25.-Lo mejor para mi

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Impaciente, apretaba el volante de su auto mientras conducía por las sinuosas carreteras hacia su casa. Anhelaba llegar pronto para descansar en la comodidad de su cama, especialmente después del agotador viaje a Corea esa semana. Había sido una semana particularmente estresante, llena de reuniones interminables y fechas límite ajustadas. Su único deseo era pasar un día tranquilo en su hermosa casa en el campo francés, un sueño que realmente no era su sueño.

A veces se cuestionaba si realmente deseaba regresar cada año a Corea. Le molestaba darse cuenta de que todo el dinero por el que tanto luchó ahora le resultaba vano, al igual que el reconocimiento y la fortuna que alguna vez atesoró. Esas cosas que en el pasado impulsaron su vida, ahora carecían de sentido frente a los recuerdos de todo lo que perdió.

Cada vez que regresaba a Seúl, los fantasmas de su pasado lo acechaban con más intensidad. Los sueños rotos, las oportunidades desperdiciadas, los caminos no transitados... todo ello lo atormentaba al encontrarse de nuevo en los lugares que presenciaron sus errores.

Mientras pasaba por pintorescos pueblos con casas de tejados puntiagudos, imaginaba sentarse en el porche disfrutando de la brisa fresca. La tensión en sus hombros comenzó a disminuir a medida que se acercaba al final del viaje. Finalmente, después de lo que parecía una eternidad, llegó al camino de grava que conducía a su casa.

Abrió los ojos con alegría al ver su encantadora casa de dos pisos adornada con macetas de flores colgantes rebosantes de coloridos geranios rojos y rosados. El césped del jardín estaba perfectamente podado, y el huerto rebosaba de verduras y frutas frescas. Sintió una oleada de alivio y felicidad al ver el entorno pacífico.

Estacionó el auto apresuradamente y salió, ansioso por sentarse en su silla favorita en el porche. Mientras caminaba por el sendero de piedra hacia la puerta principal, una sensación de paz y comodidad lo invadió. Era bueno estar en casa.

De repente, se detuvo a ver la escena en su jardín. Su pequeño niño corría y jugaba con su mascota, un gran perro Golden retriever llamado Kai. No pudo evitar sonreír al ver la escena.

—¡Hola, campeón! —lo saludó con una sonrisa, mientras su hijo corría hacia él con un gran puñado de margaritas silvestres que había recogido.

Lo levantó en brazos, llenándolo de besos mientras el niño reía.

Con su hijo en brazos, entró a la casa. Desde la cocina, escuchó la voz de su pareja.

—¡Amor, ya llegaste! —lo saludaron alegremente asomando la cabeza desde la cocina, con un delantal manchado de salsa.

—¡Sí, ya estoy en casa! —respondió con felicidad mientras se acercaba a su pareja para plantarle un tierno beso en los labios—. Te extrañé.

—Yo también te extrañé —dijo su pareja abrazándolo—. ¿Cómo te fue en ese viaje a Corea? Debes estar exhausto.

Dejó a su hijo en el suelo y se sentó en la mesa de la cocina, dispuesto a poner a su pareja al tanto de su agitada semana laboral en Corea mientras su hijo regresaba a jugar afuera, llenando la casa con sus risas.

Más tarde, ya en la mesa para la cena, no podía evitar seguir dándole vueltas en su mente a todo lo que había estado reflexionando.

Al notar la tensión en la mirada de su pareja desde la llegada de su viaje, supuso que algo parecía andar mal, decidió intentar conversar para saber qué le ocurría.

—¿Cómo te fue en el viaje? ¿Pasó algo malo? —preguntó con suavidad.

—Fue... normal —respondió secamente, pero su expresión denotaba tristeza y frialdad. La tensión de su viaje a Corea parecía estar afectándolo más de lo que quería admitir.

El Diablo No NegociaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora