Una Treta que Salió muy Bien

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El leopardo de las nieves abrió de una patada la puerta de madera de aquella casa en medio de la ciudad londinense. No vio nada, y decidió meterse a indagar. Sus oídos no captaban absolutamente nada en el interior. Se metió en la habitación más grande, donde había una cama vacía. Gruñó furioso y dio un puñetazo a la pared.

Volteó a mirar de reojo hacia la puerta abierta, donde una luz azul muy leve vacilaba. Fue hacia ella con lentitud, preparándose para atacar a lo que sea que emitía aquel haz de luz, que le parecía tan familiar. En la sala de estar no había nada, y la luz seguía vacilante en una puerta que antes él había ignorado. La siguió apoyando sus patas sin hacer el más mínimo ruido. Le gustaba eso de los felinos.

Atravesó el umbral, pero no veía la luz. Desde el techo, Rekko se dejó caer sobre él, mordiéndole el cuello, o al menos eso intentaba. El leopardo de las nieves logró hacer volcar al gliffin, que cayó de espaldas al suelo. Rápidamente se levantó y esquivó un puñetazo en la cara. Abrió su boca y rugió, mostrando una lengua azul y babosa.

—Cuánto tiempo, Raphel —Le dijo Rekko, con una sonrisa visual—, lamento decirte que Klaus no está aquí.

—Infeliz. ¿Dónde está? —gruñó el felino, con sus orbes rojos brillando de enojo.

—Si te lo digo no tiene chiste —Se lanzó hacia él y embistió dándole un cabezazo en el centro del pecho, que le sacó aire—. Solo sé que está muy lejos. En un lugar donde no podrías encontrarlo.

—¡Escúpelo! —gritó Raphel, aprisionando la cabeza del gliffin entre sus brazos, haciendo presión— O te romperé ese lindo cráneo aquí mismo.

—Soy lo que te pidió ese demonio, no puedes matarme si él sabe que cumpliste tu objetivo —Rekko trataba de librarse, pero el agarre lo estaba aguantando por el cuello, no la cabeza.

—Irvin no sabe nada, porque no le diré. Estarás muerto para cuando diga algo.

Lo apretó mucho más fuerte. Rekko gruñó, arañando la espalda de Raphel duramente, enterrando las filosas uñas en la carne del leopardo. Él no cedió, y agarró los incisivos del gliffin con una de sus manos en un ágil movimiento. Jaló la mandíbula hacia arriba, sacando sangre azul de las uniones que rompía. Rekko hizo fuerzas y logró soltarse antes de que su enemigo provocase un daño irreversible, y lo mordió en la mano. Pretendía arrancarla, pero la otra le dio un buen puñetazo en la cabeza, provocando una leve rotura en el hueso, que rajó parte de sus aberturas visuales.

Gritó de dolor mientras la sangre color zafiro escurría de las grietas, y se desapareció entre las sombras. Raphel miró el suelo, con una expresión oscurecida, mientras su mano chorreaba sangre carmesí que al caer se mezclaba con la azul derramada por el gliffin artificial.

—Tengo que matarlo —Se dijo—, antes de que Irvin me pida matar a Klaus... Klaus es mi esperanza. Klaus me hará libre de este demonio.

Gruñó, pasando un trozo de la tela de su abrigo de piel ulgram por su herida. Se sentó en una silla y se puso a pensar en algún sitio donde Rekko no quería que lo localizara. Europa entera pasó por su mente, pero ningún país parecía el adecuado. Irritado, se dedicó a indagar por la casa, buscando mapas o algún punto donde pudiera encontrar una pista. Dio con un mapamundi bastante viejo, roto por una esquina. No había mucha novedad en comparación a un mapa cualquiera de una biblioteca, ni siquiera marcas de pluma sobre el papel. Raphel estuvo observándolo por una hora y media sin respuesta.

Cansado, se quedó tumbado y dormido sobre el mapa, mientras unos ojos azules lo observaban discretamente desde el techo.

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The Boy Who Became a MonsterDonde viven las historias. Descúbrelo ahora