24. Amor próximo

540 36 3
                                    

La única hija de la reina Alicent se estremeció en una nota alta de pavor en respuesta a la bofetada en el trasero. Se levantó de la cama y se acurrucó en una esquina, con las rodillas levantadas a su pecho. La consorte contuvo las ganas de llorar, mirándolo de arriba a abajo, con los ojos abiertos de par en par y mirándolos fijamente. Las preguntas y preocupaciones y recriminaciones revoloteaban por su mente; ¿Cómo pudo su propio marido hacer esto con ella? ¿Sería su sobrino tan cruel con su cuerpo? Se abrazo a si misma, cubriendo sus senos llenos de cicatrices de cortes ligeros, algunos todavía frescos. Jace se mantuvo quieto. Con su mirada fija en la puerta por donde había salido su tío Aegon, el único sonido en la habitación eran sus propias respiraciones y los quejidos de Helaena. 

—¿Qué estás haciendo?—fueron las primeras palabras del antiguo heredero para su tía.

—La luna es muy hermosa esta noche...—Helaena murmuró, temblorosa, observando a su sobrino. Su madre siempre le había dicho lo inmoral que sería traer un hijo fuera del matrimonio y la soñadora Targaryen no deseaba cargar con un pecado semejante, además de que su esposo no dejo de repetirle hasta la saciedad de que los Strong eran grandes por naturaleza y que fácilmente su sobrino podría desgarrarla si no lo complacía bien. Inconscientemente se llevo las manos hacia su entrepierna, palpando con sus dedos en triangulo de vellos blanquizos del interior de sus muslos, Aegon siempre le dijo que era muy suelta y poco atractiva ahí abajo, ¿Pero realmente sería lo suficientemente suelta? Temía ser desgarrada, aquél pensamiento la hacía querer llorar—Me pregunto... ¿Por qué todos los sueños y visiones no son felices?—Helaena sonrojada, miró a la puerta, esperando que en cualquier momento apareciera su madre a su rescate.

Complacer a su esposo siempre había sido una tarea sencilla de cumplir. Solo debía quedarse quieta con las piernas abiertas y dejar que él hiciera lo que quisiera mientras el hedor a vino le impregnaba la piel. No solía cortarla, solo lo había hecho dos veces desde que fue encamada por primera vez, las criadas eran las que siempre sufrían en su lugar, eran quienes resultaban cortadas, destrozadas y en muchos casos muertas a manos de su hermano, le resultaba más sencillo pasar sus días bordando y cuidando a sus niños, ignorando los comentarios crueles de su esposo pero últimamente parecía enloquecido. La primera vez que la tomó de una manera tan violenta la madre de ambos curo sus heridas y le prometió que él nunca la volvería a tocar de esa forma, pero debía ser más complaciente. Lo hizo. Hizo todo lo que su borracho esposo-hermano le pidió: posiciones tanto dolorosas como denigrantes, tocarse mientras lo veía clavando su daga en la nuca de la criada que montaba sin misericordia, ponerse la ropa interior que Aegon siempre escondía en un cofre debajo de su cama, usar más joyas, comer moras y duraznos para tener su aroma antes de cada encuentro y cubrir su simplón rostro para que le fuera más sencillo venirse en ella; siempre supo que él estaba pensando en otra mujer cada vez que lo hacía, fuera con ella o con las sirvientas, Aegon siempre terminaba con los ojos cerrados murmurando el nombre de alguien más en voz baja. Una vez, le coloco una almohada en el rostro mientras la encamaba, fue la primera vez que escucho aquél nombre secreto que su hermano murmuraba entre gemidos orgásmicos "¡Rhaenyra!" lo escucho decir con la almohada en su rostro. El resto del tiempo la ignoraba, pero su abuelo y su madre procuraban que la encamara aunque fuese una vez al mes.

