Capítulo 11

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Con la gélida bóveda del inframundo como testigo, Elián contemplaba con circunspección la figura de Cerbero emergiendo de las sombras, sus seis ojos fijos únicamente en él, avanzando con pasos lentos. Esbozando una sutil sonrisa, Elián se inclinó, depositando su espada con gracia sobre el suelo, mientras los ojos de Hades, que observaba la escena desde la penumbra, estudiaban cada movimiento del menor.

Despojándose de sus armas, Elián alzó los brazos, captando la confusión en la bestia. Cerbero parecía incapaz de comprender las intenciones del rubio, pero permanecía en alerta y a la defensiva, pues nunca antes había visto el rostro de Elián.

Cerbero incrementó el ritmo de sus pasos, acercándose hasta situarse frente al menor, quien no parpadeaba ni mostraba señales de miedo ante la imponente criatura. Con la bestia tan próxima, Elián elevó la barbilla, exhibiendo una postura impecable que desafiaba la ferocidad de Cerbero.

Escasos minutos transcurrieron mientras los ojos de Cerbero se perdían en el audaz azul de la mirada de Elián. Fue entonces que la bestia inclinó sus cabezas, rindiéndose ante el menor, quien ya la tenía a su merced.

—¡Eso es! —exclamó Hades, corriendo hacia Elián para alzarlo en brazos, mientras el rubio reía a carcajadas y Cerbero los observaba con sus cabezas inclinadas, demostrando sumisión— Sabía que tendrías a Cerbero en tus manos —declaró Hades, bajando al menor para mirarlo a los ojos.

—¿Cómo estabas tan seguro? ¡Pudo haberme devorado!

—No lo habría permitido —sonrió Hades, echando un vistazo a Cerbero— Estaba seguro porque confío en tu destreza y valentía. Eres el digno hijo del sol y la luna, del Inframundo y el Olimpo, de la vida...

—Y la muerte —concluyó Elián, curvando una sonrisa que irradiaba orgullo y que a su vez hizo sonreír al mayor.

—Creo que es hora de que regreses al Olimpo —suspiró Hades— Perséfone se acerca.

—¿Qué? —preguntó Elián, y arrugando la frente, dirigió una fugaz mirada hacia las inmensas puertas que se abrían de par en par, revelando a la hermosa diosa de cabello rojo que avanzaba rápidamente, con su vestido negro ondeando a su paso mientras sus ojos verdes recorrían el lugar.

Con un rápido movimiento de su mano, Hades ocultó el rostro de Elián con el yelmo de oscuridad y, con un chasquido de sus dedos, lo hizo desaparecer del lugar, transportándolo de nuevo al Olimpo.

—¿Has visto a Elián? —preguntó Perséfone, cruzándose de brazos ante el pelinegro que la miraba con ternura.

—Mira nada más a esta mujer... —suspiró Hades, apoyando su cuerpo en Cerbero, que seguía tendido en el suelo— Amor mío, ¿te he dicho alguna vez cuán afortunada es mi existencia por tenerte en ella?

Perséfone sintió cosquillas en el estómago y el rubor le subió a las mejillas con tales palabras. Alzando la barbilla, luchó por contener una risa, pero Hades percibió una tenue sonrisa en sus labios.

—Eso suena a que sabes dónde está nuestro nieto, ¿o me equivoco?

Hades soltó una risa baja y caminó hacia ella, para luego envolverla en sus brazos.

—Está en el Olimpo —murmuró, acercando su frente a la de la pelirroja, y cerrando los ojos, se dejó abrazar por el dulce aroma de Perséfone— Ya lo envié con sus padres.

—Bien —respondió la menor, depositando un fugaz beso en los labios de Hades antes de separarse— Porque están a punto de partir hacia Egipto. Es hora de despedirnos —agregó, invitándolo a tomar su mano, un gesto que Hades aceptó de inmediato, con una mirada ausente.

Luz del Olimpo - Ícor y Sangre | Hyunlix | 2do Libro de LDIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora