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¦¦¦ Diez años después ¦¦¦

Sus ojos anaranjados se clavaban en su rostro mientras mantenía una respiración agitada y casi molesta. Le había prohibido salir al bosque a cazar de esa manera, su lado vampirico hacía que perdiera los papeles y Jacob sentía pavor a que pudiera salir mal parado en esas carreras frenéticas con los animales del bosque.

—No me mires así —ordenó—. No volverás al bosque si no sabes comportarte.

—¿Y cómo pretendes que caze? Necesito sangre para mantenerme.

—No le hables así a tu padre, Tyler —regañó Edward entrando al salón. El niño se mordió el labio evitando replicar.

—Es que él no lo entiende. No me ha dejado cazar —respondió al cabo de unos minutos en silencio.

Jacob miró a su pareja cansado del argumento del que se apropiaba su hijo cuando las cosas no salían como él quería. Su lado vampiro era el más predominante en el niño y se agarraba a la idea de que él como lobo no entendía sus necesidades y sus formas de cazar.

—Ha incitado a un oso. Un oso tres veces más grande que él —explicó a Edward que lanzó una mirada reprobatoria a su hijo—. Claro que comprendo lo que necesitas, el que no comprende que llevo diez años conviviendo con un vampiro eres tú, Tyler. Existen normas, como la de ir a cazar siempre que vaya papá. Solo tienes nueve años y eso te convierte en un vampiro inexperto.

—La comida poco hecha no es suficiente —replicó un poco más calmado.

Jacob observó a su hijo mayor tratando de calmarse. Era como mirar una versión de sí mismo mucho más pequeña con la diferencia de que tenía los ojos de Edward y las costumbres de los vampiros.

—Pues vas a tener que conformarte.

Abandonó el salón camino a la cocina donde Doby permanecía sentado a la mesa terminando su vaso de leche. Le dedicó una inmensa sonrisa al pequeño cuando este hizo lo mismo al verlo entrar. El curioso destino quiso que Doby, de seis años, fuera exactamente igual que Edward. Su mismo pelo, el tono de piel y la misma forma de mirar. Sin embargo, el color de los ojos era el suyo y su manera tan propia de los Quileute que Jacob no tenía dudas de que sería un metamorfo alcanzada la edad correcta. Era una lástima que jamás fuera a conocer la reserva.

El hijo mayor de Sam junto a su sobrino ya habían entrado en fase. Rachel traía a sus hijos a la casa de las afueras cuando ya fue evidente que Jacob jamás regresaría. Le costó demasiado confiar en Edward, pero al final comprendió que era la felicidad que Jacob merecía.

—¿Tyler ha vuelto a meterse con un oso? —preguntó Doby con cierta inocencia. Jacob asintió mientras se sentaba a su lado.

—Para variar.

—¿Por qué a mí no me gustan los osos y los pumas tanto como a él?

—Porque eres como yo, Doby, te gustará más la comida basura y salir a correr por el bosque.

—La comida que le gusta a Tyler es asquerosa.

—A papá también le gusta —dijo refiriéndose a Edward. El niño asintió al tiempo en que sorbía la leche.

Jacob se preguntó por enésima vez cómo pudo tener dos hijos tan perfectos. Una mezcla combinada de lo mejor de Edward y él, algo que no merecía. Aunque Tyler llevaba meses mostrando una rebeldía que no le gustaba.

Esa historia de que los vampiros tenían la descendencia a través de huevos cubiertos por membranas le despertaba cierta repulsión. Por suerte sus hijos no nacieron así, sino como niños normales quitando el hecho de que les llevó en su vientre un vampiro y que nacieron a través de una cesárea casi a los seis meses de gestación. Un quejido que amenazaba con el llanto le hizo volver a la realidad. Se puso en pie yendo a la esquina de la derecha de la cocina donde colocaron el parque para tenerla controlada. Sea balbuceó algo ininteligible provocando una sonrisa cargada de ternura por parte de Jacob. Se inclinó para sacarla y dirigirse de nuevo a la mesa donde la pequeña robó una galleta a su hermano.

El legado de ForksDonde viven las historias. Descúbrelo ahora