Capítulo 8

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Dieciocho meses después.

En la calidez de su habitación, bañada por la luz reconfortante de la chimenea, Jeongin se perdía en la danza de sus pinceles sobre un panel de madera que representaba una noche llena de relámpagos. Su atención estaba completamente absorbida por la obra, sus movimientos ágiles buscaban la perfección de los rayos que caían sobre un oscuro bosque, creando una pintura sombría pero acogedora.

Dejando el pincel sobre una mesita cercana, examinó con detenimiento su creación, asegurándose de no haber olvidado ningún detalle, y llevando sus ojos a la ventana, notó la inmensa luna que acariciaba con su resplandor las copas de los pinos.

Levantándose del pequeño banquito, limpió sus manos con un pañuelo cercano y cerró las cortinas para protegerse del frío de la noche. Al darse la vuelta, sus oscuros ojos se posaron en Rodo, que yacía profundamente dormida en la inmensa cama.

Con pasos cuidadosos, Jeongin se acercó a ella y contempló el rostro tranquilo de la diosa que descansaba bajo las sábanas. Acercando una mano, sus dedos rozaron su mejilla con delicadeza, dibujando una sonrisa en los labios de Rodo, quien al sentirlo, despertó lentamente y giró su rostro hacia él.

—¿Estabas pintando? —preguntó, acomodándose en la cama.

Jeongin asintió suavemente y colocó una mano sobre el abultado vientre de Rodo, que se destacaba bajo su bata de seda azul.

Rodo le sonrió con dulzura para luego salir de la cama con cuidado. Sintiéndose atraída, se quedó de pie frente a la pintura, examinando cada detalle con atención.

—¿Has visto esto antes? —preguntó, volviéndose hacia Jeongin, quien la observaba desde la cama, igualmente fascinado.

—Solo he podido ver una noche en la que el cielo se llena de relámpagos —respondió el rubio—. Debe ser algo importante, ya que no puedo dejar de pensar en ello.

Rodo volvió su mirada hacia la pintura, con una mano descansando sobre su vientre, mientras sus ojos se perdían en los rayos.

—No quiero volver a enfrentarme a mi hermano por el trono —susurró, con pesar en su voz—. Han pasado casi dos años, y nuestras diferencias solo aumentan.

Jeongin la observó en silencio, notando las lágrimas que comenzaban a caer de sus ojos, aunque ella las apartaba con brusquedad, como si se sintiera incómoda por mostrar su vulnerabilidad.

—Ven a la cama —extendiendo su mano, Jeongin la invitó a unirse a él.

Rodo dejó de lado sus pensamientos y se acostó de espaldas al rubio, quien la envolvió con sus brazos, abrazándola con ternura contra su pecho.

—Entonces —murmuró Jeongin, acomodando los mechones castaños de Rodo por detrás de su oreja—, evitemos un enfrentamiento. Escuchemos lo que tengan que decir y lleguemos a una decisión que nos beneficie a todos, pero sobre todo, al reino.

Rodo cerró los ojos y se sumergió en las caricias reconfortantes del rubio. Si algo había aprendido en el tiempo que había pasado a su lado, era que Jeongin tenía la habilidad de infundirla con una profunda sensación de paz. Simplemente con escucharlo, se sentía protegida. Sin embargo, las palabras de Felix seguían resonando en su mente, y deseaba fervientemente que aquel dios, al que consideraba su hijo, estuviera equivocado.

 Sin embargo, las palabras de Felix seguían resonando en su mente, y deseaba fervientemente que aquel dios, al que consideraba su hijo, estuviera equivocado

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Luz del Olimpo - Ícor y Sangre | Hyunlix | 2do Libro de LDIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora