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Llevaba una semana viéndose con Rebecca varias horas al día. Sus sentimientos estaban más encontrados que nunca. Por una parte detestaba a la chica porque ella era la culpable de que Alec se hubiera enamorado como vampiro, en ese estado las emociones y sentimientos eran mucho más intensos y difíciles de eludir. Por otro, el carácter amigable y pacífico de la chica hacía que le agradara demasiado. Pensaba que ella no tenía nada que ver en eso ya que mostraba claro interés hacia él. Tal vez podría quedarse con Rebecca si las cosas avanzaban tan bien como hasta ese momento.

—Me gustaría hacerlo antes de irme —continuó ajena a los pensamientos del vampiro—. Anthony, ¿me estás oyendo?

—Sí, te gustaría ir al acantilado. —Ella se removió más tranquila en su silla.

—Eso es. ¿Quieres acompañarme?

—No sé si al líder de los Quileute le parecerá bien —bromeó pensando en el alfa.

No había vuelto a saber de él desde que se encontraron en el bosque. Rebecca sonrió negando.

—No dirá nada por mucho que esté en su mano controlar los territorios de los alrededores. Además, me voy en unos días no pondrá pegas.

Él asintió sabiendo que las pondría y él no estaba por la labor de entrar en los terrenos de diez lobos al acecho. Verona le explicó que no eran lobos comunes, sino animales del tamaño de un enorme caballo. En un uno contra uno tenía posibilidades de ganar, en esas condiciones estaba perdido.

—¿Qué dices? ¿Nos vemos esta tarde en el bosque?

—No tengo bañador —dijo con una sonrisa que nubló los sentidos de Rebecca durante unos segundos. Después parpadeó observando a Edward con una sonrisa tímida, pero llena de ilusión.

—Puedes comprarlo en la tienda junto a la carretera.

No lo dijo, pero pudo leerlo en su cabeza. Todos los chicos saltaban desnudos. Un recuerdo asomó entre sus pensamientos. Rebecca los observaba escondida en los árboles, ella estaba loca por un chico mayor que ella, el cual la ignoraba por completo. Vio cómo se deshizo de la ropa aullando imitando a un lobo antes de lanzarse al vacío. Ella se mordió el labio sintiendo mil cosas en su estómago. Al marcharse olvidó esa parte del pasado, cuando regresó para la boda de Rachel supo que Jacob y los demás heredaron esa disciplina.

Edward imaginó a un puñado de lobos escuálidos cayendo por el acantilado. Reprimió una sonrisa al pensar que el gran alfa sería uno de esos lobos.

—Nos vemos allí.

¦¦¦

La temperatura descendió bastante al ganar el borde del acantilado. Rebecca iba con un vestido de algodón que le cubría hasta las rodillas. Su sonrisa y la emoción de encontrarse allí con él la hacía mucho más guapa. Edward pensó en poner en marcha su plan.

—El mar está tranquilo —informó al asomarse. Se giró para mirarle—. ¿Alguna vez has hecho algo parecido?

—No.

—¿Tienes miedo? —Negó sonriente—. Perfecto.

—¿Y tú? ¿Cuántas veces te has lanzado? —La observó descalzarse sin usar las manos para después deslizar el vestido sobre su cabeza.

El bikini blanco contrastaba con su piel en la que se marcaba su cintura y sus largas piernas. Edward la contempló con agrado a pesar de que no lograba despertar gran cosa él.

—Hace años que no lo hago, pero en total habrán sido unas diez o así. ¿Vamos?

Él se quitó la ropa notando la mirada disimulada de Rebecca en sus movimientos. Había escogido un bañador corto y ajustado que hiciera que la chica sintiera más interés en él y a juzgar por su sonrisa y los pensamientos que luchaba por alejar lo había logrado.

El legado de ForksDonde viven las historias. Descúbrelo ahora