35. El destino no puede ser reescrito

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—¡No puedo mas!—sollozo la reina cautiva—Necesito tu ayuda, Lady Alys—suplico tomando las manos de la mujer—dame algo, cualquier cosa, ya no deseo vivir, no así.

—Mi reina, yo...

—¡Te lo ruego! No quiero seguir siendo violada, humillada, ¡Vivir lejos de mis hijos es una tortura!

La bruja la miro con sorpresa pero también le complacía. No era fácil ver el destino entre las llamas del fuego, al menos no de una preferiti. Preparo la infusión con cuidado, preguntándose cómo reaccionarían los verdes si supieran lo que tenían en frente no era una simple mujer, si tan solo vieran mas allá que ese par de tetas deliciosas se habrían dado cuenta hace mucho tiempo que Rhaenyra no era una mujer mas, no, ella era algo mas, un regalo precioso de los dioses, un regalo que solo surgía cada 1000 años para cambiar el curso del mundo. Daenys la Soñadora fue la ultima preferiti en la tierra, ¿Y qué hizo? Salvo a una civilización de la extinción. No hacía falta ser bruja o leer profecías para saber que Rhaenyra no era normal, nunca antes hubieron tantos dragones en la tierra, no hasta que Rhaenyra nació, nunca antes hubo una mujer que pudiera causar tanto deseo y rencor a partes iguales en tantas personas.
La primera vez que leyó sobre los preferiti, hombres y mujeres, generalmente mujeres, bendecidos por los dioses que marcan el inicio el final de épocas de la humanidad estaba segura que no nacería un preferiti en mucho tiempo, tan solo veía a una: una que renacía de las cenizas, con tres dragones aferrados a su cuerpo, pero entonces el fuego se disipo y mostro un rostro mas, un hermoso rostro manchado de sangre y crueldad; otra preferiti, una que nunca debió existir llego y ahora todo estaba tan desequilibrado que Alys se sentía al borde del orgasmo.

Tan solo debía ser amada, deseada y admirada, pero ahora su destino se veía empañado por los egos gordos de los hombres, quizás por eso no pudo verla al principio, porque a un no estaba claro su camino, seguía sin verla, al menos no con claridad. Cada vez que tomaba su forma se sentía tan cerca de la gloria que no sabía bien si la deseaba a ella o deseaba ser ella, todos debían sentirse de igual forma: confundidos y encantados. Lastima que su poder no lograba imitar la gloria de la preferiti dragón, a penas podía engañar a una persona a la vez y le molestaba que el pequeño Viserys rompiera en llanto incluso con el cambio, él sabía que no era su madre, pero Aemond no y debía mantenerlo ocupado hasta por fin el lobo matar aullando.

Al igual que a ella. Una preferiti jamás podría quitarse la vida, sin importar cuanto sufriera, siempre debían morir asesinadas, era el pago por ser perfectas, por ser amadas y deseadas. Por ser la preferida de los dioses.

Termino la infusión y la extendió a la reina negra, a la preferiti que su corazón anhelaba y odiaba.

—Mi reina, usé esto, mantendrá al usurpador en desventaja, confundido y aturdido, como si un amor loco lo cegara, úselo, así podrá controlarlo.

Prefirió callar que tan solo servía por pocas horas y que no era la dosis suficiente para realmente controlarlo, solo crear la ilusión de ello. Sintio ganas de vomitar de saber lo que a ella le iba a pasar.
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Sin amante, sin sueños, sin anhelos, sin hijos y sin recompensa por sus años de sacrificio. A eso se habían reducido su vida. Ni siquiera tenía un puesto en el consejo porque su hijo considero que sus consejos ya no eran requeridos. Estaba sola y la angustia la abrumaba. Sostuvo el frasco con té en sus manos, entrando en la guardería real.

—Helaena—dijo con disimulada indiferencia, lo cierto era que su corazón dolía por ella, el cuerpo sagrado de su hija, su vientre que era un santuario para gestar a los futuros reyes y reinas de la dinastía cruelmente manchado por la verga de un bastardo—¿A qué horas irás a ver a tu hermana hoy?—Rhaenyra y Helaena pasaban mucho tiempo juntas, parecía que hasta su hija había caído en los encantos de la princesa.

Se pregunto si Rhaenyra todavía disfrutaría de la presencia de Helaena si supiera que por su culpa Daemon estaba muerto. A veces su hija parecía ida, casi tonta, pero en el momento en que hizo que la criada le diera el frasco que potenciaría el sabor del vino lo supo, ella lo miro, sabía qué haría algo malo, sin embargo no la detuvo de cumplir su deber con su familia. Esperaba que ese espíritu regresara. Y ahora que cargaba en sus entrañas al hijo del bastardo mayor Rhaenyra se sentiría a un mas traicionada, deseaba decírselo, pero sería sospechoso si pasaba muchas horas a solas con la princesa rebelde y Helaena era su única excusa.

—No lo sé, últimamente Aegon no le permite salir de sus habitaciones—siguió bordando, con indiferencia, como si no estuviera hablando de su esposo con otra mujer. En cualquier otra circunstancia habría sentido lastima por ella, arrepentimiento incluso de haberla casado con su desvalido y torpe primogénito, ahora sentía casi asco por su actitud. Jaehaera se acerco, intentando mostrarle un dibujo pero Helaena solo le dio la espalda, acomodándose para seguir bordando—Un hijo del amor, no serán dos, el deseo es mayor que el dolor, todo se va a nublar y la guerra acabará.

—Helaena, ¿No ves a Jaehaera? Últimamente has estado ignorando a tus hijos—pero eso no le importaba, no podía dejar de pensar en el bebé que venía en camino, en los bebés.

