Esa noche Klaus no pudo dormir. Oía risas y pasos a su alrededor, y, cuando alzaba la cabeza mareada, solo podía distinguir los puntos brillantes de alguna criatura que lo cazaba, o se burlaba de él.
Más probablemente la segunda opción.
Sabía que estaba solo, pues su olfato solo distinguía el olor de plantas y tierra del bosque, más el olor de sus manos llenas de sangre. Sin embargo, se sentía acorralado por algún extraño ser que, al parecer, disfrutaba quitándole el sueño con sus ruidos que a veces eran fuertes, y a veces eran suaves, que daban sensación de cercanía o lejanía. La criatura que lo estuviera acosando tenía muy buenas formas de molestar y disminuir la salud mental del pobre Klaus, que se cubría los oídos para no escuchar nada más que su respiración agitada.
El lobo blanco, abrumado por tantos estímulos a su vista y su oído, se sentía desorientado. Estaba a punto de gritar cuando alzó la vista, topándose con los orbes blancos de su tormento, que lo observaban muy brillantes desde una cómoda distancia de diez metros. Klaus mordió su labio inferior, haciéndose sangrar, y corrió lleno de ansiedad hacia los haces de luz, que se desvanecieron en la oscuridad casi absoluta.
Frustrado y agotado, se tiró en el suelo, y cuando se percató de que "la cosa" ya no estaba con él, intentó cerrar los ojos y descansar. Le fue imposible, pues unas patas armadas con uñas filosas palpaban sus patas, y despertó sobrecargado de miedo. Miró a todos lados. Ni siquiera podía ver con claridad en la penumbra debido a que su vista se había opacado debido al cansancio que llevaba. Respiraba agitado, y decidió matar a lo que fuera que lo estuviera cazando. Afiló sus garras en el tronco de un viejo abedul, y sacó los dientes a la nada.
Oyó una risa a lo lejos, y luego unos pasos rápidos en su dirección. Klaus gruñó, enojado, pero nadie lo atacó. Un toque en sus orejas con algo que parecían dientes lo asustó de sobremanera, y saltó hacia atrás, cayendo sobre una masa de pelaje negro, que huyó rápidamente. Klaus siguió su olor, corriendo sobre sus cuatro extremidades y chocando contra cada roca o árbol que tuviera enfrente.
Con tal de atrapar esa cosa hasta subiría una palmera.
Se lanzó sobre la masa de pelaje y carne, atrapándola con las garras, pero unos dientes lo mordieron en el hombro, y Klaus gritó del dolor. Eran los dientes más duros y filosos que hubiera sentido nunca. Podía afirmar que romperían algún hueso si apretaban muy fuerte. Se movió bruscamente, sintiendo el mayor dolor de su vida, hasta que logró que lo soltaran. La masa había desaparecido, y el lobo se sintió frustrado de nuevo.
Nuevos pasos se oyeron cerca suyo, y el canino albino, al borde del desmayo, chilló:
—Quien sea que seáis, ¡dejadme en paz!
Más que apartarlos, atrajo más de ellos. El olor de la muerte llegaba con los misteriosos depredadores, y Klaus podía oler a más de cinco. Siete criaturas o más lo velaban, y solo podía visualizar los orbes luminosos que tenían dos de ellos.
Estaban muy separados el uno del otro, mirando a Klaus, que solo se mantenía quieto y a la defensiva, esperando al ataque.
Pero ninguno se movió, ni hicieron ruido. Esas cosas eran listas. El lobo albino les sacó los dientes lo más que pudo, y alzó las manos con garras para intentar lucir amenazante.
Un aullido lobuno resonó a lo lejos, y los ojos luminosos se voltearon a la dirección del sonido. Rápidamente, muchos pasos se oyeron dispersos, y, en poco tiempo, hubo absoluto silencio. Ya no había nada ni nadie, pero Klaus se mantuvo alerta.
Las cosas probablemente habían huido de algo peor, o tal vez habían encontrado una nueva presa más fácil de atormentar. Tal como pensaba su paranoica cabeza, el olor de los lobos se acercaba a él más de lo que hubiera disfrutado. Echó a correr, con miedo a ser matado por bestias que desconocía. Los lobos eran muchos más que los anteriores seres de sombra y ojos luminosos. Como diez aproximadamente. Corrían en su dirección, y, entre ellos, pudo distinguir el olor a muerte de las criaturas burlonas.
