CAPÍTULO VIII. Miles de mariposas.

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Louis sonrió en agradecimiento cuando cerraron la puerta del coche por él, sintiéndose a gusto entre los amigos de su hermano mayor. No era un grupo demasiado grande, pero si lo suficiente como para estar apretujado en los asientos de atrás, justo en medio de los dos jóvenes más grandes.

Siempre que le invitaban al polideportivo los domingos, era la persona desafortunada a la que enviaban para sentarse en el asiento más incómodo del mundo, utilizando como excusa: "Louis, entiéndelo. Eres el único que cabe ahí".

A veces le gustaría tener los fuertes músculos de todos esos tipos. Aunque luego recordaba que para eso tendría que hacer deporte y se le pasaba.

—Hace mucho que no vienes con nosotros —comentó Alessandro, el mejor amigo de Liam. Este estaba frente al volante, mirándole a través de retrovisor—. Se echaba de menos eso de escuchar tus dramas.

—Bueno, suelo ser dramático por problemas con bastante sentido —respondió, cerrando un poco más sus piernas.

Los otros amigos  de Liam parecían no conocer eso del espacio personal, abriendo sus piernas como si toda la parte trasera  del vehículo les perteneciese.

—¿Y qué problema hay ahora? —saltó Liam, estando de copiloto, con todo el espacio personal que desease.

—Parecer una sardina en lata no es algo que me encante.

Alessandro soltó una carcajada y los otros dos jóvenes de atrás parecieron tomarlo como una indirecta, cerrando levemente sus piernas. Las mejillas de Louis se ruborizaron por completo al haber sido tan brusco para expresar su molestia y miró de soslayo, descubriendo que el de su izquierda sonreía levemente de lado.

Por lo menos se lo han tomado bien.

El resto del viaje trascurrió con conversaciones en las que Louis no podía participar por su falta de conocimiento con el fútbol, limitándose a asentir cuando le preguntaban por su opinión.

En cuanto Alessandro aparcó el coche a un lado de la puerta del polideportivo, Louis se vio liberado de la presión en sus hombros, soltando un suspiro de paz antes de salir del vehículo. Los domingos solía estar abierto solo para aquellos que quisiesen utilizar sus instalaciones exteriores, las cuales eran públicas solo ese dia.

A Louis le gustaba ir de vez en cuando, abandonando así el aburrimiento de su casa, ese que solo existía los domingos.

El lugar estaba prácticamente desierto, sin fijarse demasiado en su alrededor para cuando se sentó en los banquillos. De repente, una lluvia de bolsas de deporte, le atacó por todos lados, sabiendo de inmediato que sería el responsable de vigilar que nadie las robase.

¿Quién mierda me las va a quitar? No hay nadie.

Se relajó en su incomodo asiento y miró como el grupito de su hermano comenzaba a pelear quien jugaría con quien mientras calentaban en el suelo. Louis no comprendía porque les costaba decidir tanto, solo eran cuatro.

Sonriendo divertido, sintió su teléfono vibrar.

Lo sacó del bolsillo trasero de sus pantalones y miró su bandeja de entrada. Tenía un montón de notificaciones de su correo electrónico y mil mierdas más, por lo que estuvo a punto de volver a guardarlo para cuando recibió algo más.

Vecinito:
Mira a tu derecha.

Hizo caso al mandato, sonriendo con alegría al encontrase de lejos con la figura de Harry, agitando la mano en su dirección. Se puso de pie de inmediato, recibiendo una pequeña exclamación por parte de su hermano mayor.

—¡¿Dónde vas?!

—¡A la cancha!

Liam miró hacia la derecha, alzando los pulgares una vez pareció ver a Harry en aquella zona, dándole el visto bueno para que pudiese desaparecer de su vista.

LAS VOCES QUE ME MIENTENDonde viven las historias. Descúbrelo ahora