Capítulo 28 Mansión Galloway Noche 29 de diciembre de 1942 Katherine Jones

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Durante la cena con la familia, no paraba de rodarle a la cabeza si debía hacerlo lo que tenía planeado. Me inquietaba, puesto que pensé que no debía hacerlo, pero era la detective, tarde o temprano debía plantarle cara a la baronesa a pesar de que su mirada de pocos amigos, con la que me había examinado, cuando había recién llegado a la mansión, me impedía que le plantase cara.

El sonido de los cubiertos sobre los platos de porcelana era muy molesto y me impedía pensar con claridad. Observé, detenidamente, a cada uno mientras devoraban el pavo a la luz de las velas que decoraban la extensa mesa de ébano que tenía decorados ornamentales en cada una de las esquinas. Esa iluminación tan tenue y ese silencio sepulcral hacían que la escena pareciera escalofriante con esos rostros desfigurados por las sombras. Se me puso la piel de gallina y un escalofrío recorrió mi nuca. Solo se oía el mascar de los presentes de manera exagerada. Cuando hubimos terminado, cada uno se dirigió a sus dormitorios, a ocultarse y fingir dormir.

Era mi oportunidad. Quizás, si le pedía permiso al Señor Galloway, este se negaría en rotundo, probablemente por el temor que le infundía su propia madre y, de esa forma, evitar que fuese molestada. Así que fui a hurtadillas hacia la habitación de la anciana, tratando de evitar que oyese y levantar sospechas. Me acerqué con sigilo a la puerta que tenía grabado el escudo heráldico de la familia que estaba decorado con dos escopetas a ambos lados y la cabeza de un cordero en relieve. Toqué con delicadeza la puerta.

— Adelante— contestó con una voz apagada. Quizás estaba a punto de dormirse.

Entreabrí la puerta y me asomé para que pudiera saber que se trataba de mí y no le cogiera por sorpresa.

— ¿Puedo pasar? — pregunté

Me observó extrañada. Estaba claro que mi visita le había cogido por sorpresa. Se encontraba en camisón, con su pelo gris algo desgreñado y la cama preparada para arroparse y dormir.

— Perdone que le moleste— me disculpé—. Sé que no esperaba verme a estas horas, pero consideré que era necesario. Sobre todo, en estas circunstancias.

Frunció el ceño. No sé si estaba molesta o estaba tratando de prestarme atención y suspiró intentando mantener la calma. Estaba claro que algo sucedía. ¿A caso me veía como una amenaza? Pero ¿por qué? ¿Intentaba ocultar algo? Se limitó a suspirar y quedarse inerte en el centro de su habitación observándome con el ceño fruncido, como si estuviese furiosa o molesta porque, esta vez, no tendría escapatoria. No tenía a donde ir.

— ¿Qué es lo que quieres ahora? —inquirió, tratando de aparentar de que todo estaba bajo su control.

— Verá...— dudé unos segundos antes de encontrar las palabras adecuadas—El caso no está avanzando como nos gustaría. A penas tenemos pistas que sean verídicas. Solo estamos trabajando con suposiciones— hice una larga pausa. Se cruzó de brazos y se sentó en un sillón junto al fuego, mientras observaba las llamas. Dudé si continuar o abordar la misión porque no parecía estar escuchándome, pero a pesar de ello, proseguí—. Por eso, acudo a usted. Usted es la madre del Señor Galloway y conocía como era la relación entre él y su esposa... Quizás, podría arrojarme algo de luz.

Volvió su vista hacia a mí, pero esta vez vi furia en sus ojos. Estaba claro que aquel comentario le había afectado.

—¿A caso está suponiendo que mi hijo, mi propio hijo, ha asesinado a su hermosa y querida esposa? — se burló

— De momento, no podemos descartar ninguna opción, Baronesa. Es por eso por lo que acudo a usted— me senté frente a ella en otro sillón—, para que me guíe y podamos encontrar al verdadero asesino.

