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Miles de nuevas y extrañas sensaciones ocupaban su mente en los últimos días. Había pasado de tener un plan definido de venganza en su cabeza contra su enemigo natural y ahora estaba ansioso cuando él no estaba a su lado.

Apoyado en el marco de la puerta observaba a Jacob dormir en la que era su habitación. Había colocado allí uno de los colchones que estaban en la casa al comprarla. Dormía con el semblante tranquilo y relajado, de hecho era el único momento del día en que Jacob permanecía así de tranquilo. Intentó volver a la reserva, aunque solo fuera para hablar con los ancianos o Sam, pero al pisar la frontera todos le trataban como al mayor traidor de la historia. Edward no se quedaba tranquilo hasta que no le veía volver a casa sano y salvo. Odiaba a los Quileute por la sombra de dolor y decepción que plantaron en los preciosos ojos de su pareja.

Otro pensamiento le surcó la mente mientras contemplaba a Jacob dormir en un colchón que parecía para un niño por su enorme tamaño al estar él dentro. Ni siquiera hacía una semana que el alfa se quedó en su casa y ya sentía que llevaban viviendo juntos toda una vida por la conexión, la confianza y el amor que se mostraban el uno al otro. Le encantaba la personalidad del lobo. Era atento, despierto, divertido y un encanto con él. Pero eso no quitaba que su instinto animal floreciera en cada beso que con el paso de los días se volvía intenso, ardiente y necesitado. Edward lamentaba que el lobo se detuviera cuando las cosas pasaban a mayores. Descubrió en una ocasión, cuando estaba en su forma de lobo, la única donde era capaz de leer su mente, que no daba ese paso no por falta de ganas o deseo, sino por cautela y temor de hacerle algún mal o daño al vampiro. Edward quiso reír, pero no quería darle a entender que leía sus pensamientos.

Le cuidaba tanto que se preguntaba mil veces que habría sido de él si el alfa no le hubiese imprimado. Hacía solo un mes pensaba que eso era solo una manera de dominar a la pareja que el lobo elegía, a pesar de que ellos aseguraban que era involuntario, unos días atrás se convenció de todo lo contrario.

Jacob se removió bajo la fina sábana que cubría sus piernas. Edward se enderezó deseoso de que despertara. Las noches nunca le habían resultado tan largas. El alfa se estiró aún adormilado mientras Edward se sentó al otro lado de la cama, le fascinaba el olor del lobo al despertar.

—Buenos días, gran dormilón. —Se inclinó sobre él para darle un beso en el cuello.

—¿Llevo mucho durmiendo? —preguntó con cierta alarma en la voz. Edward negó dándole otro beso.

—Apenas son las nueve.

—Hace horas que debería haber ido a la reserva.

—¿Para qué? —cuestionó molesto—. ¿Para que continúen humillándote? Olvídalo. Lo mejor es que nos vayamos de Forks.

Jacob abrió los ojos como platos y Edward deseó poder estar leyendo su mente.

—¿Irnos? ¿Por qué?

—Cada vez me es más difícil controlar las ganas de acabar con ellos. Una falta de respeto más hacia ti y se acabó.

—No digas eso. —Atrajo a Edward sobre su cuerpo quien al principio se mostró reaccio a ese abrazo. Al final dejó la cabeza apoyada en el pecho de Jacob.

Mantuvo la vista clavada en el techo creando un silencio cómodo entre ambos. Jacob acariciaba el pelo cobrizo del vampiro sintiendo cómo volvía a quedarse dormido.

—Quiero viajar —soltó de repente. Jacob cesó el movimiento de sus dedos—. Al venir a Forks me di cuenta de que me encanta el hecho de conocer otros lugares. Quiero hacerlo contigo a mi lado.

—¿En plan mochilero? —El tono divertido hizo que Edward se diera la vuelta para quedar cerca de su cara.

—En plan tú, yo y un coche que nos permita un espacio razonable para que puedas dormir en él cuando paremos o yo me ponga al volante. —Jacob colocó una mano en la espalda del vampiro deleitándose con la idea.

El legado de ForksDonde viven las historias. Descúbrelo ahora