CAPÍTULO XXXI. Último partido.

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Durante una noche de primavera, un adorable niño de cinco años, acudió al salón de su casa para acurrucarse junto a sus padres. Incapaz de conciliar el sueño, Harry escaló el sofá con facilidad, dejándose mimar por su madre.

Sus rizos estaban más descontrolados que nunca y, mientras posaba sus ojos en la televisión, descubrió algo que le puso la piel de gallina. Se trataba de una película policial, donde un par de agentes de amenazante porte, arrastraban a unos delincuentes hasta una especie de calabozo.

El niño posó sus ojos verdes en la pantalla con mayor intensidad, parpadeando confundido al ver como las muñecas de esos delincuentes estaban esposadas. Según lo que escuchó en esa misma película, esos hombres habían sido muuuy malos, por esto estaban siendo castigados.

Sin embargo, diecisiete años más tarde, Harry descubrió que la gente también podía ser castigada de forma injusta, viéndose encerrado en un cuartelillo junto a Matteo. Sus manos estaban esposadas, reposando sobre sus piernas mientras la desesperación iba creciendo en su pecho.

La gran necesidad de fumarse un cigarro le estaba consumiendo a gran escala, haciéndose visible gracias al tic que se hizo presente en su pierna derecha.

¿Me van a meter en la cárcel?

—Harry Styles —vociferó una agente policial.

El rizado alzó su mirada de inmediato, viendo como las puertas metálicas de la pequeña celda eran abiertas. Se puso de pie en cuanto la mujer le hizo un ademán, viéndose liberado de las esposas.

—Oye, ¿por qué le quitáis las esposas? —inquirió Matteo.

—Tú también te vienes —enunció.

Matteo se puso en pie, acercándose hasta la policía para que le quitase las esposas al igual que lo hizo con Harry. No obstante, para su sorpresa, la mujer se dio la vuelta y comenzó a caminar por el pasillo.

Harry presionó sus labios con ímpetu para no hacer demasiado obvia su sonrisa, dejándose llevar hasta una sala de tamaño mediano al final de ese mismo pasillo. Cuando la puerta se abrió, hizo contacto visual con otro policía el cual estaba sentado junto a Dae.

Espera... ¡¿Dae?!

El joven de ojos rasgados se tensó de inmediato al hacer contacto visual con sus compañeros de la universidad. Su expresión era como la de un niño pequeño asustado.

—Pasad, pasad —habló el agente que estaba sentado en una de las sillas de la mesa—. Tenemos muchas cosas que hablar.

Harry acató la petición de inmediato, el peso del silencio recayendo sobre su cabeza de manera tortuosa. La silla de su lado fue arrastrada de forma sonora, siendo Matteo quien demostró lo enfurecido que estaba en ese momento.

—... ¿Podría llamar a mis padres? —cuestionó Harry.

—Después. Primero aclaremos unas cuantas cosas.

El silencio volvió a hacerse presente, y Harry vio como ambos agentes se acercaban para murmurar cosas entre ellos antes de mirar a Dae, quien tragó saliva de forma sonora y observó a Matteo con una expresión llena de perdón.

—¿Alguien puede decir que está pasando? —El silencio fue irrumpido por Matteo—. ¿Por qué soy el único esposado?

—De Santis, nos han llegado unas acusaciones muy fuertes y nos gustaría que pudieses defenderte de ellas en el caso que sean inciertas.

Harry giró su cabeza hacia el exnovio de Louis, totalmente anonadado por las palabras de la policía.

—¿Qué... que acusaciones?

LAS VOCES QUE ME MIENTENDonde viven las historias. Descúbrelo ahora