Trece

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Lisandro llegó a la cita con su nuevo terapeuta puntual: faltaban dos minutos para las 19 horas. Le costó muchísimo tomar la decisión de comenzar una terapia, pero sus constantes crisis de ansiedad no le dejaban otra opción. Rebuscó entre las numerosas opciones que la cartilla de su obra social le ofrecía, y se terminó decidiendo por el que tenía mayor cantidad de opiniones positivas en las reseñas.

Cuando el psicólogo abrió la puerta, se sorprendió al encontrarse con (literalmente) un monumento de hombre. Era altísimo, calculó que medía por lo menos dos metros.

-¿Martinez? -le preguntó, para chequear.

-Sí... Lisandro -el teñido respondió con nerviosismo.

-Bueno, somos tocayos de apellido... -bromeó el hombre -Soy Emiliano, mucho gusto.

Lisandro observó el lugar con curiosidad. Había visto en numerosas películas cómo el paciente se recostaba en un diván para tener su sesión, de espaldas a su psicólogo, y se había imaginado que probablemente sus sesiones serían de ese modo. Pero, para su sorpresa, el lugar parecía más apropiado para charlar con un amigo. Había dos cómodos sillones de un cuerpo enfrentados, y en las paredes colgaban los títulos y diplomas de Emiliano.

-Bueno, Lisandro, contame... -comenzó a decirle, mientras se quitaba sus anteojos -¿qué te llevó a comenzar la terapia?

El teñido se revolvió en su asiento, incómodo. No podía controlar el temblor de su pierna izquierda, que se movía rítmicamente contra su voluntad. Intentó secarse el sudor de las palmas de las manos en el pantalón, rogando que Emiliano no notara su creciente nerviosismo.

-Lisandro... -continuó con amabilidad -a partir de ahora, quiero que consideres este espacio como tu lugar seguro. Podés decir cualquier cosa que se te venga a la mente, lo que sea... podés confiar en mí.

Había algo en su tono de voz y su mirada que le transmitía seguridad.

-Empecemos con algo más sencillo... -Emiliano intentó ayudarlo -contame un poco sobre vos. Tu familia, tu ocupación, lo que quieras.

Lisandro tomó aire profundo y juntó valor para lo que se venía. Las palabras irrumpían en su mente sin permiso, ansiando por ser por fin liberadas.

-Mi familia... no tengo hermanos -comenzó diciendo -mi mamá falleció hace un par de años, y mi papá... bueno, con él perdí todo contacto cuando cumplí 18 años y me fui de mi casa.

Emiliano frunció el ceño con curiosidad, mientras tomaba notas en una pequeña libreta. Aparentemente, allí había encontrado una grieta en la coraza del paciente en donde podría indagar.

-¿Por qué te fuiste? -le preguntó sin rodeos, invitándolo a continuar.

-Porque... -Lisandro dudó antes de responder, pero si quería que aquello funcionara debía ser completamente honesto -porque era un hijo de puta.

Le relató los episodios de violencia que había sufrido en su infancia y adolescencia de forma fría e impersonal, como si le hubiera sucedido a otra persona en vez de a él mismo. El mecanismo de defensa que había desarrollado desde hacía más de una década consistía en fingir indiferencia al dolor.

-Bien... -Emiliano se quitó los anteojos y lo miró fijamente -eso es todo por hoy.

-¿Ya terminamos? -Lisandro lo miró con confusión. Ahora que había abierto las puertas de sus sentimientos, necesitaba desahogarse.

-Por hoy, sí -el más alto se levantó de su sillón -no es conveniente soltar toda la información en una misma sesión. Pensá de qué vas a querer que hablemos la próxima semana.

Burning Desire (Cuti x Licha AU)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora