4. Daga

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𝓗𝓪𝓼𝓽𝓪 𝓱𝓪𝓬𝓮𝓻𝓷𝓸𝓼 𝓹𝓸𝓵𝓿𝓸 𝓳𝓾𝓷𝓽𝓸𝓼: En una noche de luna llena, un hombre que no podía morir pide su último deseo: liberarse de la maldición que carga desde que nació.
Éste escrito es un reciclaje de un capítulo viejo que borré hace tiempo y que lo adapté para éste libro.






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Lágrimas corriendo como lava ardiente desde sus ojos rojos hasta su cuello, quemando su piel, abriendo más heridas en su alma inmortal. No pudo hacer nada más que llorar cuando la última persona que lo amó murió después de 80 años de toda una vida. Gabriella, su adorada hija, murió en su cama, con una sonrisa en su cansado y envejecido rostro. Cuando Miguel sintió la frialdad de la muerte en su mano, su mano que sostenía con desespero, se marchó de aquella habitación que olía a dolor y putrefacción. Aquel cuerpo que su hija alguna vez habitó ya no significaba nada para él, Gabriella estaba lejos, demasiado como para volver pronto. Y Miguel podía esperar por su regreso, pues el tiempo era suyo, la eternidad estaba en sus manos, lo hizo ser el hombre más paciente del mundo.

Huyó de su hogar con una simple camiseta de seda, sin importarle el frío desgarrador de las calles. Después de todo, eso era algo de lo que solo se preocupaban los mortales.

Su corazón latía en su pecho, bombeaba la sangre que corría por sus venas, sus venas que se movían con todo su cuerpo, su cuerpo que siempre ha estado lleno de vida y tanta muerte a la vez. Viviría para siempre, jamás conocería lo que había del otro lado, y Miguel estaba harto, sentía repulsión de su propia naturaleza.

Quería vivir, vivir plenamente sabiendo que todo tendría un final, que algún día envejecería y su corazón ya no palpitaría dentro de sus costillas nunca más. Quería comer por necesidad y no por monotonía. Quería amar, amar con pasión y locura, quería ser amado de la misma forma hasta morir, hasta hacerse polvo debajo de una tumba, una tumba sobre la cuál, sus seres amados llorarían su partida. Quería morir.

Miguel O'Hara Hernández nació en medio de una tormenta cuando la noche cubrió a Tlaltizapán, en 1901. Se decía que era el hijo de un viejo foráneo y acaudalado que jamás conoció. Fue criado por su madre, Conchata O'Hara, la mujer que estaba en la boca de todo el pueblo por los inumerables rumores de un pacto con el diablo.

Y Miguel sabía bien que era cierto, que su familia estaba llena de mujeres hermosas que servían al amo del infierno. Todas sus tías, sus primas, su abuela, y la madre de su abuela. Sabía que si algún día tenía hijas, también tendrían que servirlo.

Se decía también que Conchata era estéril, y que lo alejó de sus verdaderos padres para por fin ser madre. No era así.

Conchata quiso ser madre por mucho tiempo, pero debido a su reputación, ningún hombre en su pueblo quiso desposarla. Hasta que conoció a Tyler Stone, que no se fijó mucho en esos rumores y le hizo promesas de amor que no cumpliría, pues el hombre volvería a sus tierras lejanas en cuanto oyó de los labios de Conchata que estaba esperando un hijo suyo.

Aún así, cuando su pequeño nació, Conchata no pudo haberse sentido más feliz y satisfecha. Lo amó en cuanto lo vió a los ojos por primera vez.

Pero cuando Miguel enfermó de viruela con tan solo 3 años de edad, Conchata se vió en un aprieto. El chiquillo cada día estaba más débil, no comía, y el poco alimento que llegaba a ingerir luego de horas de intentar alimentarlo, terminaba como vomito entre las sábanas. Miguel no duraría mucho así, si la viruela no lo mataba, lo haría el hambre.

Conchata hizo lo humanamente posible. Lo llevó a otros doctores en pueblos cercanos cuando el de su pueblo le había dicho que era un caso perdido, le dió los mejores medicamentos, brebajes y plantas prohibidas incluso, pero nada parecía funcionar. Una noche, con el pequeño Miguel apenas respirando entre el sudor frío que empapaba su cuerpecito, Conchata creyó que su niño moriría antes de que saliera el sol del nuevo día.

𝓜𝔂 𝓸𝓱 𝓶𝔂! (Spiderdads)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora