Cráneos Sonrientes

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"¿Cuándo fue la última que estuviste bien?" preguntó la voz infantil al casi ciego Klaus, quien podía apenas distinguir la silueta del niño frente a él. "Este paisaje es tan tranquilo que podríamos dormir aquí para siempre, ¿verdad?"

El niño se tiró frente a Klaus, en el suelo, y cerró los ojos, estirándose. Klaus sonrió genuinamente mirándolo como podía. No podía ver más que su silueta, y no captaba detalles de él. Quiso preguntarle quién era, pero no le salieron las palabras de la boca. Sentía que algo iría mal si lo hacía.

El niño a su lado no se veía bien, pero su alrededor era claro como el agua: era un campo de lavandas, desolado y destruido, pero con un puñado de las flores en el centro, flores que estaban tintadas de sangre. Klaus se levantó con pesar y caminó mirándolo todo con atención. Era un bonito lugar, con una aldea en ruinas en la lejanía, sin olor a muerte ni vistas horrendas de putrefactos cadáveres. Klaus quería quedarse ahí para siempre.

Dio unos pasos en dirección al centro del jardín destruido, donde moraba un sauce llorón que no pareció afectado por la desconocida tragedia que asoló al lugar en el pasado. Bajo sus largas flores reposaba algo que Klaus no llegaba a ver del todo. Pero antes de que pudiera enfocar su visión, el niño al que no podía ver bien lo tomó de la mano con rapidez.

"¿Quieres en serio ver eso? ¡Es horrible!"

—Sí...

"¡Juguemos hasta que anochezca!" lo jaló de su brazo con una pizca de fuerza

"¡Olvídate de ese horrible cadáver! ¡Ya no vale nada!"

Klaus miró por última vez al árbol, y le dio la espalda.

Y con el árbol le dio la espalda a sus recuerdos enterrados, que gritaron en agonía tras de sí. El niño los miró con una expresión severa que Klaus no vio, porque no podía ver su rostro difuminado, y los recuerdos dejaron de llorar y llamar a Klaus.

Porque Klaus despertó de golpe.

Frente a él estaba Raphel, con su característica anatomía híbrida, completamente solo y con una sonrisa bastante... no perturbadora. Klaus se sentía débil, pero de alguna manera vivo.

—Buenas noches, querido Klaus —saludó—. Me alegra tanto que al fin despiertes... han pasado como doce horas desde que te desmayaste en el castillo humano.

La ola de recuerdos sacudió la cabeza del lobo albino, quien se llevó la mano que no le dolía a la cabeza, para aplacar el intenso dolor que lo aturdió de golpe. Raphel lo miró con lástima, en un gesto bondadoso, le acarició la cabeza. Klaus abrió la boca y notó que ya tenía unos dientes, por alguna razón. Miró a Raphel con duda, y el ser pareció comprender su interrogante.

—Oh... es una larga historia. Tu amiguito el gliffin estaba muy preocupado de que no pudieras volver a comer algo sólido nunca más, así que se metió en el peligroso bosque para buscar alguna solución... mató a un oso villed y le arrancó la dentadura. Mientras él dormía yo te puse los dientes a ti, ¿no es fenomenal volver a poder masticar? —Klaus se palpó la mandíbula con sus dedos— Pronto podrás hablar con fluidez y comer... por el momento, no te lo recomiendo.

Klaus quería preguntarle cosas, quería saber más de quien le hablaba, pero, entre el dolor de su boca, no muy potente pero sí molesto y mantenido, y algo en su instinto que le pedía casi a gritos que se alejara de Raphel; claramente no podía hacerlo. Antes de siquiera gemir para intentar comunicarse, vio como el gran ser de casi dos metros se desaparecía entre las plantas del bosque, y a la misma vez, como el olor de Jeffrey entraba en el radar de su olfato.

The Boy Who Became a MonsterDonde viven las historias. Descúbrelo ahora