Miro a Jaehaera de reojo y solo vio lo que sería una septa frustrada, amargada y rencorosa, miro a Jaehaerys y vio a un rey cruel, un asesino de parientes y un puñal mas para el moribundo reino. Sus ojos cayeron en Maelor, el bebé jugueteando con algunas figuras de madera y sintió deseos de vomitar, un maestre cruel cuyo veneno destrozaría lo que amo y deseo alguna vez. Pero cuando cerraba los ojos y pensaba en el bebé en su vientre solo veía amor, alegría y sentía la necesidad de rajarse el estomago solo para poder conocer a su bebé lo antes posible, veía cuatro, cuadro huevos, cuadro dragoncitos dulces, puros y con una hermosa vida por delante, con corazones brillantes y almas inmaculadas. Pero al abrir los ojos solo veía a tres criaturas que causarían un dolor inexcusable. Helaena miró a Jaehaera, luego a sus otros niños, y luego otra vez a su vientre creciente. Sus ojos se llenaron de temor, ella sabía que sus hijos estaban llenos de oscuridad, pero también podía sentir la inocencia de su bebé por nacer aún pateándose suavemente en su vientre 

 —Madre.. —susurró Helaena de nuevo—Él está todavía pateando todavía.

Ella mantuvo su toque en redondo en el borde de su vientre, ella esperaba que su madre finalmente comprendiera la pequeña señal de los dioses dentro de ella. Alicent suspiro, hablar con su hija era una perdida de tiempo.

—La próxima vez que estés con tu hermana—ni siquiera podía decir su nombre, sentía que rompería en llanto si lo hacía. La deseaba tanto y la necesitaba a un mas—dale esto—extendió el frasquito, Helaena dudo un poco en tomarlo pero lo hizo—revuélvelo en su bebida, dale tres chorros de esto sin que se de cuenta.

La consorte jugueteo con el frasco, mirándolo preocupada.

—¿Para qué es?

—Para que todo vuelva a su lugar, este es para ti—no se atrevió a tomar el segundo frasquito, la reina verde bufó, colocándolo en el regazo de su hija, justo encima de la manta para su bebito por nacer—bebelo, durante siete días y nuevamente estarás limpia, libre de impurezas—se inclino dándole un beso a Jaehaerys y se retiro antes de sentirse mas decepcionada.

Helaena se negó a siquiera mirar el frasco, solo lo aparto, el frasco cayo lejos de la manta, sobre la alfombra. La consorte se aferro a su bordado, acunándolo como si fuera un bebé llorando, pero entonces realmente escucho lagrimas, suaves llantos, miro a su alrededor, lista para enviar a las criadas al cuidado de sus hijos, ella misma no se atrevía a tocarlos, pero ninguno lloraba. Jaehaera y Maelor jugaban despreocupadamente, mientras Jaehaerys no dejaba de practicar alto valyrio, le había dicho que deseaba impresionar a su tía. Miro hacia la alfombra y entonces se dio cuenta que los lamentos venían del frasco. Sostuvo la manta con cuidado y la deposito en la cuna que estaba preparando para su bebé, se llevo una mano al vientre y extendió su mano para tocar el frasco, de inmediato un fuerte dolor recorrió su cuerpo y se aparto horrorizada, una cuna vacía, una manta ensangrentada. Negó con la cabeza, manteniéndose lejos del frasco.

Trato de pensar, de respirar, acuno su vientre no tan plano, pensando. Entonces recordo el otro frasco, lo sostuvo como un amuleto en su pecho y cerro los ojos. Había sangre, una cuna vacía y una corona ensangrentada, pero no era la cuna de su bebé. Vio un par de piernas y una mujer gritando mientras sostenía un manto ensangrentado, era Rhaenyra, quien lloraba y se contorsionaba en dolor. Abrió los ojos, una vez sostuvo un frasquito, uno que le daría un mejor sabor al vino, pero al sostenerlo solo vio dragones cayendo, la cabeza de su tío Daemon en una lanza y su cuerpo roto por todo el reino. Y a Rhaenyra: en su sueño la veía claramente, atada por filosas cadenas que cortaban su cuerpo, de rodillas frente al trono de hierro, desnuda y con su cabeza descansando sobre las piernas de un hombre que sostenía las cadenas, no pudo ver quién era ese hombre.

—Mi reina—una criada hizo una reverencia y Helaena se apresuro a ocultar los frascos en su vestido—el rey ha ordenado que lleve a los niños a hacerle compañía a su concubina.

Avanzo a pazos lentos hacia la habitación de su hermana. Jaehaerys hablaba animado en alto valyrio, practicando una charla que tendría con Rhaenyra, Maelor lloraba en los brazos de la criada y Jaehaera le preguntaba sobre una pulsera extraviada a otra.

—¡Nyra!—grito Jaehaerys al verla, la reina negra extendió sus brazos en busca de un abrazo y el niño se lanzo en ellos, Maelor dejo de llorar al verla y agito sus manitas en busca de sus caricias.

Jaehaera permaneció a su lado, mirando tímidamente al suelo. 
Mientras Rhaenyra le contaba una historia a Maelor y Jaehaerys, Helaena aprovecho para servir una copa de jugo, tomo un frasco y lo vertió, luego tomo el otro y también vertió el contenido en la copa. La ofreció a Rhaenyra y la vio bebiéndola en silencio, mientras acariciaba su propio vientre.

El destino no puede evitarse, pero sí acelerarse. 

Un hijo por un hijo. Era un trato justo.

NOTA: Hola, pirobos hijueputas, yo tengo cerebro de politico que ya paso la campaña, no me acuerdo qué promesas les hice, acuerdenme, gonorreas.

La Danza de los Corazones DurmientesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora