Los Ojos son Ciegos Hasta que el Cuerpo Sufre

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El tiempo pasó con rapidez. Los siete años no se sintieron en el grupo de amigos, pues ninguno envejeció ni creció, salvo Jeffrey, quien alcanzó el tamaño de Klaus, pero seguía prácticamente idéntico. Sin embargo, todos los humanos cambiaron drásticamente en ese corto período de tiempo.

Klyde, que antes tenía diez años, ahora contaba con diecisiete, y era un ávido investigador con cualquier cosa que tuviera que ver con la anormal anatomía de Klaus. Gobernaba tranquilamente la ciudad de Kroyle con ayuda de consejeros útiles que temían que atraer caos, hambruna y guerras internas molestara al irritable gliffin, quien seguía sintiendo odio hacia la raza humana. Klaus, sin embargo, había encontrado su forma de calmarlo: queso. Jeffrey AMABA el queso, y muchísimo.

Billy siempre lo sobornaba diciéndole que devoraría el queso que quedaba en los almacenes cuando se enojaban o peleaban. Esos años fueron divertidos, pacíficos y tranquilos, para todos. Solo había una cosa que había cambiado aparentemente para regular.

Klyde estaba prácticamente obsesionado con Klaus y todo lo que tuviese que ver con él. Cada día trataba de pasarse un tiempo a solas con él, para investigar su cuerpo según decía, y la inocencia de Klaus, Billy y Jeffrey respecto a ese lado tenebroso de los humanos les jugaba algo en contra. Para ellos tres solo era que estaba obsesionado con hacerle investigaciones, y ya que Klaus no contaba con órganos genitales, nada malo podría salir de ahí.

Sin embargo, la verdad era otra. Otra llena de horror y oscuridad. Klyde padecía de un caso grave de limerencia para con Klaus. Su nivel era tal que cuando no estaban cerca al príncipe solían darle ataques de ansiedad o crisis nerviosas que hacían temblar de pavor y repulsión a los demás funcionarios. El gobernador, y su principal consejero, estaba sumamente preocupado por la salud mental del príncipe, pero alejar a la fuente del problema: Klaus, solo lo acentuó.

En su viaje con Jeffrey al centro de la ciudad a una exposición de quesos, Klyde se desmayó en medio de un discurso político importante, solo por la ausencia de Klaus. Era sin dudas algo más que preocupante, pero nadie se atrevía a decir nada. Klaus no sabía, pero ya Jeffrey había notado que había raro con su amistad. Pero, un día soleado de marzo, donde había una brisa refrescante, y mientras Klaus se encontraba solo cuidando de su parte del gran jardín (o más bien, bosque) real, unos ojos rojos como los propios asomaron entre las hojas de los tupidos robles.

-¿Quién anda ahí? -preguntó el albino, alzando las orejas al captar movimientos extraños del espacio natural. El olor era indescifrable para su nariz ya algo más entrenada.

Nada se movía en el silencio de los grandes jardines del palacio, pero Klaus olía que ese algo seguía ahí.

-Da la cara, sé que estás ahí, puedo olerte escondido entre las sombras. Cobarde.

De las ramas de los robles se dejó caer el ser desconocido para Klaus: una mezcla bizarra entre gliffin y lo que había descrito y visto en imágenes como ghoul. La máscara ósea solo acaparaba la parte de su cabeza, y dejaba ver unos ojos rojos brillantes y llenos de una vívida esencia de muerte. Similares a los de Klaus, pero mucho más muertos. El pequeño lobo albino se quedó sin habla por unos segundos, mirando detenidamente al peligro vivo que tenía enfrente. Retrocedió un paso.

-Hola, mi pequeño amigo -saludó Raphel, mostrando una sonrisa.

-¿Quién eres y cómo entraste a los terrenos del palacio? -Se mostró esquivo, aunque era de esperarse, teniendo en cuenta que jamás había visto u oído hablar acerca de semejante criatura sacada de una extraña entraña del infierno. Sin embargo, Raphel se sentó en el suelo frente a él, oculto de vistas indiscretas bajo la sombra de los robles, y respondió a sus preguntas con asombrosa paciencia indigna del villano que Klaus lo creía.

The Boy Who Became a MonsterDonde viven las historias. Descúbrelo ahora