Capítulo 7

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Sobresaltado, Jeongin se levantó del sofá del salón del palacio de su madre, aquel que ya no sentía como un hogar. Con una mano temblorosa en su frente, cerró los ojos, dejando que las imágenes que habían invadido su sueño se apoderaran de él. Solo pudo vislumbrar un escenario de guerra, espadas chocando, y el Ícor y la sangre tiñendo la verde hierba. En medio de esa visión, destacaba un majestuoso caballo negro montado por un jinete de cabello dorado, cuyo rostro se mostraba borroso, iluminado por los rayos del sol que traspasaban su piel pálida.

Apoyando sus dos manos en una mesa cercana, Jeongin intentó retomar las riendas de su mente, anhelando desvincularse de esa visión que lo atormentaba, ansiando alejarse de todo lo que remitiera a la guerra. Ágilmente, tomó una capa blanca, reposada en un sofá, y se envolvió en ella, cubriendo su rostro con la capucha, al tiempo que abandonaba el salón con una premura inusitada.

—Hijo —la voz frágil de su madre lo detuvo, quien se hallaba sentada cerca a una ventana con una fina taza de té en una de sus manos—, ¿no te unirás al desayuno?

Jeongin se volvió hacia ella, Cirene continuaba irradiando su eterna belleza, cabellos marrones reunidos en una discreta coleta y ojos negros fijos en él, con una dulzura indescriptible pero también una tristeza innegable.

—Vendré más tarde —respondió el rubio—. Necesito aire fresco.

—Jeongin, por favor —Cirene se levantó y se aproximó hacia él—. Te he notado sumamente perturbado desde el fallecimiento de tu padre.

—Asesinato —corrigió el menor, entre dientes—. Lo asesinaron, madre.

Cirene bajó la mirada y asintió.

—Apolo no fue un buen hombre. —susurró ella, levantando la vista hacia el rubio que la observaba con impasible atención—. Ambos lo sabemos. Su ambición por el poder lo condujo a la muerte.

Jeongin se sumió en el silencio, sin despegar los ojos de la profunda mirada de su madre.

—Lo sé. —sonrió— Pero eso no atenúa el dolor. —acercándose a ella, Jeongin depositó un casto beso en su frente y se alejó rápidamente del palacio, evitando que las palabras de su madre lo retuvieran en ese gélido lugar que solo conseguía atravesar su ser como lanzas despiadadas.

Una vez fuera, sacó su caballo del establo y, tras acariciarlo con ternura en la frente, montó en él y partió al galope en una mañana fría que apenas dejaba filtrar los rayos del sol.

El viento acariciaba sus mejillas mientras Jeongin se dejaba llevar, con la mente inmersa en pensamientos donde el resentimiento hacia su padre lo hacía sentir miserable. Nunca había tenido una relación cercana con Apolo; de hecho, siempre se había imaginado a sí mismo como el causante de la muerte de su padre, debido al desprecio que sentía hacia ese dios. Sin embargo, perderlo de la manera en que lo hizo pesaba en su pecho. Hyunjin no había vacilado en poner fin a la vida de Apolo ante sus propios ojos, pero aquel desmedido acto se resumía en una sola cosa: su amor por Felix.

Al divisar el río donde días atrás había visto a Rodo, Jeongin tiró bruscamente de las riendas, deteniendo a su caballo enseguida. Bajando del animal, se aproximó al agua cristalina que fluía serena, produciendo un sonido apacible que lo sumergió en una profunda calma. Sabía que Rodo visitaba aquel lugar todas las mañanas; la había observado durante varios días y, desde lo más profundo de su ser, anhelaba encontrarse con ella.

Con los ojos cerrados y la brisa despojándolo de la capucha que ocultaba su rostro, se quedó en silencio, deleitándose en la tranquilidad del lugar. De repente, el sonido de pasos ligeros resonó en sus oídos, y al abrir los ojos lentamente, se quedó inmóvil, sin intención de volverse.

Luz del Olimpo - Ícor y Sangre | Hyunlix | 2do Libro de LDIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora