26.4. Ei·kyuoöř

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Caía otra vez el sol al oeste. Me acerqué a Tatoxis, Martin estaba lejos y a otra cosa, no podía escucharnos.

Yo— Necesito que me des una pistola. No necesito balas

Tatoxis— Por favor... ¿Para qué es?

— Mañana ya sabrás. La necesito rápido

— Bueno, bueno, mientras no vayas a matar a nadie inocente hay una caja en el armario.

Saqué una pistola y cogí dos balas también. Se trata de una Tyr-HAP 80, una de las más comunes en Brödtland aunque es de fabricación soviética. Me la escondí dentro de la ropa hasta llegar a casa. La guardé en el recibidor. Mientras Martin cocina la cena yo preparo todo lo que voy a necesitar. Solo espero que esto no termine mal.

Volvíamos a casa desde el centro de actividad, a donde fuimos después. El sol ya se puso hace tiempo. Hemos llegado a la entrada. Martin se quita el abrigo, los guantes y los zapatos. Yo no, me quedo quieto, apoyado sobre el recibidor, con la mano en la empuñadura de la pistola dentro del cajón.

Martin me mira extraño. Supongo que este es el momento. Saco el arma y le apunto directamente. No quiero fijarme en su cara, pero es de miedo e incomprensión.

Martin— ¿Qué haces?

Yo— Vamos afuera

Martin— Me pongo de nuevo el abrigo y...

— No.

— ¿Qué?

— Vamos afuera.

Martin camina hacia atrás. Yo le voy apuntando a la cabeza. La pistola está totalmente descargada, tengo una bala en mi mano y la otra en el bolsillo. Martin baja las escaleras del porche y pisa la nieve con los calcetines.

Yo — Dame la chaqueta, el jerséis y el pantalón exterior

— ¿Me quedo solo con la camiseta? Me voy a morir de frío

— Y los calcetines también

— ¿¡QUÉ ESTÁS HACIENDO, TIM!?

— HE DICHO QUE ME LO DES O TE PEGO UN TIRO, MARTIN

Sin decir nada se desnuda hasta quedarse una sola capa de ropa. Lo cojo todo y lo meto en casa. Agarro de casa la mochila que había preparado y se la doy a Martin.

Yo— Carga con esto

— Pesa una barbaridad, ¿Qué son, piedras?

— Todas las que he podido. También está la plancha, hay mancuernas y unos bloques para esculturas. Así que trátalo bien.

— ¿Y tengo que llevar todo esto?

— 20 kilómetros, sí. Comienza ahora antes de que nieve más fuerte.

— Me vas a matar

— Eso dependerá de ti. EMPIEZA

Martin se coloca la mochila en la espalda y comienza a caminar lentamente, haciendo un gran esfuerzo por cargar con todo el peso.

Yo— ¿Quieres llegar a navidad así? Más rápido.

— ¿Y cómo vas a medir la distancia?

— He pagado a un alce para que me lo diga, ¿A ti que te importa ahora?

Comienza a caminar más rápido. Yo camino a su lado, pero sin peso y bien abrigado. Llegamos, tras mucho tiempo, al final de la avenida y nos dirigimos hacia la parte exterior del pueblo. Hökvarteräa es un pueblo perfectamente delimitado, como si una muralla invisible impidiese construir afuera. Nosotros vamos a estar caminando alrededor de esa muralla.

Martin tiembla mientras camina. Eso me hace recordar que esta semana comenzarán a alcanzarse temperaturas positivas, lo que se le llama el sommarpunkt, el punto del verano, será la primera vez que se alcance un grado centígrado positivo en este año.

Seguimos caminando. Martin me pide parar varias veces, o descansar, pero le obligo a seguir apuntándole con el arma. Llevaremos media hora, un kilómetro, comienza a llorar.

Yo— ¿Por qué estás llorando?

— He-

— Me da igual, sigue.

— ...

Se para en medio de la nieve, tiritando y con la espalda inclinada hacia delante. La oscuridad hace que casi solo se distinga su contorno del paisaje. Se seca las lágrimas con las manos.

Martin— Lo dejo.

Se empieza a quitar la mochila, pero le agarro, Martin cae hacia delante, encima de la nieve.

Yo— ¿Qué haces?

— ¿¡QUÉ HACES TÚ!? YO, DEJARLO. ¡DEJAR ESTO, DEJARTE A TÍ Y DEJARLO TODO!

— Ni hablar.

Martin intenta levantarse, pero le piso la mochila y se cae de nuevo a donde estaba. Meto la bala que tengo en la mano en el cargador y tiro del martillo, lo que la carga automáticamente.

Yo— Vas a seguir hasta hacer los treinta kilómetros

— ¿¡No eran antes veinte!?

—Ahora me apetece que sean treinta

—¡VETE A LA M****A, TIM! ¡DÉJAM-

Disparo al lado de su cabeza.

Yo— ¿Ahora te apetece más caminar?

Se pone de pie y seguimos caminando durante casi una hora más, ni 3 kilómetros.

Empiezo a notar que sus piernas comienzan a moverse mal, torpemente. Se tropieza y cae a la nieve, algo que hasta ahora no había sucedido. Le doy la mano para levantarse, le agarro el cuello y le beso en la boca. Está entrando en hipotermia, ya era hora.

Yo— Volvemos a casa

— ¿Ya? ¿Por fin?

— Dentro de la mochila también está tu otro par de botas y una manta térmica.

Atravesamos medio pueblo hasta llegar a nuestro hogar. Martin se quita la mochila nada más llegar y yo le abrazo fuertemente.

Yo— Perdóname, Martin, pero quería asegurarme de que podrías aguantar algo así

— Lo siento, pensaba que te habías vuelto loco. Perdona por dudar de ti, soy idiota

— No, he hecho todo lo posible por que creas eso, no es tu culpa

— Pero-

— Ni pero ni nada

— ¿Lo he hecho bien?

— Genial. El entrenamiento de Tatoxis no me permite verlo, así que quería comprobarlo. Deberías tomar ahora algo antes de dormir para recuperar las fuerzas

— No me apetece nada a estas horas, solo quiero tumbarme en la cama y descansar

— Podemos hacer ese deporte, así te doy un poco de calor

— Solo quiero descansar

— Bueno, puedes quedarte quieto mientras yo hago lo demás

— Es que no me apetece

— Ya verás que te haré cambiar de opinión

Hornos Y Revolución - Onda BrödugnarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora