CAPÍTULO EXTRA. Karma.

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La sentencia había sido clara, el martillazo del juez dictaminó que sería de su futuro. Matteo pensó que se trataba de una pesadilla que, al despertar, se encontraría tumbado en su cama, aliviado al saber que su vida continuaba igual que siempre: su madre preparaba el desayuno para los dos porque siempre se le pegaban las sabanas, saber que en unos minutos podría ver a Louis desde la lejanía...

Sin embargo, cruzó un portón metálico junto a unos cuantos presos más. Entre sus manos había un juego de sabanas para la cama y un neceser con los productos de higiene corporal justos y... cientos de gritos, de amenazas. Haciendo eco en su cabeza, recordándole la tortura que le esperaba ahí dentro.

A Matteo no le parecía justo que metiesen a un chaval de veinte años en una celda donde habitaban un par de hombres de unos cuarenta años. Estaba perdido, asustado. Tuvo ganas de vomitar cuando los dos pares de ojos se posaron ante él, resignándose a que hiciesen cualquier con él si eso significaba sobrevivir.

—Ya era hora de que nos trajesen algo con lo que divertirnos... —dijo uno de los hombres.

Matteo abrazó con fuerza los objetos de entre sus manos, atreviéndose a alzar la mirada una vez sintió una pastosa respiración remover su lacio cabello. Se trataba de un reo de aspecto ruso, demostrándolo cuando arrastró las vocales para expresar sus pensamientos.

Hacía mucho frio. Matteo no podía dejar de temblar. Tal vez era por lo asustado que estaba. Y fue en el momento que la cálida mano del hombre se cerró alrededor de su garganta, golpeando su espalda contra la pared de concreto, que retumbaron todos sus pensamientos.

—No sé qué estarás pensando, niñato —continuó hablando. Matteo cerró sus dedos alrededor de la muñeca contaría, tratando aflojar el agarre de alguna manera—. Tengo un hijo de tu edad, no creas que se pondrá dura contigo. Tu tan solo serás mi... —lamió sus labios, pensando en como terminar la frase—. Mi criado personal. ¿Qué te parece?

Matteo se quedó en silencio, intentando retener el poco aire que le quedaba en los pulmones. Si no se soltaba, comenzaría a apagarse poco a poco. Quizá esa sería una buena opción. Tal vez así no tendría que sufrir las consecuencias de sus malas decisiones.

Hasta que fue soltado.

Cayó de rodillas al suelo, cogiendo grandes bocanadas de aire, las lágrimas empapando su rostro ante el alivio de poder respirar de nuevo.

—Primera norma. —El hombre se agachó a su mismo nivel—. Me gusta que me respondan, siempre. Así que... ¿qué opinas de ser mi criado?

—... V-vale —titubeó.

—Perfecto. Ahora, segunda norma —sonrió divertido—. Te quiero cerca todo el tiempo. Pero no te quiero pisándome los talones. Espero que, con decir tú nombre una sola vez, tu aparezcas delante de mí para preguntarme que es lo que deseo. Tanto si te lo pido yo, como si te lo pide mi hermano.

Matteo dirigió su mirada al fondo de la celda, donde el otro hombre le miraba con una mueca de diversión. Eran gemelos, completamente idénticos. No había nada que pudiese servirle de guía para diferenciarles en algo.

—Vale —respondió.

—Oh. Otra cosa —puntualizó el ruso que estaba agachando frente a él—. Mi hermano es muuuy cariñoso. Espero que sepas manejar la situación cuando recurra a ti.

Un pequeño sollozo se escapó de entre los labios de Matteo, el cual se hizo más pequeño en su lugar cuando acariciaron su mejilla derecha con delicadeza.

—¡Pero no te preocupes, niño! Mira el lado bueno de las cosas —puntualizó, haciéndole un ademan a su hermano para que se acercase—. Si Dimitri te toca, nadie te toca. Si yo te tengo como si fuesen mi sombra, nadie te toca.

LAS VOCES QUE ME MIENTENDonde viven las historias. Descúbrelo ahora