CAPÍTULO XXVII. Una carta para ti.

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—¿Recuerdas la primera vez que entré en tu cuarto? —preguntó Louis, acurrucándose un poco mejor entre los brazos de su novio—. Te creí un frikifan del básquet.

—Bueno, estabas en lo cierto.

Louis alzó su mirada, admirando así los preciosos jades que decoraban los ojos de Harry.

—¿Sabes que más pensé?

—¿Qué?

—Me invitaste a subir para mirar una cosa de la universidad —comenzó a explicar, recibiendo besos en su mejilla—. Te juro que me pusiste muuuy nervioso, no me lo esperaba.

—Pero yo solo quería pedirte ayuda.

—Y yo solo quería besarte.

Harry rodeó el delgado cuerpo de su novio, rozando algo con la yema de sus dedos que le hizo soltar un quejido.

—¿Qué ocurre?

—No lo sé... has tocado algo que duele.

—¿Algo que... duele?

En silencio, volvió a posicionar sus dedos en aquella zona. Louis se dejó hacer a pesar de saber que le dolería, pues era conocedor de que Harry solo estaba chequeando que no hubiese nada malo.

—¿Notas algo? —Cuestionó Louis, sintiendo de nuevo la gran punzada—. Me duele...

La mano de Harry tembló presa del pánico mientras retiraba su mano. Sus dedos estaban manchados de un color carmín bastante alarmante: era sangre.

—Lou... —musitó su novio, mirando la almohada.

El mencionado se reincorporó en la cama, dirigiendo su mirada allí donde Harry la tenía posada, habiendo un gran rastro de sangre en las telas que cubrían el colchón. Tragó saliva con dificultad, posando la mano sobre la herida que parecía tener cerca de su nuca.

—¿Por qué estoy sangrando? —Presionó un poco más la zona dañada, sintiendo el chapoteo del líquido contra su tez—. Harry, vamos al hospital. Esto es raro.

Cerró los ojos durante tres segundos, abriéndolos de nuevo en cuanto sintió que la comodidad de la cama ya no arropaba su cuerpo. Y no fue hasta que sintió la planta de sus pies tocar el suelo, que no cayó de rodillas, sintiendo un atroz dolor en su pierna izquierda.

Chilló como un maldito condenado, haciendo eco en lo que paría ser -de la nada- una habitación llena de espejos. Louis lloró desesperado, encontrándose con la devastadora imagen de su cuerpo cubierto en sangre, como si le hubiesen torturado de una forma cruel e inhumana.

Las gotas de color granate adornaban su rostro como si le hubiesen salpicado el rostro, cayendo lentamente por sus clavículas hasta aterrizar en el suelo. A pesar de estar gritando del dolor, todo se quedó en silencio, como si algo quisiese silenciar su sufrimiento.

—¡Louis, Louis!

Liam sacudió los hombros de su hermano hasta que le vio despertar de forma abrupta. Sus índigos se dejaron ver después de las seis horas transcurridas desde el accidente y, sin saber que había ocurrido por la mente de Louis, fue rodeado con fuerza.

El pequeño de la familia Tomlinson comenzó a llorar desesperado, aferrándose a la sudadera de Liam, temiendo volver a caer en aquella habitación abarrotada de espejos. Nunca experimentó tal grado de dolor. No quería volver allí...

Louis pareció entrar en un estado de shock, negándose a soltarle. Temblaba como una hoja caída, asustando a su hermano mayor por cada sollozo regalado.

LAS VOCES QUE ME MIENTENDonde viven las historias. Descúbrelo ahora