CAPÍTULO XXX. A sangre fría.

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—Chicos, esperad aquí un momento —habló Carlotta, caminando tras la doctora que estuvo pendiente a Louis durante esos últimos cuatro días.

Los índigos de Louis la persiguieron hasta que desapareció, habiéndose metido de nuevo en el hospital. El pánico volvió a invadirle, mirando de soslayo a Matteo, al cual sostenía las muletas que le regalaron para que pudiese desplazarse más cómodamente.

Desde que Harry le contó quien fue el culpable de su estado, temía el simple hecho de respirar su mismo aire. Aún no era capaz de asimilar que la persona con la que compartió todas sus primeras veces, le hubiese dañado con tanta maldad.

—¿Quieres probar las muletas? —propuso Matteo.

—Prefiero practicar en casa.

Miró de soslayo la reacción de su exnovio, descubriendo que una mueca de desilusión se pintó en su rostro. Le encantaría hacerle frente, expresar todo el odio que le resguardaba en su interior desde que supo lo que le hizo. Louis desearía abrir la mano y golpear su mejilla con fuerza, sabiendo que el mayor impostor de toda la historia estaba siendo él.

¿Cómo podía tener la poca vergüenza de fingir que le dolían sus rechazos? Se mantuvo en silencio hasta que volvió su madre, siendo esta la que dio conversación.

—Tienes que ir con mucho cuidado ahora —advirtió Carlotta—. Te han quitado la venda, pero los puntos continúan ahí.

—Lo sé, mamá.

—Lo digo en serio, no quiero que te hagas más daño.

Louis mordió su labio inferior para no delatar sus pensamientos, deseando darle fin a esa tortura donde fingía. Debía esperar a Harry pero, ¿cuánto tiempo le llevaría? La presencia de Matteo no le daba márgenes para poder comunicarse con su novio, y eso era algo que le estresaba.

Cuando continuaron con su camino, Louis divisó el vehículo de su ex junto al de su madre. Se alegró en ese preciso momento, sabiendo que, durante ese día, ya no tendría que lidiar con la cara de Matteo.

—¿Os ayudo en algo? —Se ofreció Matteo.

—No te preocupes, podemos solos —habló Louis, dejando a Carlotta con la palabra en la boca.

Matteo asintió sin demasiado entusiasmo, acercándose a Louis para dejar un beso en su frente. El chico apretó sus labios con fuerza, dejándose hacer para disimular mejor de lo que estuvo haciendo hasta el momento. Carlotta pareció enternecida ente la imagen, ladeando una sonrisa que fue vista por su hijo menor.

Las muletas fueron entregadas a la mujer y, comportándose como si fuese un cachorro abandonado, se subió a su coche, desapareciendo a lo largo de la carretera tras unos pocos segundos. Louis no mencionó nada de lo acontecido, sabiendo que Carlotta estaba creando un interrogatorio mental que sería utilizado de camino a casa.

—Dame las manos —habló su madre.

Louis esperó a que las muletas fuesen dejadas en los asientos traseros e hizo caso a lo pedido. Se puso en pie, haciendo fuerza con su pierna sana y dio un par de saltos hasta que pudo dejar caer su peso en el asiento de copiloto.

De la nada, apareció un celador para llevarse la silla de ruedas al interior del hospital.

Una vez se puso el cinturón, siguió con la mirada a Carlotta hasta que esta quedó delante del volante. Nadie dijo nada, dedicándose a escuchar las canciones comerciales que la radio estaba ofreciéndoles. Louis odiaba las emisoras de la radio, ya que estas eran un mayor porcentaje de anuncios que de música.

—¿Por qué rechazas la ayuda de Matteo? —indagó su madre, pareciendo realmente curiosa—. Pensaba que habíais conseguido resolver vuestras indiferencias.

LAS VOCES QUE ME MIENTENDonde viven las historias. Descúbrelo ahora