7 (parte 1). Dulce silencio

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Alicent comenzó a vestirse, acomodó su vestido y ropa interior con rapidez. La reina verde se aseguró de portar su clásico aspecto pulcro, escondiendo entre las faldas de su vestido y sus múltiples joyas la abominación que acababa de cometer.

—Espero no tener que recordarte que seas prudente—dijo la reina, mirando de reojo a Rhaenyra.

La reina dragón no dejaba de temblar, mordiendo sus labios llena de rabia. Todavía tenía sus senos y coño expuestos, llenos de saliva y las marcas que su antigua amiga dejaron en ella.

—Eres buena ocultando la verdad, has usó de ese don—se burló la reina, tratando de aminorar el ambiente.

Rhaenyra nunca pensó que sería violada. Jamás. Ninguna mujer en realidad lo hace, no es como si un día se sentarán tras terminar la cena y repararán en su cerebro los escenarios que llevarían a su inminente violación, a lo mejor e incluso los hombres no pensaban mucho en ello. Tal vez las mujeres de baja alcurnia, campesinas y esclavas si pensaran en ello, quizás los hombres provenientes de Essos llevados al reino como esclavos ya eran conscientes de que su destino y por consecuencia su cuerpo dependía únicamente de la voluble voluntad de sus amos.

Pero Rhaenyra no.

Ni siquiera el pensamiento intrusivo de ser violada llegó a su mente.

Por muchos años la reina, en aquél entonces princesa, creyó que aquél recuerdo no había sido más que un sueño, una pesadilla. Recordaba haberse levantado esa mañana, en su cama, vestida como si nada hubiera pasado, mirar a su alrededor y permanecer un rato entre la comodidad de sus sábanas, rememorando una y otra vez aquél sueño que al principio parecía tan vivido pero con cada segundo que pasaba lo sentía más lejano, ahora sabía que era real, cercano y con horror compendio que su antigua amiga la había violado por segunda ocasión. La reina dragón recordaba haber tocado sus labios mientras evocaba el recuerdo de los labios de Alicent sobre los suyos, sus caricias profanas sobre sus senos, sus jadeos sobre sus muslos y sus dedos destructores en su coño.

La reina verde se inclinó y volvió a guardar la zonas íntimas de la reina cautiva bajo la tela de su destrozado vestido. Lo hizo con cuidado, como si fuera algo sagrado.

—Cuento con tu prudencia, princesa.—susurro Alicent con la vista fija en los senos de la reina, mientras los volvía a ocultar bajo el corpiño de cuero—Ni una palabra de esto a nadie,—la reina trato de sonreír, pero fue incapaz de hacerlo, no cuando los ojos violetas de quien su corazón y cuerpo tanto añoraba estaban impresos en gestos perpetuos de horror y confusión. La Hightower suspiro, terminando de cubrir la desnudez de la reina dragón, sus dedos acunaron el rostro de Rhaenyra, en un gesto suplicante, rogando para ser bendecida con una mirada de aquellos celestiales ojos violetas—nunca quise nada de esto, Nyra.—Alicent junto su frente con la de la reina cautiva—En un mundo justo yo habría nacido varón y estaríamos juntas por siempre, vinculadas en cuerpo y alma, serías mía y yo tuya.—una de las manos de Alicent permaneció sobre la cálida mejilla de la reina, mientras la otra acarició brevemente el vientre vacío de la Targaryen, antes de rodear su cintura.—Yo te habría dado un ejército de hijos—la reina miró con añoranza a los ojos de a quien su corazón clamaba, pero para su dolor solo recibió una mirada de desprecio y asco. Resignada e indignada por ver su confesión ignorada Alicent se levantó y le dio la espalda a Rhaenyra—Si dices una palabra de lo que ha ocurrido hoy, juro por la piadosa Madre que le arrancaré un dedo de la mano a tus hijos por cada palabra que pronuncies en mi contra—juro la reina.

Miró de reojo a Rhaenyra, la reina tenía la mirada perdida, sus ojos brillaban como orbes violetas cristalinos, la sangre seca de sus muñecas cersenadas crujía con cada espasmo involuntario que la doncella dragón emitía, sin control alguno de su cuerpo, pero con su mente intacta. El asco la invadió, aún sentía las fantasmales y mortíferas caricias de su antigua amiga, cuyos deseos lujuriosos la habían hecho gritar hasta que Alicent la calló amordazandola con su propia ropa interior.

La Danza de los Corazones DurmientesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora