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El palacio estaba tan oscuro que tuvo que entrecerrar los ojos para perfeccionar su visión. Andaba a paso veloz moviendo los dedos en gestos impulsivos y nerviosos, ansiosos por alcanzar la estancia de Istria. La noticia que le hicieron llegar no podía ser cierta, un vampiro como él no podría morir sin más.  Un vampiro de más de 530 años era fuerte, rápido e inmune a cualquier arma o veneno. ¿Cómo era posible que Istria estuviera en sus últimos minutos de existencia?

Vislumbró la puerta negra a unos metros de distancia. A un lado Verona esperaba con un largo vestido amarillo pálido con mangas atadas a las muñecas que dejaban ver parte de la pálida piel de sus brazos. Él se detuvo frente a la mujer que normalmente sonría al verlo llegar, esta vez sus ojos rojos eran más oscuros y serios que de costumbre.

—¿Es verdad?

—Sí, Istria se queda sin tiempo —confesó en un marcado acento—. Los monjes de las montañas le asaltaron con munición sagrada.

—¿A Istria? Es imposible.

—Los monjes llevan siglos estudiando a los vampiros, saben que en Transilvania permanecen los orígenes de nuestra especie. Estas tierras ya no nos protegen.

—¿Qué vais a hacer? —La mujer soltó un pequeño lamento que reverberó en el oscuro pasillo.

—Una vez él desaparezca abandonaré el castillo. Sin Istria no tengo nada aquí.

—¿Abandonarás tu ciudad? —preguntó asombrado porque estuviera dispuesta a alejarse de todo una vez él muriera. Para ella Istria era su mundo tras convivir más de trescientos años.

—Ambos lo haremos, Edward. Entra quiere verte, así lo entenderás todo.

Tuvo que luchar contra el impulso de salir de nuevo de la habitación. Istria, el vampiro más poderoso y longevo de la historia, el hombre que le dio una nueva vida y le proporcionó un hogar ochenta y siete años atrás yacía en la cama como un hombre enfermo y delicado. Edward apretó el puño acercándose a la cama. El vampiro retiró el pañuelo que tenía en la boca dejando visible la falta de uno de sus colmillos al sonreírle. Edward observó el pañuelo donde una mancha oscura cubría buena parte de la tela. Istria estaba perdiendo su ponzoña.

—Tengo una última petición para ti. —Edward comprobó la carencia de pelo en algunas partes de su cabeza. Estaba perdiéndose poco a poco—. Como sabes vivo en Transilvania desde hace 500 años, pero no nací aquí y no me convertí en vampiro aquí. Busqué el lugar donde los de nuestra especie se hacían fuertes y logré instalarme en este palacio tras una escueta pelea con el dueño. Fue mi primer alimento aquí.

>>Conocí a Verona varios siglos después y le pedí que fuera mi novia, la encargada de engendrar a mis hijos y enseñarles a cazar. Ella los enfocaba en las montañas de los monjes, pero ellos, más astutos de lo esperado, ingerían alimentos que para mis hijos eran veneno. Al comerlos ellos morían horas después. Eran demasiado pequeños para ser inmunes. Entonces me di cuenta de que esta tierra no eran tan poderosa como donde nací. Viajé con Verona para otorgarle vida a nuestros hijos, sin embargo, alguien ya ocupaba nuestras tierras.

Edward se sentó al borde de la cama cerca de Istria interesado realmente en la historia. Ya conocía que el vampiro no era de Transilvania aunque nunca le mencionó su lugar de origen.

—Hace siglos nació el peor enemigo de nuestra especie. Ahora ellos ocupan ese lugar, un lugar del cual han desterrado a todos los vampiros. Debes viajar allí, Edward, recuperar nuestro legado. Esa tierra es una fuente inagotable de fuerza y privilegio para los vampiros. Imagina un lugar donde el sol no te abrase, la sed no te desgarre la garganta y tu vitalidad no dependa de tener contigo el tarro de la tierra donde descanse tu cuerpo.

El legado de ForksDonde viven las historias. Descúbrelo ahora