Prólogo

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—Te voy a enseñar un juego, muchacho.

—¿Cuál juego? —Alzó las orejas doradas con interés.

—Vamos a atropellar protestantes. —Apretó fuertemente el volante y dobló una curva. El coche saltó un poco con un pequeño bache.

—¿Atropellar protestantes?

—Sí, ¿ves eso? —Señaló con su dedo peludo hacia delante, sin parar de mover el coche.

—Es gente que trata de detener el tránsito.

—¡Exacto! ¡Vamos allá! ¡Ja, ja!

Pisó fuertemente el acelerador, y mató a tantos como tocó su hermoso Tesla color gris.

El capó se manchó de sangre, y las llantas se cortaron un poco con los dientes, garras, y huesos de la gente que aplastó con su peso. Sin embargo, dobló una curva y la huella de sangre y fluidos corporales siguió al lujoso coche.

—¡Eso estuvo increíble! ¡Hagámoslo de nuevo! —gritó el rubio de catorce años, sonriendo.

Frente al espejo retrovisor, asomó la sonrisa llena de dientes filosos. Tesla se relamió los labios con satisfacción.

—Ese es mi muchacho.

—¡Señor, ya sé de quién es ese coche homicida!

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—¡Señor, ya sé de quién es ese coche homicida!

—¿Ah sí?

—Sí señor. Pertenece a un tal Tesla. ¡Lo atraparé a toda costa! —El jefe agarró la cola del novato, que volteó confundido.

—No atraparemos a nadie.

—¿Eh? ¡Mató a todos esos protestantes pasándoles por encima!

—Déjalo... tratamos con el demonio auténtico de nuestra ciudad. Lo mejor será no involucrarnos con él...

—¿Es tan importante ese sujeto?

—Si lo tocas te pulveriza... solo es un desalmado, dejémoslo así por ahora...

—¡Pero...!

—¡Novato! No investigamos al diablo, ¿sí?

The Boy Who Became a MonsterDonde viven las historias. Descúbrelo ahora