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La noticia le llegó un sábado por la tarde, justo cuando se cumplían quince días que vivía junto a Edward. El encargado de dársela fue Embry acompañado de Seth y Leah, los únicos que no le habían abandonado de ningún modo. El consejo de ancianos reunió aquella misma mañana a toda la población para una votación respecto al nuevo jefe de la tribu. Las opciones eran tres: el anterior jefe a Jacob, Sam y uno de los ancianos más jóvenes del consejo. El elegido fue Sam.

Jacob bufó irritado mientras Edward permanecía apoyado en la pared tras él, alejado de los tres lobos sentados en su sofá. Leía la mente de estos y desconfiaba mayormente de la chica que no se cortaba ni un pelo con sus pensamientos, si supiera que podía oírlos se habría retractado de algunos de ellos. No obstante, dio su consentimiento a esa visita porque la cara de Jacob se iluminó al verlos.

—Ha llegado la hora de que volváis a la manada de Sam.

—¿Qué? —exclamó Leah golpeando sus rodillas, indignada—. Ni hablar. No pienso volver a una manada donde Sam es el líder y se cree mejor que todos.

—Una unión conmigo os perjudicará.

—Las cosas han cambiado, Jake, la gente ha vuelto al pasado. Los chicos me odian porque creen que quiero sacar algo de mi parentesco con el nuevo líder.

Edward se removió incómodo ante ese apodo cargado de cariño y confianza. Ni siquiera él le llamaba así.

—Sumando el hecho de que todos conocen nuestra relación y se toman la libertad de juzgarnos —añadió Seth visiblemente molesto—. No paran de insinuar cosas entre tú y Embry.

Jacob escuchó cómo el vampiro se tensaba a sus espaldas recibiendo un nuevo dato. Los tres lobos pusieron la vista en él cuando se aproximó a Jacob. Este le indicó que se sentara en el brazo del sillón, a su lado.

—Lo que quieren es que abandoneis mi manada o en el caso extremo la tribu.

—Pues me largo —explotó Seth—. Estoy harto de vivir así. Puedo quedarme unos días en casa de Charlie hasta que encuentre un trabajo.

Jacob notó una punzada de culpabilidad al caer en la cuenta de que hacía meses que dejó de visitarle. Era el mejor amigo de su padre y por culpa de su pasado las visitas fueron cayendo en el olvido. Antes pasaba dos o tres días a la semana, luego uno. Después varios al mes hasta que dejó de acudir.

—Estoy de acuerdo. Buscaré un trabajo en el pueblo y saldré de ahí. Me iré a vivir con Seth sin que nadie nos señale. —Se echó hacia delante buscando a Leah en el otro extremo del sofá—. Puedes venir con nosotros si quieres.

—Yo he pensado en irme de Forks —informó ella con cautela.

—¿Hablas en serio? No puedes hacerlo —suplicó su hermano.

—Parad un momento. Esto se nos está yendo de las manos —pidió Jacob—. Hay que pensar las cosas.

—Hace tiempo que lo llevo pensando. No logro imprimarme y Sam cada vez está más presente en todos los sitios. ¿Tan difícil es encontrar a esa persona? ¿Aunque sea un vampiro? —dijo mirando de soslayo a Edward.

—Creo que debería dejaros solos —anunció Edward sobrecargado de tanta información lobuna.

Jacob le miró con preocupación y él le respondió con una infinita sonrisa de cariño intentando trasmitirle que no ocurría nada. Giró su cara hacia él por el mentón para besarle dejando claro a los invitados quien era él para Jacob. Los pensamientos de Leah fueron de un anhelo por algo que deseaba y no le llegaba. Embry y Seth pensaban el uno en el otro.

—Bien, pensemos con calma —ofreció al quedarse solos—. Ellos me han dado de lado a mí, pero no a vosotros. Es complicado estar lejos de la familia.

El legado de ForksDonde viven las historias. Descúbrelo ahora