8. Promesas silenciosas

720 60 17
                                    

Aemond nunca pudo precisar cuándo cayó bajo el embrujo de la delicia del reino. ¿Fue durante su infancia, en sus años de adolescencia, o quizás cuando Aegon lo arrastró con fuerza a las oscuras calles de la Ciudadela y, en su mente, la cortesana que lo iniciaba era su propia media hermana? O tal vez, fue cuando era apenas un niño de tres años, vagando solo por los interminables pasillos del palacio. Aegon nunca demostró demasiado interés en él, y Helaena, en su corta edad, resultaba aún menos comprometida en cualquier forma de juego. Ni siquiera parecía interesarse por su hermano; balbuceaba palabras incomprensibles mientras perseguía incansablemente cualquier pequeña criatura que se aventurara en los recónditos rincones del palacio.Como en otros días, el joven príncipe se encontraba absorto, observando con admiración a las majestuosas bestias que surcaban los vastos cielos. En ese entonces, Rhaenyra aún no había dado a luz a un heredero propio, y en más de una ocasión, Aemond tuvo que soportar los lamentos de la reina cuando se enteraba de que la princesa había tomado bajo su cuidado a Aegon o Helaena. En varias ocasiones, el pequeño príncipe había presenciado cómo su hermana mayor entraba en la habitación sin pronunciar palabra alguna y arrebataba a los niños de los brazos de sus nodrizas. Una vez en los brazos de Rhaenyra, los jóvenes Targaryen-Hightower jadeaban entre risas y sonrisas. La costumbre de Rhaenyra era esconder golosinas entre su cabello o su vestido, las cuales Aegon se esforzaba por descubrir con entusiasmo. Para Helaena, la princesa parecía más una almohada reconfortante que una hermana mayor, ya que, al sentir los brazos de la princesa heredera rodeándola, la niña se acurrucaba en ellos y se entregaba al sueño con total tranquilidad.

A pesar de su tierna edad, Aemond se visualizaba a si mismo aguardando con paciencia ante la puerta, sus brazos extendidos en una invitación silente a su media hermana. No obstante, esa escena nunca llegaba a materializarse, al menos no en sus recuerdos más vívidos. El joven príncipe de un solo ojo rescató en la nebulosa de sus memorias un eco, el sonido de "Tiri, tiri, tiri", como el dulce trinar de un pájaro olvidado. Aquel recuerdo le traía a la mente el rostro de su hermana, acompañado de una melodía encantadora que llenaba su alma. Durante mucho tiempo, anheló que Rhaenyra lo alzara en sus brazos, que le dedicara una de sus sonrisas perfectas, que compartiera con él un dulce o simplemente que jugara con su cabello, de la misma forma en que solía hacerlo con Helaena. Por ello dejaba que su cabello creciera, como una sutil invitación para ser acariciado.

Toda posibilidad de ser acogido en los cálidos brazos de su hermana, de buscar un dulce refugio entre los pliegues de su falda o los rizos de su cabello, quedó sepultada el día en que Rhaenyra permitió que Daeron emprendiera su primer vuelo. Si bien el príncipe tuerto siempre intuyó que su media hermana había llevado a volar a su hermano menor, desconocía por completo que había hecho lo mismo con él y sus otros hermanos. Durante mucho tiempo, creyó que Daeron había sido el afortunado; esa idea tenía sentido, pues al nacer, Daeron lucía tan pálido que parecía no tener cejas, mientras que sus ojos violetas resplandecían con una luminosidad deslumbrante. Era el más bello de los cuatro.Aquel día quedó grabado en su memoria por los desgarradores gritos de su madre y las suplicas de la nodriza, quien imploraba perdón por haber permitido que la princesa se llevara al recién nacido. Más tarde se enteraría de que Rhaenyra había llevado a volar a Jacaerys y a Daeron en Syrax, primero a Jacaerys y luego a Daeron.

La princesa regreso esa tarde con el bebé en brazos, atado por una tela a su pecho. Rhaenyra tarareaba una canción alegre, meciendo al niño con cuidado.

—¡Daeron!—grito Alicent a penas se percato de su presencia.

La reina corrió hacía la entonces princesa, arrebatándole al bebé de los brazos, de inmediato lo coloco sobre la cama comenzando a desnudarlo, buscando alguna marca o herida que la imprudencia de Rhaenyra le hubiera provocado.

La Danza de los Corazones DurmientesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora