En los dominios del Olimpo, donde los hilos del destino entrelazan a dioses y mortales, Hyunjin y Felix, una pareja que alguna vez floreció en la gloria, ahora enfrentan una tormenta que amenaza con desgarrar el mismo tejido del reino celestial.
F A...
"En la penumbra de la noche, el arte de seducir se convierte en un baile de miradas y susurros, donde cada gesto es un anzuelo que nos acerca al borde de la entrega, deseando ser atrapados por las garras del depredador que ansiamos que nos devore con pasión y desenfreno."
- Itsjustwine
—Me debes una —la voz de Elián irrumpió en los oídos de Kynthios, sacándolo del estruendo de los tambores.
Kynthios inclinó la cabeza y sintió cómo el rubio se acercaba a su oído para susurrarle algo mientras le entregaba una máscara plateada con detalles rojos carmesí.
Apenas un leve jadeo de desconcierto escapó de sus labios cuando levantó la mirada y notó que Elián había desaparecido entre la multitud que danzaba y vociferaba con una emoción contagiosa.
Kynthios repasó la solicitud del rubio en su mente mientras cubría su rostro con la máscara que honraba a Seth. Aquello le pareció absurdo, pero al mismo tiempo, era evidente la intención de Elián de jugar esa noche.
Por supuesto que el rubio le cobraría el haber dejado a Jeongin con vida. Aunque todos lo admiraban por haber tenido compasión por él, Kynthios conocía a Elián, y además de ser cálido y honesto como Felix, también era un completo desquiciado como Hyunjin.
Soltó un bufido de irritación y sacudió la cabeza, decidido a comenzar su actuación en esa noche que apenas comenzaba.
Caminó con parsimonia entre las personas que se movían al compás de los instrumentos, mostrando sus cuerpos adornados con finas telas, en su mayoría de color negro. Al parecer, Anubis era el dios más venerado en Egipto.
Pensar en eso lo hizo reír. Mortales y deidades aclamaban el nombre del dios del inframundo. Atraídos por la muerte, seducidos por el peligro.
Hombres adornados con joyas doradas realizaban espectáculos de fuego en plataformas elevadas. Levantaban antorchas y arrojaban grandes cantidades de alcohol que avivaban las llamas, intensificando así los gritos de los presentes, excitados por la exquisita euforia de una noche donde el pecado y la lujuria eran los principales protagonistas.
Kynthios alzó la vista hacia unas jaulas que descendían del techo sujetas por cadenas, donde bailarinas realizaban demostraciones con serpientes que se enroscaban en sus cinturas y cuellos.
Dondequiera que mirara, veía los cuerpos sudorosos de hombres y mujeres. Torsos desnudos, joyas majestuosas brillando en sus pieles. Cabellos empapados, miradas penetrantes que se colaban entre las máscaras, las cuales revelaban sus lascivos pensamientos.
Kynthios sonrió ante el deseo carnal que se acumulaba en esas paredes, y detuvo sus pasos en medio del elegante salón que ahora era el lugar de encuentro para la depravación. Levantó la vista, clavando el gris de su intensa mirada en los dioses que permanecían sentados en tres tronos bañados en oro que se encontraban justo frente a él.
Al darse cuenta de su posición, dio rienda suelta al majestuoso y deshonesto plan de Elián, sin apartarse de su papel de encubrir a Hades.
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