Los lobos eran presas, igual que él.
Klaus apretó el paso, y cruzó miradas con un lobo relativamente normal, pero con los orbes luminosos y blancos como luz de luna. No era uno de sus perseguidores, porque el olor de la muerte no era parte de su esencia. Era una presa más. Klaus quiso pensar que estaba a salvo, pero el lobo lo mordió en una de las piernas y cayó al suelo.
Fue pisoteado por una manada da canes, y entre ellos, uno enorme y más pesado (considerablemente), que sintió que le rompió la columna con su peso. Las cosas siguieron su rumbo, detrás de los lobos, pero dos de ellos se quedaron olfateando a Klaus, que se quejaba en el suelo, inmóvil. Deseaba que lo dieran por muerto, y solo siguieran jugando con los lobos, pero se quedaron.
—¿Cuánto tiempo crees que tarden los demás en atrapar al ghoul? —preguntó una de las criaturas a la otra. Klaus seguía fingiendo estar muerto.
—No lo sé, pero es solo un cachorro, pronto lo matarán.
—¿Y a los nanatsus los dejarán ir?
—No lo sé, tal vez no. —Hubo un corto silencio— Este ghoul sí que es raro.
Tocaron con sus garras una pata de Klaus.
—No ha tomado la forma humana en muchos días. ¿Será que es una mutación o algo así?
—No seas tonto, ningún ghoul puede vivir muchos años sin tomar su forma humanoide. Tarde o temprano se convertirá en una animal salvaje.
Algo en el corazón de Klaus inundó sus pensamientos. ¿Y si terminaba convirtiéndose en un animal salvaje a ese paso? Había matado a dos seres vivos, un hombre y un perro. Ambas veces (según creía) habían sido para salvar su vida. Estas cosas hablaban de lo mismo que los humanos de aquel pueblo: ghouls, y ahora sumaron a unas criaturas llamadas nanatsus. Cada vez entendía menos el mundo dónde estaba ahora.
O tal vez no podía recordarlo.
—¿Qué hacemos con este? No está muerto, pero no creo que dure mucho... el nanatsu lo mordió y lo dejó incapacitado.
—No sé qué es, no voy a arriesgarme a comerme algo de dudosa procedencia, ¿sabes? Yo me voy.
—Adiós, yo me quedaré aquí examinándolo. Fue tan gracioso cuando sacó las uñas, je, je...
—No tardes demasiado Jeffrey, el alfa preguntará por ti también.
—Vale.
El otro ser se fue de ahí, y quedó el nombrado Jeffrey. Curioso, acercó su nariz extrañamente dura a la cabeza de Klaus, que, aprovechando que su oponente era solo uno, se volteó bruscamente y mordió una pata de su amenaza. Jeffrey dio un gritito, y se movió buscando liberarse de los dientes del lobo blanco. Fue inútil, pues Klaus no cedió un ápice, y mordió más fuerte, con tal de debilitar a su depredador.
Jeffrey le dio un zarpazo en el rostro al lobo albino, haciendo que lo soltase de inmediato. Jeffrey miró con algo de miedo a los orbes rojo sangre de Klaus, que apenas podía verlo con su vista opacada por una neblina causada por su agotamiento. Echó a correr, viendo que el amanecer empezaba a mostrarse por encima de la oscuridad de la noche.
—¡Eso es! ¡Vete de aquí! —gritó Klaus, con la voz rasposa y ronca— ¡Y no regreses! ¡O te mato! ¡¿Oíste?! ¡Te mato!
Se quedó de pie torpemente viendo la sombra alejarse cada vez más, sintiéndose seguro, solo se dejó caer al suelo, agotado. Babeaba y sus ojos se pusieron en blanco. Completamente derrumbado, se quedó inmóvil, solo vivo porque su corazón latía y sus pulmones seguían exigiendo oxígeno.
—Estoy vivo... —susurró,antes de perder por completo el conocimiento.
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The Boy Who Became a Monster
FantasyMe llamo Klaus, y esta es mi historia. La historia de cómo me volví humano. O al menos lo intenté con todas mis ganas, pero ninguna criatura viva quería apoyarme. Así que tuve que cambiar mis objetivos. Y cambiar yo mismo por mi bien. ¿Humanidad? Se...