24.-Destino

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El automóvil se desplomó al vacío, precipitándose por el barranco en una secuencia que parecía transcurrir en cámara lenta. Antes de ser engullidos por completo, Jimin y Jungkook reaccionaron instintivamente, saltando en un acto reflejo de supervivencia.

Con desesperación, Jimin logró aferrarse a una rama que pendía sobre el abismo, observando impotente cómo Jungkook caía hacia el río abajo.

—¡No! —gritó desde lo más profundo de su ser.

Su corazón se desgarró al pensar que había perdido al amor de su vida para siempre. Con la respiración agitada y lágrimas ardientes nublando sus ojos, trepó laboriosamente por las rocas para salir del precipicio.

Una vez en tierra firme, corrió frenéticamente hacia el cauce del río, buscando desesperadamente entre los juncos algún indicio de Jungkook.

—¡Jungkook! ¡Jungkook! —clamaba sin cesar, con la voz quebrada y ronca de tanto llamarlo.

Escudriñaba la superficie agitada sin descanso, la desesperanza carcomiéndole las entrañas a cada segundo que pasaba sin rastro de él. Cada minuto se volvía una eternidad.

Hasta que sus ojos se posaron en un bulto que flotaba inerte, equilibrado por la embravecida corriente. Era el cuerpo sin vida de Jungkook.

Jimin soltó un alarido desgarrador que heló la sangre de cualquiera que lo oyera. Se llevó las manos al pecho y cayó de rodillas, con el rostro desencajado por el dolor.

—No... esto no puede estar pasando —sollozaba sin consuelo, arañándose los brazos en un arrebato de sufrimiento extremo. No podía concebir un mundo donde Jungkook no existiera. No ahora.

Reuniendo un valor sobrehumano, Jimin se puso de pie tambaleante y se arrojó a la gélida corriente. Nadó con brazadas furiosas, desesperado por alcanzar el cuerpo de su amado antes de que fuera arrastrado por la corriente.

Tras una lucha que parecía interminable, llegó exhausto a su lado y lo agarró con fuerza, negándose a dejarlo ir. Lo arrastró hacia la orilla, sollozando y suplicándole que no lo abandone.

En tierra firme, tendió el cuerpo empapado de Jungkook y, presa del pánico, comenzó a propinarle golpes en el pecho e insuflarle aire en un intento desesperado de reanimarlo.

—¡Vuelve! ¡No me dejes! —le suplicaba sin cesar, mientras gruesas lágrimas caían sobre su rostro exánime.

Bajo la yema de sus dedos, sintió un pulso débil que indicaba que Jungkook aún se aferraba a la vida. Sin perder un solo segundo, cargó como pudo su cuerpo sobre la espalda y lentamente subió hacia la carretera vacía. La oscuridad reinaba, sin orientación clara, pero colocó el cuerpo en la calle con la esperanza de que algún vehículo pasara.

Lloró al ver que no sucedía nada, pero cuando ya había perdido la esperanza, un auto apareció rápidamente. La mujer que condujo ayudó a Jimin y lo llevó a la clínica más cercana. Al llegar, entró desesperado.

—¡Ayuda, se está muriendo! —imploraba a todo aquel con el que se cruzaba.

En el hospital, los camilleros se llevaron de inmediato el cuerpo de Jungkook, mientras Jimin se derrumbaba en una silla de la sala de espera, sollozando desconsolado con ambas manos en su abultado vientre.

—Por favor, sálvenlo. No dejen que muera —suplicaba entre hipidos, meciéndose atormentado en la silla.

De repente, Jimin sintió un fuerte dolor en el vientre y su corazón se aceleró. Observó su pantalón y se horrorizó al ver manchas de sangre. El mundo se desvaneció a su alrededor y todo se volvió oscuro.

El Diablo No NegociaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora