El cuerpo de Thalassa estaba rendido ante el dolor. Tendido en esas suaves sábanas de seda que la envolvían con aquel exquisito aroma que ya le resultaba familiar, el mismo que la mareaba al estar cerca de Anubis.
Sus ojos empezaron a abrirse al evocar aquel nombre. Pudo notar las sombras de las llamas de la chimenea danzando en el techo, y entonces escuchó el crepitar del fuego a lo lejos.
Movió con lentitud su cabeza hacia las puertas abiertas de aquella habitación, divisando a Nassor en el umbral. El guardia no despegaba su mano de la empuñadura de su espada, mantenía una postura firme y su mirada alerta fija a las afueras de la habitación.
—¿Bocón?
Nassor se sobresaltó al escuchar la voz ronca y débil de la diosa, y con apuro se giró para mirarla con los ojos muy abiertos, preso de la ansiedad.
—¿Dónde está el perro? —añadió Thalassa, al recibir el silencio por parte del contrario que seguía observándola con pesar.
Nassor recorrió la habitación con una mirada confusa, antes de volver a posar sus ojos en ella.
—¿El perro? —sonrió.
—Tu señor... tu señor perro —insistió ella, ignorando por completo la mofa en el rostro del contrario.
Nassor soltó una risa baja y se acercó a ella.
—Vendrá pronto.
Thalassa podía sentir como un nudo apretaba su garganta.
—¿Por que siempre apareces como un ángel cuando estoy en problemas? —preguntó con voz quebrada, y entonces Nassor bajó la mirada y negó con su cabeza.
—Oh, fierita... —murmuró con una media sonrisa—, no he sido yo tu ángel, realmente.
Un pequeño puchero empezó a formarse en los labios de Thalassa al entender aquellas palabras. Sus ojos ardían a causa de las lágrimas que luchaba por mantener encerradas. Una extraña urgencia de tener a Anubis cerca de ella la acorraló al punto de hacerla sentir como una niña pequeña. Pero no dijo nada, y en silencio, se dejó vencer por la debilidad, cayendo en un profundo sueño donde el sonido del crepitar de la chimenea se alejaba de ella y los ojos de Anubis desaparecían.
Nassor se quedó en silencio, observando el delicado sube y baja del pecho de Thalassa mientras dormía. La tenue luz que se colaba por las ventanas trazaban sombras sobre su rostro pálido, haciendo que pareciera más frágil de lo que jamás la había visto.
El sonido repentino de unos pasos rápidos interrumpió sus pensamientos. Nassor se apartó instintivamente cuando Anubis entró en la habitación, moviéndose con la urgencia de quien no tiene tiempo que perder. La mirada oscura del pelinegro se fijó por un instante en Thalassa antes de dirigirse hacia Nassor, quien, luego de dedicarle una rápida reverencia, se hizo a un lado sin oponer resistencia.
Anubis sacó de entre los pliegues de su capa negra un frasco pequeño, de cristal oscuro, que contenía un líquido espeso de tono ámbar. Sin pronunciar palabra, se sentó al borde de la cama y, con suma delicadeza, tomó a Thalassa por la nuca, levantando apenas su cabeza.
Cuando el contenido del frasco resbaló entre los labios entreabiertos de Thalassa, ella reaccionó casi al instante. Un estremecimiento recorrió su cuerpo, seguido de una tos convulsiva que hizo que sus hombros temblaran bajo el peso de las sábanas. Sin abrir los ojos, su cuerpo luchaba contra el líquido extraño que bajaba por su garganta, como si de algún modo supiera que el remedio era tan necesario como amargo.
Anubis la volvió a recostar con cuidado, acomodando su cabeza sobre la almohada con una suavidad que desmentía su apremio. Durante un momento, se quedó mirándola, con los labios apretados en una línea severa, como si la fragilidad de la diosa lo hiriera más de lo que estaba dispuesto a admitir. La veía tan distinta, tan ajena a la fuerza que la definía. Esa Thalassa indefensa, perdida en un sueño inquieto, parecía una versión irreconocible.
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Luz del Olimpo - Ícor y Sangre | Hyunlix | 2do Libro de LDI
FantasyEn los dominios del Olimpo, donde los hilos del destino entrelazan a dioses y mortales, Hyunjin y Felix, una pareja que alguna vez floreció en la gloria, ahora enfrentan una tormenta que amenaza con desgarrar el mismo tejido del reino celestial. F A...