De pronto, su rostro cambió. Parecía que se planteaba colaborar en la investigación, no por que quisiera a su nuera, sino por su hijo, porque sabía que estaba sufriendo. Su ceño fruncido desapareció y la primera vez que conocí de verdad a la Baronesa.

— Te ayudaré— sentí alivio al oír esas palabras salir de su boca, aunque lo dijo con mala gana—, pero solo lo haré por demostrar la inocencia de mi hijo.

— Pero quiero que confíe en mí.

— Lo haré— contestó

Nos quedamos en silencio, como si ambas esperábamos algo más de la otra. Se levantó con un poco de dificultad, esta vez sí ayuda de su bastón y traté de ofrecerle mi brazo para que le sirviera de apoyo, pero lo rechazó refunfuñando.

— Ahora, me gustaría que me dejara descansar, detective.

Sin decir nada en absoluto, me dirigí a la puerta, pero, antes de marcharme, me volví hacia ella. Sentí lástima por la soledad que se respiraba en aquella estancia de la casa. No entendía por qué no disfrutaba de la compañía de su familia durante aquellos ratos, junto al fuego en pleno invierno, o durante las comidas.

— Baronesa— le llamé, esta vez, abandonando mi profesionalidad. Esta vez no le estaba hablando como detective, sino como hija que no pudo disfrutar la compañía de sus padres cuando pudo.

— ¿Sí?

— Hágame el favor y venga a almorzar mañana con sus hijos y sus dos nietos— vi en su mirada como rechazaba mi petición—. Solo inténtelo. Disfrute con su familia y no sea tan rígida. No tiene que aparentar nada en absoluto. Solo trate de ser madre y abuela por una vez. Además, la situación está siendo dura para William y estoy segura de que se sentirá mejor si se siente arropado por su madre...Eso es lo único que necesita ahora.

Le sorprendió mis palabras, pero, para mi sorpresa, no las rechazó. De hecho, me escuchó atentamente. Tal vez pensó que yo tenía razón y que ya era hora de cambiar.

— Solo es un consejo— dije antes de salir por la puerta.

Me dirigí a mi habituación, pero en el recorrido hubo algo que me que sobresaltó. Había restos nieve. Como si alguien hubiera entrado sin cambiarse de zapatos. El viento soplaba con fuerza emitió un sonido que me erizó la piel. Se me encogió el corazón en un puño, temerosa de que pudiera estar alguien ahí, escondido cerca, a la espera de embestirme y cogerme por sorpresa, indefensa. A pesar de que no tenía armas para defenderme, seguí el rastro, como si estuviera caminando sobre mis propios pasos. Cogí un candelabro que descansaba sobre un pequeña cómoda que decoraba el pasillo un entredós, extremadamente decorado con motivos vegetales. Avancé sigilosamente, con la corazonada de que me esperaba escondido a la vuelta de la esquina. Algo crujió y una puerta se cerró en alguna parte de la casa, retumbando estrepitosamente. Me quedé inmóvil, agudizando el oído lo máximo posible, tratando de percibir pasos o cualquier sonido insignificante que pudiera llamar mi atención.

Alguien había irrumpido en la escena del crimen. Me dirigí con paso firme preparada por lo que pudiera pasar. Guardando mis espaldas para que nadie pudiera atacarme por sorpresa.

Me introduje dentro de la habitación principal. No pude ver a nadie al principio, pero al cerrar la puerta ahí estaba, frente a el armario que estaba en una esquina, William. Sostenía, entre sus manos rollizas un pañuelo, que lo tocaba con delicadeza. Lo olió, percibiendo el perfume de su mujer, sintiendo que su querida esposa aún estaba ahí, viva, con él. Creyendo que en cualquier momento iba a entrar, después de haber acostado a sus hija.

El Misterioso Caso de la Mansión GallowayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora