Capítulo 30

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Ese sentimiento de arrepentimiento era algo nuevo y sumamente ajeno a Seth, quien encerrado en uno de los salones de su palacio, se mantenía erguido, con la espalda apoyada en las puertas dobles. Apretaba sus ojos con fuerza, tratando de recuperar el aliento, o por lo menos aliviar los latidos de su corazón.

Convertido en una bestia, o por lo menos así se sentía, se despojó de su capa roja y la lanzó lejos de él. Caminó casi a los trotes hasta el balcón y tomó una gran bocanada de aire que perforó sus pulmones. El aire estaba pesado. Sentía una tensión atosigaste, y esa molesta presión en su pecho no desaparecía.

Unos desesperados pero suaves toques a su puerta solo incrementaron su ansiedad, y sin decir ni una sola palabra, llevó una mano al cuello de su camisón y desgarró gran parte de la tela, como si aquello pudiera ayudarlo a sentirse menos asfixiado.

—¿Señor?

Tres de los miembros de su tropa formaron una línea recta y, estrictamente enderezados, lo observaron en silencio cerca de las puertas principales.

Seth volvió a cerrar los ojos y le dedicó unos miserables segundos de tregua a su maldita incapacidad de respirar como una persona normal. Y entonces dejó salir una risita profunda, que sonaba más a reproche, porque en realidad se sentía el hombre más idiota de todos. Él ni siquiera era una persona normal, era un dios, y por lo mínimo la capacidad de "respirar" tenía que salirle a la perfección a un ser inmortal como lo era él.

—Señor... —insistió de nuevo el mismo hombre que parecía ser el único capaz de dirigirle la palabra. Pero al segundo se arrepintió.

Conocían tanto a Seth, que sabían que su líder estaba pasando por un momento tenso que podía costarle la vida a cualquiera de ellos.

—Señor, escoltamos al griego tal y como ordenó —añadió con más seguridad, y enseguida llevó una mano a su boca para fingir una tos. Por todos los dioses que moría de miedo.

—¿Qué? —Seth se giró y lo observó con una mirada desprovista de emoción—. Yo no he dado ninguna orden.

Con esas palabras, el hombre pensó en lanzarse por el balcón, de todas formas ya estaba muerto. Seguro Anubis ya había empezado a prepararse para recibirlo.

—Pero la reina Isis nos dijo que usted... —añadió otro de los hombres pero al ver cómo Seth cerraba los ojos y apretaba la mandíbula, supo que estaban cruzando el umbral de la muerte.

—Les he dicho —empezó a hablar Seth, frotando su frente con una de sus manos, y todos tomaron posturas más firmes— que no obedezcan a ningún otro dios que no sea yo.

—Pero señor, al ser la reina, pensamos...

—¡No me importa quién es tu reina, las órdenes de esta maldita tropa las doy yo! —un grito encolerizado por parte de Seth, provocó brincos aterrados en todos, mientras horrorizados detallaban las venas que se habían marcado en el cuello del pelirrojo que los miraba con la tempestad pintada en sus ojos—. Lárguense de mi vista antes de que los mate.

Dos de los hombres no dudaron en irse, sin antes hacer inútiles reverencias.

—Señor —habló nuevamente el único valiente que se había quedado, retándolo con una mirada seria, pero al momento que Seth centró sus ojos en él, el hombre dudó de su valentía—. Hemos hecho todo lo que nos ha pedido al pie de la letra. Hasta seguimos al guardia que se llevó al "ojos bonitos" la noche anterior, para traerle información acerca del compromiso que...

—¿Ojos bonitos? —Seth inclinó su cabeza, sin rastro de emoción en su rostro.

—Sí —carraspeó el contrario—, con todo respeto, señor.

Luz del Olimpo - Ícor y Sangre | Hyunlix | 2do Libro de LDIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora