Es un Adiós ¿eterno?

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En la madrugada volví a despertarme. Me estiré y miré a Klaus durmiendo en la cama frente a mí. Cuando duerme es cuando único es idéntico a su yo del pasado. Lo extraño mucho.

Salí por la ventana como siempre y me interné en el bosque. Jugando con las ardillas, me sentí muy libre. Mis patas tocaron el pasto y una corriente eléctrica me hizo estremecer de alegría y libertad. Cada noche hacía lo mismo, corría al bosque a soltarme. Klaus apenas me miraba en esa aldea de salvajes asesinos. No podía negar que temía por él, pero nada puedo hacer para influir en sus decisiones.

Esa noche la luna nueva hacía que la oscuridad predominara más que nunca por el bosque. Me gustaba la oscuridad, y podía ver perfectamente a través de ella. Estaba feliz, caminando y corriendo por los árboles, mordiendo las ramas y tropezando con las rocas. Paré de corretear cuando unos ojos azules brillantes me observaron desde unos escasos tres metros.

Me acerqué hacia ellos y retrocedieron, un gruñido resonó mientras se alejaban. El aroma de la muerte y las flores me hizo dudar, pero aun así fui e insistí como un niño caprichoso. Con mis casi cien años, estaba tonteando y jugando con el otro ser. Sonreí con mis ojos de plata y seguí acercándome a los ojos.

Echaron a correr y yo los seguí, entusiasmado. Por primera vez en años me sentía feliz. Desde la muerte de Billy me había resumido a una mancha oscura en un rincón, olvidado por mi amigo, quien escogió su camino en la vida, dejándome a un lado. El viento me daba en la cara de hueso, haciéndome sentir más vivo que nunca. El olor de las flores sobrepasó al de la muerte, y salté hacia los ojos azules, cayendo sobre su cuerpo. Un arañazo me hizo levantarme de golpe.

—¿Así conoces a todos los demás gliffin? —Una voz femenina salió del cráneo perfumado que mi cuerpo casi aplastado. Abrí los ojos con sorpresa y me aparté del todo. Era preciosa, esa voz... y su cráneo estaba sin un rasguño, tan hermoso y limpio que brillaba con la ínfima luz de las estrellas...

—¡Eres una chica! —chillé, anonado. Ella rio.

—Sí... soy una chica, ¿tienes algún problema con las chicas?

—N-no... no lidio con ellas a menudo... —Sonreí apenado con mis ojos blancos.

—¿Cuál es tu nombre? —dijo, mientras caminaba hacia mí, apoyando sus patas finas sobre el pasto ennegrecido— Hace unas semanas vagas por este bosque, correteando como cachorro, ¿buscas a tu manada?

—No... soy algo así como un desertor... —Bajé la cabeza— Tampoco soy de por aquí. Dejé a mi manada atrás hace años...

—Te pregunté tu nombre —Rio y yo, avergonzado me caí sentado cuando ella estuvo a poco menos de un metro de mí. Mirándome con esos ojos deslumbrantes y hermosos...

—Oh... ah... Jeffrey. Pero mis amigos me llaman Jeff el cool... —Sonreí con aires de grandeza ocultando mis nervios. Era mi primera vez hablando con una hembra, y es terriblemente hermosa, a mi pesar.

—¿Jeff, el cool? —Sonrió, con tono burlesco. Yo sonreí más ampliamente. Tenía que aprovechar mis huesos móviles el tiempo que me quedaba.

—Sí... ¿genial, no?

—¿De dónde vienes?

—Bueno... es una larga historia... no te sé decir exactamente. Es un sitio muy lejano, y ya no recuerdo bien lo que fue mi territorio, he estado pasando por muchos... —Miré al suelo con la mirada perdida, dolido— cambios...

—¿Y tu anterior manada te expulsó?

—Más o menos. Yo deserté, por un amigo.

—¿Y dónde está tu amigo? —La pregunta me dolió tanto que quedé paralizado sin poder contestar. Por un minuto entero ni me moví ni dije nada. Ella se presentó entonces.

The Boy Who Became a MonsterDonde viven las historias. Descúbrelo ahora