12. Nuevo protector

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Aegon se removió en su cama, buscando la calidez propia que solo su media hermana le podía dar. Hacía ya casi un mes había logrado capturar a la reina negra que con tanta vehemencia se aferraba a aquello que era suyo por derecho. Aegon era el hijo varón mayor, el primogénito y era su derecho ser rey. Admitía que el cargo le resultaba tedioso y a veces exasperante, pero tenía sus cosas buenas. Podía hacer cuanto quisiera sin ser juzgado, tener a quien quisiera sin importar qué. El rey Aegon II Targaryen había pasado la vida entera y algo más haciendo malabarismos para tratar de recrear sus ojos con la visión del cuerpo de su media hermana, perdiéndose entra las curvas fértiles de su voluptuoso cuerpo, preguntándose a qué sabrían sus carmines labios y qué maravillas se ocultaban tras las telas de los ostentosos vestidos que Rhaenyra tanto amaba usar, mismos que no hacían más que resaltar su belleza. Oculto tras un espejo. Ingenuamente pensó que solo le bastaría con poseerla para calmar su ansiedad y deseo de años, pero sucedió todo lo contrario, ahora que conocía el secreto sagrado oculto bajo las prendas el rey se sentía mareado cada vez que pensaba en su hermana, casi tanto como el vino. Rhaenyra le resultaba incluso más adictiva que el vino. El rey se removió aún más, añorando atrapar entre sus brazos el cuerpo de Rhaenyra. Aegon tomó el cuerpo de su hermana, como un esposo toma el cuerpo de la esposa. El rey se sintió tan satisfecho que inevitablemente cayo dormido tras infundir en su hermana aquél cruel castigo, cada curva del cuerpo de su hermana parecía haber sido hecha para complacerlo, se quedó dormido tras obtener aquél placer que solo Rhaenyra podía darle, pero se despertó unas horas después, notando que estaba solo. Supuso que su hermana se habría ido después de lo que hicieron, a lo mejor y estaba avergonzada, no le sorprendería, su hermana era una mujer terca y orgullosa, pero le causaba cierto placer recordar sus gritos mientras la llevaba a rastras a sus aposentos recién follada, para hacerla beber un poco del néctar que tan obediente y sumisa solía ponerla. El rey se sentó en la cama, cada vez que su media hermana abandonaba su lado se sentía tan vacío. Aegon se levantó y cubrió su desnudez con algo ligero, rápidamente camino hacia las habitaciones de Rhaenyra, se había vuelto adicto a ella y no deseaba estar solo. 

—Rhaenyra—Aegon habló con un tono lujurioso, tocando alegremente la puerta— ¿Te divertiste anoche, dulce hermana?—se apoyó en la puerta de su habitación y sus ojos pasaron de la lujuria a la curiosidad. ¿Por qué ella nunca antes había estado interesada en él? Era un muchacho interesante y bromista, cualquier mujer mataría por estar con él y ahora que era rey mucho más, pero Rhaenyra nunca le presto atención, incluso una mirada veloz era de apreciar, viniendo de la reina negra—No sé por qué esperaste tanto para venir a verme, ¿Te imaginas si lo hubieras hecho antes? Serías mi esposa y la idiota de Helaena una septa. No puedes negar que lo disfrutaste. Yo lo disfruté—sonreía con los labios, sus ojos estaban llenos de lujuria. Aegon abrió la puerta lentamente, pero para su horror se encontró con la habitación vacía, ¿Acaso ella había escapado?

—¿Rhaenyra?—la voz de Aegon cayó a una silenciosa confusión cuando abrió la puerta y encontró la habitación vacía. Su cuerpo dolía por el de ella y su cabeza por su amor—¿Rhaenyra?—entró y rápidamente recorrió la habitación. El colchón había sido apartado de la pared y no había ni rastro de la presencia de su hermana—Rhaenyra,—Aegon salió y miró hacia el pasillo, comprobando si tal vez se había ido con otra persona. A lo mejor y alguna criada la había llevado a bañar. Fue en ese momento que vio a Vaghar, el dragón de su hermano, emprendiendo vuelo, se confundió al ver al dragón así. Su hermano no solía volar de noche, pero no le prestó atención, de inmediato llamo a los guardias, para que buscarán a Rhaenyra y la trajeran de regreso a su lado—¡Rhaenyra!—el rey llamó a los guardias, y rápidamente asumieron la tarea de encontrar a su hermana fugitiva.
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Regresaron horas más tarde, con una Rhaenyra desaliñada entre dos guardias. A penas la vio Aegon sintió su alma regresar a su cuerpo y abandono la copa con la cual estuvo ahogando sus penas de la mejor forma que sabía hacerlo: en vino.

—¡Hermana!—Aegon se acercó corriendo, con los labios entreabiertos en una sonrisa—Te busqué y comencé a preocuparme, pensé que tal vez te habías ido—dijo en tono coqueto—¿A dónde fuiste? No fuiste a ver a otro hombre, ¿verdad?

—¿Y si lo hiciera qué? ¿Acaso es de tu incumbencia lo que hago o a quien dejo gozar de mi cuerpo?—murmuró con molestia.

—La encontramos intentando recuperar a su dragona, majestad, por suerte Syrax fue oculta en otro lugar.—le dijo uno de los guardias, que la sostenían—Fue el príncipe Aemond quien la encontró—el rey sintió una punzada de dolor al imaginar a su hermana junto con Aemond, sabía que él también la deseaba. Desde niños su hermano menor corría detrás de Rhaenyra como un cachorro abandonado, esperaba que hubiera madurado y olvidado tales ideas, no quería enfrentarse a él. Los guardias hicieron una reverencia, antes de irse, dejando a la reina en manos del despiadado rey.