Helaena no pensaba mucho cuando sucedía eso. Su mente se quedaba en blanco. Era su cuerpo el que necesitaban, no a ella, así que se permitía irse, en su imaginación jugaba con sus niños, mostrándoles lugares lejanos y viajando entre las historias de la antigua Valyria, pero siempre regresaba al sentir la semilla caliente de su hermano llenándola y al oír "¡Rhaenyra!" con su voz entrecortada. Aprendió a tolerarlo después de años haciéndolo, ¿Ahora tendría que empezar otra vez? Hundió su rostro entre sus manos, ¿Cómo sería Jace con ella? ¿Cruel? ¿Violento? ¿La haría tocarse mientras encamaba a otra mujer frente a ella fingiendo que ambas eran su media hermana mayor? Helaena tuvo que recordarse que Jace no tenía medio hermanas mayores, pero luego recordó que tenía a una prima, a Baela, ¿La haría vestirse como ella para sus encuentros? ¿Oler como ella? ¿Usar su ropa y cubrir su rostro para que pudiera fingir con mayor facilidad ser otra mujer? La consorte sabía que su sobrino era un hombre honorable, pero su madre le había dicho que todos los hombres eran honorables hasta que llegaban a la cama, ¿Sería Jace una excepción? Pero entonces otro pensamiento apareció "¿Y si Jace es la persona por lo que he estado esperando?" de niña nunca tuvo espacio para pensar en quién sería su futuro esposo, siempre supo que sería Aegon, incluso aunque nadie lo dijera, aunque aún no fuera oficial su abuelo le recordaba que algún día sería una reina consorte, la reina consorte de su hermano, algo que no le agradaba por la forma cruel en la que Aegon le hablaba o por la forma en la que arruinaba su colección de insectos. Una vez Aegon aplasto a una araña, una magnifica araña de patas largas y velludas, sus múltiples ojos brillaban como el cielo estrellado y tenía un patrón en la espalda, estuvo tan emocionada por su descubrimiento que a todo aquél que se encontró en frente le enseñaba la criatura que posaba orgullosa alzando sus colmillos grandes y gruesos. Sirvientes la miraban con horror pero luego sonreían, Aemond acepto sostenerla después de que le rogará hacerlo, su madre le grito que soltará esa cosa y cuando se la enseño a Aegon grito como si lo hubiese golpeado, la empujo y a penas la araña toco el suelo la aplasto con su bota.

Le grito que era rara, una abominación y que prefería cogerse a un burro antes que a ella. Lloró mucho ese día, pero ahora no recordaba si era por la araña muerta o por las crueles palabras. Cuando la reina se entero le juró que cuando se casarán todo sería diferente, Aegon sería gentil y la amaría a ella y a sus hijos con todo el corazón. Pero no fue así. La Targaryen levanto ligeramente la cabeza, solo se había sentido segura de la forma en la que su madre le prometió sentirse y fue cuando Jace la invito a bailar, se sintió fresca, feliz, como una niña otra vez.

—Mi rey te ha ordenado que... nos divirtamos—se levanto lentamente del suelo y se recostó en la cama con las piernas abiertas como le había sido enseñado. Al fin y al cabo, era su única oportunidad de sentir un poco del amor que tanto anhelaba pero que tanto le faltaba.

—No—Jace tomo una de las mantas de la cama y cubrió el cuerpo desnudo de Helaena—Estoy comprometido,—murmuro—y tu no quieres esto, ¿Verdad?—los ojos del muchacho escudriñaron a Helaena, pero no miraban su cuerpo, miraban sus ojos, su rostro, aquél rostro que había sido forzada a ocultar por no ser lo suficientemente bella. La soñadora sintió por un segundo aquella calidez que tanto le prometieron sentir en su matrimonio—Entonces no lo hagamos,—Jace se sentó en la cama, dándole la espalda a Helaena—¿Qué esta planeando Aegon?—se giro y miro a su tía con desconfianza, aún se sentía traicionado por la participación de la mujer para ser capturados.

—No lo sé,—fue la respuesta de Helaena cuando el muchacho se sentó en la cama, pero sus ojos, sus labios, sus manos, en realidad, toda ella, le transmitieron un sentimiento de deseo. Ella lo quería ahí, ahora, para siempre, lo sabía en sus entrañas—Aegon no me dice nada—si cruzaban tan solo dos palabras era toda una hazaña, pero su tono fue más ligero y más tierno que el de antes. Ella se sentó detrás de él en la cama y lo abrazó. Sus manos se movían lentamente por su cuerpo con la manta deslizándose, dejando ver sus pechos. Siempre escuchaba la forma en la que halagaban a su hermana por su belleza, muchos decían que los embarazos de Rhaenyra le habían sentado de maravilla dándole una figura aún más voluptuosa, ella por su parte nunca recibió comentarios así. Su cuerpo siempre fue más grande que el de la mayoría de doncellas, pero no de una bonita manera, al menos eso le decía Aegon, esperaba que al quedarse embarazada su cuerpo cambiará para mejor, pero su esposo no dejaba de decirle lo repugnante que se había vuelto: si de por si era gruesa antes de casarse su peso no había hecho más que aumentar, carente de curvas definidas y sus senos siempre habían sido pequeños pero con la lactancia ahora estaban caídos, no eran firmes como los de Baela o grandes y cremosos como los de Rhaenyra. Se encogió un poco entre las sabanas, ¿Jace podría considerarla hermosa? Lo dudaba, ni ella misma se consideraba remotamente bella, ¿Por qué habría de hacerlo él? Helaena se sentó a su lado, la manta todavía cubriéndole las rodillas. Hablaba tan claro en ese momento, como nunca lo podría haber hecho antes—Jace, déjame tocarte,—murmuró, extendiendo su mano hacia él—Sé que no soy la más bella de las mujeres Targaryen, pero yo... Yo solo quiero algo... bueno.—apretó la manta temblorosa—Quiero sentir algo bonito.

La Danza de los Corazones DurmientesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora