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Era algo que debía agradecer respecto a la llegada de Edward y Verona: Rebecca no se marchó. Llevaba dos semanas buscando un encuentro que las salidas de esta con el supuesto Anthony le estaban impidiendo.

Arrastró una enorme piedra con la superficie plana para poder tumbarse y disfrutar del recorrido de las nubes en el cielo. Estas eran tan blancas que el contraste con el cielo azul lo volvía un precioso paisaje. Pocas veces había visto un cielo tan azul en Forks y eso que llevaba varios años allí. Al cerrar los ojos su mente quedó inundada de las imágenes de Rebecca junto a Edward. Ella sonriente y radiante, él ausente y pensativo. Una noche le encontró mientras daba caza a un ciervo joven y ágil que persiguió durante semanas. Volvió a perderlo al distraerse al verlo a unos metros de distancia, esperando de espaldas a él.

Ignoró su sed para descubrir lo que hacía Edward allí. Al cabo de unos minutos apareció el líder de los Quileute. No entendía el contexto de la conversión, pero el lobo fue tajante al afirmar que estaba jugando con ambos y que nunca pensó en renunciar a Rebecca. Alec tuvo que reprimir su furia para no atacar a Edward al escuchar cómo el alfa le decía que no volverían a verse a escondidas y le advertía del juego con su hermana. Un paso en falso y se desataría la guerra. Alec supo que el alfa sabía más de lo que dejaba ver.

El olor de Edward mezclado con ese tan característico del mar, el bosque y la tierra húmeda le provocó un ligero picor en la nariz. No le gustaba el olor de los lobos, pero no le importaría hablar con el líder para sacar un poco de información.

—Ah. —El grito amortiguado por la mano le hizo erguirse de inmediato. No se trataba del alfa.

—Tú —soltó sin pensar. Rebecca estaba dando media vuelta cuando escuchó la voz del contrario. La sorpresa le hizo volver a la posición inicial.

—¿Qué quieres decir?

—Nos conocimos hace un tiempo. —Se puso en pie haciendo que ella retrocediera—. Espera, no te haré daño.

Rebecca entrecerró los ojos haciendo memoria. Al contemplar sus ojos los vio llenos de bondad y casi con un anhelo que no comprendió.

—Ya te recuerdo, eres el vampiro que vi en el bosque. —Se lamentó de sus palabras nada más escapar de su boca. No contaba con la rapidez de su hermano para salir de ahí, sin embargo, Alec sonrió complacido.

—Tranquila, ambos conocemos el secreto del otro.

—No tengo ningún secreto.

—Desciendes de lobos, solo que tus genes no se han desarrollado. Eres la hermana del jefe Black.

—¿Llevas todo este tiempo en Forks?

—Sí —respondió aliviado al sentir la relajación en la chica.

—¿Cómo es que no te han dado caza?

—No he roto sus reglas. No he pisado vuestras tierras ni comido nada que no provenga de un animal.

—¿Bebes sangre animal? —preguntó asombrada y maravillada—. ¿No irás a atacarme?

—Eso es lo último que haría.

—¿Por qué? —inquirió cruzándose de brazos perpleja porque un chupasangre le cayera bien.

—No te ofendas, pero no hueles nada bien.

—¿Qué? —preguntó en una carcajada.

—He dicho que no te ofendas. Hace tiempo que la sangre de los humanos no me atrae —informó tras unos segundos de silencio—. Llevo demasiado tiempo alejado de todo.

—¿Eres el único vampiro de la zona? No creo que te dejen merodear por aquí demasiado rato.

—Hasta hace poco lo era. Tu hermano sabe de mi existencia y no me ha declarado la guerra.

El legado de ForksDonde viven las historias. Descúbrelo ahora