—Oh, dulce hermana. Me importa mucho.—la expresión de Aegon delataba alegría por encontrar a Rhaenyra, ocultando la molestia que sentía por que ella estuviera con Aemond—Sólo soy yo, querida hermana, tu hermano es a quien necesitas, no a otro hombre—extendió una mano para ayudar a Rhaenyra a sentarse en la cama—¿Adónde huiste? Seguramente no estabas pensando en hacer nada inapropiado, ¿verdad, hermana?—pregunto con una pequeña sonrisa tratando de ocultar su nerviosismo—¿Aemond te tocó?

—Solo quería recuperar a Syrax, eso es todo—ella apartó la mirada y fue entonces cuando Aegon notó lo que parecían ser marcas de besos en su cuello, pero no eran suyos, no, aquellas marcas eran demasiado nuevas, recientes. Supo que no era sus marcas porque estaban hechas con delicadeza, pequeñas manchas rosas a penas perceptibles, mientras que las suyas eran de tonos oscuros, amoratados y rojizos, no fueron hechas con amor, sino con el insaciable deseo que le invadía el cuerpo y corazón. El rey podía sentir el aroma de Aemond impregnado en Rhaenyra.

Su expresión se volvió amarga cuando miró más de cerca su cuello.

—Esos no son míos,—gruñó—¿A quién has estado besando, dulce hermana? ¿Quién te ha estado dando cosas que sólo yo merezco? ¿Quién tuvo la osadía de marcar tu piel?—se tiró del pelo y su rostro se sonrojó de rabia. Solo él tenía derecho de usarla—¿Aemond?—casi escupe el nombre—¿Es Aemond la razón por la que huiste?—la reina estuvo tentada a reír, su hermano la secuestraba, abusaba, maltrataba a sus hijos, marido y robaba todo lo que era suyo, ¿Y solo se le ocurría que ella intentaría escapar para estar con Aemond? El rey se giró y empezó a caminar de un lado a otro por la habitación—Aemond... él también te quiere, ¿no? ¡¿Quiere tocarte como lo hago yo?!—volvió a mirar a Rhaenyra, con las mejillas enrojecidas por el vino y los celos—¿Estás enamorada de él, es aso? ¿No es suficiente que te quiera... ¡¿No soy suficiente?!

—¿Suficiente? ¿Tu?—Rhaenyra se burló—Un borracho como tú nunca podría complacer a una mujer como yo, pero tranquilo, hermano, Aemond no me tocó.

—¡Mentirosa! ¡Estabas con Aemond, lo sé!—el rey la agarró del brazo con fuerza.—¡Y dejaste que te tocara! ¡Dejaste que te besara!—su voz estaba ronca por la ira—¿El príncipe te llena de maneras que yo no, hermana?—acercó su rostro al de ella y ella pudo oler el vino y la pasión en su aliento. —¿No soy suficiente?—ella se soltó de su agarre.

—¡Ya te dije! ¡Aemond nunca me tocó! y sí, no eres suficiente, eres un bruto salvaje que no sabe cómo complacer a una mujer, no me hiciste sentir ni el más mínimo atisbo de placer por tu propia mano, siempre tuviste que recurrir a pociones y artilugios para hacerme siquiera jadear, pero tú solo no has sido capaz de darme la más mínima satisfacción. Por el contrario, me das asco 

—¿¡Mi propia hermana me considera repulsivo!?—sus palabras hirieron a Aegon más profundamente de lo que cualquier cuchillo lo había hecho antes—¿Es eso lo que piensas, dulce hermana? ¿Crees que soy un tonto borracho que no puede complacerte?—se giró y sus ojos se llenaron de lágrimas al recordar algo—¿Es eso lo que piensa Aemond? ¿Se estaban riendo de mí, mientras él te llenaba?—la reina retrocedió, estaba claro que Aegon no estaba en sus cinco sentidos, si sobrio era peligroso, borracho aún peor—Hermana, ¿qué he hecho para merecer esto? ¡Por qué te preocupas más por el príncipe que por mí! ¡Soy tu carne y tu sangre! ¡Soy tu rey!—la cara de Aegon estaba roja y golpeó la pared con el puño, —Dime, ¡¿qué encontraste en él que no encuentres en mí?! ¿Fueron sus besos los que disfrutaste? ¿Fueron sus caricias? ¿¡Él es mejor en la cama que yo!?—tenía los dientes apretados con rabia y se estiró para abofetearla en la cara, pero al final se contuvo, sabía que su hermana podría perdonar todo, ser profanada incluso, pero los golpes no, ese era un territorio restringido que el rey estaba tentado en cruzar—¿Soy realmente tan malo, hermana? Si el toque de Aemond es todo lo que deseas, entonces seré como él. ¡Te tocaré como quieras que te toquen!—su mano flotaba en el aire, antes de apresar con fuerza el cuerpo de su hermana—¡No me niegues, Rhaenyra! ¡Si quieres sentir placer, déjame darte lo que quieres!—el toque de Aemond debió sentirse mejor que el suyo, aunque sólo fuera para lograr que ella lo deseara así—Te daré lo que quieras, hermana. Puedo complacerte... ¡Puedo tocarte donde sólo Aemond te ha tocado!—movió su mano sobre ella, quitándole el vestido lentamente—Sé que quieres esto, Rhaenyra. Mira cómo responde tu cuerpo ante mí.

La Danza de los Corazones DurmientesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora