La Niña y el Nanatsu

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Diamond corría desesperado, sintiendo el dolor de su amo en sus propios huesos, mientras que, sobre su lomo peludo, iba sujetada fuertemente la pequeña de cinco años que lloraba llamando por sus padres. Sabía que no podía retroceder, porque eso significaba una muerte segura, y la desobediencia a las órdenes de su amo.

Diamond tuvo que tragarse su lealtad y correr como cobarde hacia los bosques. Un tigre ghoul apareció a pocos pies y el lobo de ojos blancos se vio obligado a apretar el paso. El gran felino hacía retumbar los oídos caninos con sus rugidos furiosos, y los perseguía como si su vida dependiera de ello. Diamond se metió entre los árboles, esperando perder a su enemigo, pero el tigre lo siguió casi a un metro de distancia. Asustado y nervioso, Diamond siguió corriendo, esta vez en zigzag entre los frondosos árboles tratando de despistar, perder o noquear a su enemigo.

El felino se mantuvo constante y saltó hacia él con un rugido. Cayó en el suelo, en lugar de Diamond, pero sus garras rasguñaron la espalda de la niña, quien se cayó del lomo de su protector. Al notarlo, rápidamente el lobo corrió de vuelta, y se interpuso entre un zarpazo y la pequeña, quien se aguantaba la herida que sangraba en su piel. Diamond gruñó y mordió la pata del enorme gato con rayas y lo miró, furioso, ganando un zarpazo en sus costillas, que le dolió. Sabiendo que Maya no podía moverse debido al dolor, se daba por muerto, pero, al menos, trataría de llevarse al ghoul consigo para así no condenar a su protegida.

El tigre rugió una vez más, abalanzándose sobre Diamond, quien gruñó y se lanzó igualmente en su contra. Para su suerte, un grupo de enormes cuervos cuadrúpedos arremetió hacia el ghoul desde las copas de los árboles y comenzó a atacarlo sin piedad, en un caos de plumas y sangre oscura. Diamond aprovechó para correr, y cargó a Maya sobre su lomo como pudo, logrando escapar del peligro casi ileso.

Una vez sus patas musculosas se cansaron, el lobo gris cayó rendido sobre la nieve. Maya lo miró con tristeza y lo abrazó, acomodándose entre su pecho peludo y mullido, ahora en constante movimiento y manchado con sangre.

—¿Papá y mamá estarán bien, Diamond? —preguntó la infante, preocupada. El nanatsu abrió los ojos y la miró cansado. Estaba seguro de que su amo estaba vivo porque podía sentirlo, pero bajo un dolor insoportable, pero la señora...

—Martha no sé... mamá quizá haya logrado ir con el abuelo al cielo. Aunque ya no esté aquí, está descansando en una nube, lejos del peligro, la guerra y... el dolor —murmuró el canino de ojos de plata.

—¿Y papá? ¿Está bien?

—Sí. Espero que pronto se reúna con nosotros...

Al día siguiente, Diamond fue el primero en despertarse. Miró hacia todas direcciones buscando peligro, y olfateó.

Nada.

Sonrió aliviado y miró a su pecho, donde reposaba tranquilamente la pequeña Maya, quien aún dormía. En su pecho estalló una pequeña explosión que ensordeció sus sentidos por un instante, sacándolo de la realidad. Sus ojos, de antes un resplandor blanquecino como la plata, se iluminaron todavía más mientras un sentimiento similar a una quemadura se extendía por sus extremidades como un parásito.

El sabor de la libertad era amargo, para nada dulce.

Con el amo muerto, no había nada que lo ataba al mundo, excepto ella. Miró a Maya con la mente llena de malos pensamientos.

Si la mataba, sería completamente libre de hacer lo que quisiera, pero no iba a hacerlo. Solo lo mantenía vivo la última orden de Angus de proteger a su pequeña hijita de los peligros de esta nueva horda de ataques despiadados de los hombres bestia. Viviría para ello, pensó, decidido.

The Boy Who Became a MonsterDonde viven las historias. Descúbrelo ahora