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Aquel viaje no se parecía en nada al que hizo desde Inglaterra acompañado de Istria. El barco olía a sangre fluyendo por venas jóvenes y sanas que le producían una sed atroz. Se limitó a permanecer en el camarote mientras Verona paseaba a la luz de la luna por toda la cubierta.

En Galveston alquilaron un coche pequeño, pero de última generación. Verona no podía conducir un coche cualquiera. A medida que se acercaban a Forks notó el cambio en Verona, tensó los dedos sobre el volante, parecía tener una respiración errática cuando en realidad no respiraban y su pelo se volvía por minutos más brillante y sano. También cambió el paisaje a través de la ventanilla. Dejaron atrás carreteras grises y de tierras marrones para dar lugar a inmensos bosques frondosos y verdes. Poco antes de cruzar el cartel de Forks miles de gotas diminutas comenzaron a impactar contra el parabrisas. Verona sonrió.

—Estamos en el hogar de Istria. Bienvenido a Forks, mi querido hermano.

—Igual para ti.

Se negó a mirarla por una simple razón, ella ya no parecía la misma desde la muerte de Istria. Sonreía con tristeza, hablaba en un tono más bajo y sus ojos habían perdido su luz natural. Sabía que una parte de ella había muerto con su amigo. Bajó la ventanilla para tratar de oler la magia de la que tanto oyó hablar. El aroma que le asaltó le hizo quedar impresionado. La lluvia tenía un olor más intenso, el viento creaba sonidos impresionantes al correr invisible entre los árboles, la tierra emanaba humedad, calor y un hechizo que le suplicaba acercarse a ella.

—Necesito que nos quedemos cerca de este bosque.

—¿Estás loco? Queda poco para entrar en el pueblo. Este bosque está prohibido por el momento.

—Siento su magia —afirmó sin apartar la vista de él.

—Claro que la sientes, es el punto clave para los seres como nosotros. Si lo atraviesas llegarás a los terrenos de la tribu Quileute. Esta carretera —Señaló al frente por donde Edward comenzó a distinguir las siluetas de varias casas del pueblo— conduce a La Push. Es un gran parque natural que pertenece a la comunidad india. Solo los lugareños saben que ese bosque conecta directamente a los Quileute.

—¿La magia les pertenece solo a ellos?

—No, pero son más fuertes en ese lado. Nosotros lo seremos en este. El bosque irradia magia desde su centro y cada uno se alimenta de un lado.

—¿Por qué Istria no me contó nada de esto? —Verona dibujó una mueca.

—Porque no pensaba que le pasaría eso. Él quería viajar contigo aquí. Quería mudarse, pero temía que esos lobos nos atacaran. Hay que actuar pronto, busca desde ya a esa humana.

—¿Qué sabes exactamente del actual jefe?

—Le llaman el gran alfa Black. Es el único de su manada que puede transformarse en un espíritu del bosque. Se alzó como líder a los dieciséis años, cuando se reveló al entonces alfa. Fue una disputa por una chica. —Edward elevó una ceja, incrédulo de la lucha de dos alfas por una chica—. No es en ese sentido. La chica se quedó embarazada de un vampiro, la manada quería matarla pero el alfa Black estaba enamorado de ella.

—Si él se hizo con el control, ¿qué hizo con la chica?

Verona llegó al pueblo reduciendo la velocidad. La gran carretera principal estaba atestada de tiendas y coches. Edward observó a las humanas de la zona para escoger a la mejor candidata aunque ninguna olía de una forma especial.

—Le propuso quedarse con él. Si el hijo de ese vampiro no era una amenaza le dejarían vivir. Acabaron con el vampiro.

—¿Vive ese hijo?

El legado de ForksDonde viven las historias. Descúbrelo ahora