, Lou. —La voz de su exnovio le estremeció por completo. Estaba odiando el hecho de que los asientos de delante estuviesen cara a cara—. No te hagas el sordo...

No quiso prestarle atención, por lo que continuó con su mirada en la ventana, admirando el descampado por el que estaban cruzando.

—Vamos, Louis. Intento ser amigable —continuó, estirando lo suficiente su pierna como para poder dar un par de toquecitos con su pie en la espinilla del mencionado.

—No me toques —demandó.

Se aferró un poco mejor al brazo de Harry, quien parecía haberse quedado dormido con la música de fondo.

LAS VOCES QUE ME MIENTENDonde viven las historias. Descúbrelo ahora